Hacerse visibles

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Dos cooperativas trabajan con un mismo objetivo: propiciar el ingreso de travestis y transexuales al universo del trabajo formal. Autogestión como herramienta para derribar prejuicios y tabúes.

 

En el barrio de la boca. «Es vital para nosotras tener la posibilidad de trabajar», dicen las integrantes de La Paquito. (Kala Moreno Parra)

A fines de abril, la agrupación Putos Peronistas le entregó a la presidenta Cristina Fernández un proyecto de ley de inclusión laboral trans, que propone cupos en el Estado e incentivos para las empresas que empleen a travestis y transexuales. Sin embargo, ya en 2012, la agrupación había decidido demostrar que esa inclusión podía llevarse a cabo a través del modelo de trabajo autogestivo y solidario. Ese año nació La Paquito, una cooperativa de trabajo que se dedica al estampado de remeras, tazas y prendedores. En su local del barrio porteño de La Boca, los vecinos también sacan fotocopias o consultan el padrón en época de elecciones. Aunque comenzó como una herramienta de trabajo para el colectivo trans, el objetivo a largo plazo es que travestis y transexuales puedan ocupar cualquier puesto laboral. «La imposibilidad de acceder al trabajo es lo que nos impide acceder a otras cosas como salud, vivienda y educación. Es una cuestión vital para todas nosotras el hecho de tener la posibilidad de trabajar, porque el único lugar que nos dejan es la calle, la esquina o el costado de la ruta. Que vos vayas a un supermercado, al banco, al hospital y haya una compañera nuestra trabajando va a cambiar esa lógica de discriminación que nos deja como en un gueto, porque solamente se nos ve de noche», explica Diana Aravena, presidenta de la cooperativa. A la par, señala: «Participamos de muchos espacios de cooperativas y, aunque claramente venimos de una agrupación que se llama Putos Peronistas y la cooperativa se llama La Paquito por Paco Jamandreu (diseñador, actor y amigo personal de Eva Duarte de Perón), hay compañeros que no son trans y a eso es a lo que apuntamos».

Teatro. La Casa de Bernarda Alba, una de las puestas de Ar-TV.

La cooperativa tiene diez asociadas y trabaja dos líneas de producción: una a pedido y otra con diseños propios en remeras, tazas y prendedores. El próximo objetivo es abrir una sucursal en González Catán, donde funcionará un área de confección y moldería. Como empresa, La Paquito se encuentra con los mismos obstáculos que el resto de las cooperativas: tiene dificultades para acceder al crédito y obtener financiamiento para equiparse. Otro inconveniente es que la mayoría de sus asociadas nunca tuvo un trabajo formal. «Nuestro principal problema es que cuando vamos a buscar trabajo ni nos dan la solicitud para llenar», explica Aravena, y añade: «Por un lado, producimos, trabajamos, pero nuestro principal capital es el capital simbólico. Lo que queremos es que nos vean».

 

Producción propia
La Paquito no es la primera y es posible que no sea la última cooperativa formada por personas trans: en 2008, la cooperativa argentina Nadia Echazú fue la primera organización de este tipo en el mundo. Hoy existen experiencias similares en Mendoza, Santa Fe, Salta, Chubut y Santiago del Estero con cooperativas de trabajo que se dedican en su mayoría al rubro textil. También trabajan en producciones artísticas, como es el caso del grupo de arte trans Ar-TV. Fue formada hace cinco años por un grupo de actrices cansadas de desfilar por castings en los que los únicos papeles que les ofrecían eran de prostitutas,  recuerda Daniela Ruiz, al frente del consejo de administración. Ante la dificultad de insertarse en otros roles, armaron una obra de teatro, Hotel Golondrina. Y, sin saber bien de qué se trataba, adoptaron la forma cooperativa. Desde ese momento fundacional hasta hoy montaron otras obras; entre ellas, el clásico La casa de Bernarda Alba. También organizaron Miss Trans Argentina 2013, el primer certamen de belleza travesti y transexual. En 2014 trabajaron con el Ministerio de Desarrollo en el programa socioproductivo Manos a la obra. «Cuando las obras fueron un éxito, nos dimos cuenta de que era importante porque no solamente implicaba un día que las compañeras no iban a trabajar a la calle, sino que también se visibilizaba una temática de trabajo, porque muchas de las chicas trans que iban a vernos se sentían identificadas y querían trabajar con nosotras», relata Ruiz. Eso las impulsó a formalizar la cooperativa, aunque no fue fácil. «Nos daba miedo –confiesa Ruiz–. En los 90 éramos detenidas en la calle sólo por ser trans y ahora somos legales, ¿legales respecto a qué?». La sanción del matrimonio igualitario fue el impulso que necesitaron para acercarse al Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social y averiguar los pasos a seguir para registrar legalmente la cooperativa. «Aparecimos con toda la travestiada –recuerda Ruiz– y nos mandaron a hacer los cursos: estaban los panaderos, los tacheros y nosotras, las artistas».

Emilia Erbetta

 

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