Las grandes empresas de internet intentan llegar a las aulas, ofreciendo enormes recursos a gobiernos que buscan soluciones fáciles para incorporar tecnología educativa. La pérdida de soberanía y privacidad, el alto precio de un mal negocio.
15 de enero de 2020
(Foto: Getty Images)En septiembre de 2019, a poco de iniciado el ciclo lectivo en Cataluña, miles de padres recibieron un pedido de autorización para que sus hijos de 5º grado utilicen la suite educativa de Google en las aulas. Este conjunto de herramientas permite la interacción entre alumnos y docentes tanto en la escuela como en los hogares. Para la mayoría de los padres no hay duda de que las escuelas necesitan incorporar tecnología y Google es considerado casi su sinónimo.
Sin embargo, antes de firmar, algunos lograron preguntarse: ¿es una buena idea que una corporación privada brinde un espacio educativo de uso cotidiano a sus hijos? En los últimos años el poder de los datos comenzó a hacerse cada vez más evidente. Primero nos deslumbramos con aplicaciones que nos mostraban el tránsito en tiempo real o adivinaban qué música nos gustaría, pero luego comenzamos a preocuparnos con escándalos como el de Cambridge Analytica, las campañas de desinformación o la dificultad de resistir aplicaciones cada vez más adictivas.
En ese contexto: ¿qué implica que una empresa acumule datos también en las aulas?
Las empresas tecnológicas han crecido meteóricamente en las últimas décadas copando distintos nichos de mercado. Alphabet, la corporación que contiene a Google, por ejemplo, hoy se cuenta entre las cinco empresas de mayor cotización del planeta. Cerca del 85% de sus ingresos provienen de la publicidad, un mercado en el que ya no puede seguir creciendo a la misma velocidad, algo que preocupa a sus inversores. Por ejemplo, cuando en el tercer trimestre de 2019 los ingresos de Alphabet crecieron «solo» un 17,1% interanual, los inversores en lugar de festejar se preocuparon: en un par de horas las acciones cayeron un 4%. Por esa lógica voraz, las empresas necesitan diversificarse y encontrar nuevos nichos para desplegarse, entre ellos los adelgazados pero aún significativos fondos educativos estatales.
Enfrente están las escuelas, atravesadas por demandas de la sociedad; con sus espacios cerrados y niños sentados, parecen cada vez más desfasadas de la velocidad que caracteriza al presente. Esta problemática atraviesa la reflexión escolar de los últimos años y requiere respuestas por parte de pedagogos y especialistas. Una de las fuentes de ese desacople entre escuela y niños está dada por el uso de la tecnología, sus tiempos más breves, la comunicación a distancia, los saltos de una cosa a otra, el acceso ilimitado a la información, tan distintos de los tiempos del aprendizaje tradicional. Así es como las necesidades de escuelas y empresas parecen complementarse y Google u otras grandes corporaciones (como Microsoft) ofrecen sus enormes recursos y capacidad técnica a gobernantes con pocos fondos que buscan soluciones «llave en mano».
El uso de la información
La tentación de decir que sí, sin más, parece irresistible, pero, ¿es lo mismo cualquier tipo de tecnología? Los padres catalanes, preocupados por entender qué les estaban proponiendo firmar, se acercaron a la ONG Xnet a pedir asesoramiento. Así descubrieron otras variables que no tenían en cuenta y que Xnet les ayudó a comprender. En primer lugar, la cuestión de la privacidad: las herramientas de Google recopilan toda la información que les brinda el usuario, consciente o inconscientemente. De esta manera la empresa contaría con una base de datos pormenorizada e individualizada del recorrido académico de cada estudiante por años. Esa información puede servir para conocer mejor la forma en que se da el aprendizaje, pero también realizar «perfiles psicológicos, académicos, culturales y su evolución», como explica Xnet en su página, para ayudar a otras empresas a planificar mejor sus campañas comerciales. De esta forma, cerca de 300.000 niños catalanes serían monitoreados en su desarrollo para fines hoy imprevisibles, ya que con frecuencia se almacenan datos para encontrarles usos más tarde.
«Las niñas y los niños asimilan todas las herramientas de Google como las normales y “universales”, como si Google fuera internet, perdiendo completamente la posibilidad de conocer el ámbito digital a través de numerosas y mejores posibilidades», explican en Xnet. Desde el punto de vista pedagógico la falta de alternativas dificulta un uso crítico de la tecnología que cuestione, por ejemplo, la utilización de datos como modelo de negocios. Además, estas herramientas no están pensadas por pedagogos: tal como está hoy, Google Suite es más bien un espacio en el que se conjugan herramientas pensadas para otros fines y con poca flexibilidad para adaptarse a las necesidades de cada lengua, región o característica particular de cada aula. Por eso desde Xnet y otras organizaciones proponen recurrir a herramientas libres que permiten un uso más soberano de la tecnología. De hecho, una de las plataformas más utilizadas, Moodle, es producto del trabajo de una comunidad internacional que la mejora constantemente gracias a que es de código abierto y cualquiera puede instalarla en sus servidores (ver Entornos de aprendizaje). Al usarla, una institución educativa puede no solo garantizar que los datos allí almacenados no se compartan sino también adaptar la plataforma a sus necesidades.
En Buenos Aires las corporaciones ya entraron en las escuelas. Un ejemplo es que las computadoras de los planes Sarmiento o Conectar Igualdad utilizan Windows 10, un sistema operativo que almacena en los servidores de Microsoft prácticamente todo lo que se haga en él. Google administra los mails con el dominio «bue.edu.ar», de la Ciudad de Buenos Aires, que utilizan miles de docentes: mensajes, planificaciones, listados de alumnos, ya se almacenan en servidores extranjeros permitiendo una radiografía en tiempo real de lo que ocurre en las aulas de la ciudad. El Plan Ceibal de Uruguay, pionero en la idea de una computadora por niño, viene trabajando con Google, que así obtiene, como diría el filósofo coreano Byung-Chul Han, un acceso directo al «inconsciente colectivo» de los niños de ese país.
En Cataluña, por su parte, padres y ONG se reunieron con las autoridades para discutir alternativas. Las plataformas libres que pueden instalarse en servidores propios no solo permiten garantizar la privacidad de los datos sino también favorecer un desarrollo local de herramientas y conocimiento educativo específico, además de trabajo para desarrolladores locales que trabajen allí. Los niños, agradecidos.