Hombres mirando al este

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Los pescadores de la Costanera porteña lanzan sus cañas a la espera de un pique soñado cuando, al mismo tiempo, buscan una vía de escape al estrés diario. Testimonios de una actividad que sobrevive al paso de los años y atrae cada vez a más personas.


(Jorge Aloy)

El viento sopla del este, y Hernán Carcacha no deja de mirar en dirección al agua amarronada. El río de la Plata está revuelto y el cielo cerrado de la noche amenaza con descargar un gran chaparrón. El estado del tiempo, sin embargo, no inquieta a este pescador que, con atención, espera un pique especial: a lo largo de la Costanera, saben que ya tiene que comenzar la temporada del pejerrey, y ahora son cientos los que, como él, aguardan un tirón fuerte en la caña, un golpe de suerte.
La pesca a orillas del río de la Plata no solo sobrevive al paso del tiempo y a los nuevos hábitos, sino que, dicen, atrae a cada vez más personas. No hay cifras actualizadas, solo la estimación de los mismos pescadores. Lo seguro es que, tanto de día como de noche, y en particular los fines de semana, la Costanera porteña recibe a miles de personas dispuestas a hacer a un lado el estrés, la impaciencia y las exigencias de la vida diaria.
«¿Se pescó algo? ¿Qué sacaste? ¿Con qué?». Las preguntas se repiten a medida que, caña y heladerita en mano, van llegando los pescadores al lugar. Por estos días, que varían entre la temperatura que empieza a bajar y las lluvias, son los más enamorados de la pesca quienes se acercan al río a probar suerte. En cambio, un día de calor, la franja costera puede colmarse de personas en busca de un poco de aire fresco y hasta puede complicarse encontrar un buen lugar para lanzar la caña.
Las zonas para pescar, en donde se concentra la mayor cantidad de gente, son cinco: a la altura del Parque de los Niños; frente a Parque Norte, también llamado el «abanico»,  que incluye un muelle; Aeroparque, el Club de Pescadores, que es solo para socios; y Costa Salguero, en donde se puede pescar a la altura del agua. Con la luz del sol o no –muchos eligen pasar la noche–, la Costanera nunca luce vacía.
Según la última encuesta a los pescadores de la Costanera, del año 2011, realizada por la Agencia de Protección Ambiental del Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño, el tiempo de permanencia promedio es de ocho horas y la actividad se realiza principalmente entre las cuatro de la mañana y el mediodía. «Ahora en el invierno venimos a las cuatro o cinco de la mañana. Mientras estén las ganas de venir a pescar y de tomar unos mates…». Paola Taborda habla mientras su pareja, Hernán, continúa atento a lo que pueda pasar con el pejerrey. En esta noche, es la única mujer que prueba el pique: en su caso, busca sacar algún bagre, pati o tal vez alguna carpa. Si bien los hombres son mayoría en la actividad, los mismos pescadores dan cuenta de que, cada vez más, suelen verse mujeres a cargo de los anzuelos, las carnadas y las líneas.

Bajar un cambio
Pueden venir de cualquier barrio porteño o del Conurbano bonaerense, pero, ante la pregunta, nadie duda de que la pesca ayuda a bajar las tensiones, como un cable a tierra. «Mirás el río y te olvidás de los problemas que tenés allá dentro», dice el jujeño Rubén Reyes (55), mientras señala en dirección a las torres de edificios que se levantan pasando la pista de Aeroparque. Cada domingo desde las ocho de la mañana, cuenta, él está, no importa si hay sol o llueve. «Es el día que tengo para venir a despejarme», argumenta, y no importa si se saca algo o no: «Si pica, bien, y si no, con estar ya es suficiente», añade, mientras masca una hoja de coca.
Para Luciano Carregal (20), que pasa las noches junto con su suegro y aprendió a pescar frente al Aeroparque, ni la lluvia es un motivo para suspender un plan de pesca: «Cualquier cosa nos metemos adentro del auto y ya está». Mirar el río y olerlo, sentir el viento en la cara: la pesca, en un punto, queda en un segundo plano, cuentan. Por esta misma razón a Hugo Leiva (36) no le interesan los torneos de pesca que organizan distintos grupos de pescadores. «He concursado, pero no me gusta usar mi pasión para ganar plata», dice él.
Lo cierto es que también son frecuentes las competencias en donde la inscripción es por caña y el ganador se lleva el 70% de lo recaudado. Los «cadetes» (menores de edad) suelen participar sin cargo. La convocatoria se realiza a través de las redes sociales y, los días de torneo, los pescadores suelen llegar de forma anticipada a la Costanera para elegir el mejor lugar. Un jurado interviene para otorgar los puntajes (a la «pieza» de mayor longitud y por especie pescada).

