18 de abril de 2013
Se graban en la intimidad pero salen a la luz de la mano de Internet, donde se reproducen hasta el infinito. Un fenómeno que involucra a famosos y anónimos.
La tendencia de grabar videos hogareños o realizar fotografías de fuerte tono sexual viene creciendo en la Argentina y en el mundo desde hace varios años. Al compás de la proliferación de teléfonos celulares cada vez más sofisticados y de cámaras digitales cada vez más manuables, miles de parejas han hecho de las poses flagrantes, con poca ropa o sin ellas, un ingrediente cuyas características privadas y consecuencias sociales siguen siendo difíciles de catalogar y predecir. En el año 2012, los usuarios locales de la página hot de la red de contenidos Taringa (conocida con el nombre de Poringa) publicaron más de 150.000 fotos y filmaciones caseras, según datos proporcionados a los medios de comunicación por sus responsables, aunque sólo dos de cada diez contenidos subidos durante todo el año a la red eran videos. La presencia online no es, sin embargo, más que la punta del iceberg del generalizado autoconsumo erótico audiovisual de estos tiempos en que la vida misma parece perder sentido si no es acompañada por una buena imagen.
Incontenible y viral
El tema ganó la opinión pública a fines del año pasado cuando un video íntimo de la actriz Florencia Peña se filtró de sus archivos personales y se multiplicó en la red de una forma incontenible y viral. En pocos días su imagen escaló los ratings en los buscadores. Miles de veces fue reproducida y aunque la abogada de la actriz, Magalí Gura, circuló con buenos reflejos por la televisión indicando las acciones legales que habían iniciado contra los portales que lo linkeaban o reproducían, el daño a su imagen personal ya estaba hecho. Y, de pronto, cualquier persona se sintió con derecho a opinar sobre su intimidad. Otro tanto ocurrió con Fátima Florez, la actriz que se hizo famosa por imitar a la presidenta Cristina Fernández en el programa televisivo del periodista Jorge Lanata.
Tales apariciones se encadenaron rápidamente en la memoria colectiva con otros como el de la pionera Wanda Nara (en un video casero visualmente difuso), quien había reconocido haberlo hecho en el marco de la intimidad de su respectiva pareja. O el de otras mujeres famosas como las vedettes Silvina Luna y Silvina Escudero. Cebados por la novedad, los medios de comunicación bautizaron la experiencia como «el porno 2.0» y la costumbre se legitimó masivamente. Sexólogos conocidos como el doctor Juan Carlos Kusnetzoff le encontraron explicaciones: «Muchas veces, esa situación aumenta la excitabilidad erótica», «los videos aumentan la autoestima, ya que, por instantes, ese “otro” que es uno mismo, es objeto de comentarios, valorizaciones o críticas de todo tipo», «se usan también para aprender o corregir algún defecto».
Las razones pretextadas por quienes suben sus imágenes hot a la Web no se diferencian mucho a las de cualquier usuario que decide postear sus estados de ánimo en redes sociales como Facebook: lo hacen porque les gusta recibir mensajes que les comenten lo expuesto y eventualmente también conocer a otras personas. «A los hombres», explicaba en la página web del diario Clarín uno de los administradores de Taringa, Hernán Botbol, «les encanta que la comunidad hable sobre los encantos de sus mujeres; y ellas fantasean con la idea de que alguien las reconozca en la calle». Pero mientras la acción de postear videos privados tiende a ser una actividad casi exclusivamente masculina, no ocurre así con la de filmarlos y verlos después a solas, hábito que ha pasado a formar parte de uno de los nuevos juegos sexuales en la pareja.
La venganza más temida
El peor fantasma de las mujeres que alguna vez se han grabado manteniendo relaciones sexuales es lo que ocurre cuando la pareja se deshace. No en vano Internet está inundada de videos de alto voltaje puestos a circular por ex parejas (novios o esposos, siempre varones), que al menos así lo anuncian ostensiblemente. Mezcla de misoginia y machismo, la decisión en estos casos supone que sus mujeres han «merecido» esa suerte de castigo.
En los inicios de la década del 60, en los albores de la revolución sexual, la crítica literaria norteamericana Susan Sontag consideró que las películas «sólo para hombres» –cuando eran vistas sin lujuria– formaban parte de la estética camp, lo mismo que las viejas historietas de Flash Gordon, la primera King Kong o los dibujos de Aubrey Beardsley. Según Sontag, lo camp funciona como «la más alta metáfora de la vida como teatro», suerte de apoteosis de la artificialidad y el «como si» siempre condenado al fracaso. ¿Cuánto hay de ese espíritu en la realización de las peliculitas caseras de hoy en día? Al igual que en los intentos del camp más puro, pareciera que todo realizador de video hot amateur encarna, intuitivamente, lo que la intelectual llamaba «una seriedad que fracasa». Detalles técnicos como luz o encuadre suelen ser casi siempre descuidados, lo que disuelve momentos acaso entretenidos con una inocultable pátina de sordidez para el espectador externo. «Los videos que filmé sin saber nada fallan en la iluminación, el sonido, los movimientos de la cámara…», reconoce un hombre joven que prefiere no dar su nombre, con una sonrisa avergonzada. Su ex novia completa: «Filmar, filmábamos los dos. Pero aunque yo podía agarrar la camarita la iniciativa siempre la tomaba él. En general los mirábamos juntos y alguna vez los miré sola. Creo que él los mira a solas más que yo. Me parece que incluso más veces de las que me dice. Quizás ahora los está mirando».
—Alejandro Margulis