Historias de amistad
A pesar de que ya oscureció, nadie está intranquilo. Más bien, todo lo contrario. Ante la consulta, explican que no suele haber problemas de inseguridad. Puede ocurrir que haya algún cruce con los jóvenes que, a la madrugada, salen de los boliches de la zona, pero nada pasa a mayores.
A cargo de la seguridad de la Costanera, alguna vez estuvo Jorge Maldonado (42). «Antes cuidábamos nosotros los autos y a los que venían a pescar para que no los roben», cuenta Jorge, más conocido como Pipi: hace un poco más de ocho años que vive, en una carpa hecha con bolsas de residuos, frente a Aeroparque. Allí vende carnadas a los pescadores y, claro, él también practica la pesca. Entonces recuerda cuando con su grupo de amigos del lugar sacaron un dorado de nueve kilos o las bogas de gran talla. Una pregunta sobrevuela el ambiente, pero él se adelanta: «Hay gente que dice que el pescado acá es incomible porque está contaminado. Nosotros ya tendríamos que estar muertos hace ocho años, porque vivimos comiendo pescado y es riquísimo». Si bien existe una prohibición de consumo de los pescados del río por contener niveles peligrosos de metales pesados, en un rápido relevamiento realizado por Acción, se impusieron quienes sí se llevan los pescados de la jornada, sobre todo los de mayor tamaño, para comer.
Entre los pescadores de la zona, también circulan las anécdotas: algunas trágicas, como haber sido testigos de gente que terminó con su vida tirándose al agua. Otras con un final feliz, como el pescador que, con una soga atada a la cintura, se tiró al río para rescatar a un perro. O la que protagonizó Jorge Pipi Maldonado, una noche, cuando una mujer sentó a su hija de dos años en el muro para sacarle una foto, y la nena cayó al agua. Atrás de ella, se tiró él, cuenta –y otros pescadores ratifican la historia–. Tras sostenerla a flote, lograron subir a la nena con un copo, conocido por todos como mediomundo. A él, en cambio, no pudieron subirlo, así que tuvo que nadar 200 metros hasta una escalera.
Más allá de los hechos puntuales, Hugo Leiva (36) destaca que ir a pescar a la Costanera es como encontrarse con una gran familia. «No hay competencia o rivalidad. Nos ayudamos, te puede faltar un anzuelo o una tanza, y no pasa nada, se comparte todo. Acá podés estar al lado de un chabón que tiene una camioneta 4×4, yo vengo en colectivo, y comemos un asado juntos». Cuenta que pesca de noche dos veces por semana desde hace dos años en la zona, y que se toma un colectivo que lo deja enfrente del aeropuerto con una o dos de las diez cañas que tiene. «Es mi pasión. ¿Sabés qué lindo es estar mirando, y que de repente te pegue un cañazo y después traer semejante bicho? Por ahí no lo comés, pero es la emoción de pescarlo», explica. Si bien asegura que de este lugar nadie se va a ir sin pescar, «lo principal es la buena onda». «Como siempre decimos con otro muchacho, no pescarás nada en Costanera, pero seguro que te matás de la risa», agrega. Es cierto: las bromas van y vienen, mientras se arman fuegos y se destapan vinos o se preparan fernets. «Compartimos asados, charlas, compartimos muchas cosas –aporta Jorge Maldonado–. Y lo que más se destaca es la humildad y la amistad de la persona que viene acá a Costanera.»

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