Islandia ya no quierepertenecer a la UE

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El país que llevó al banquillo a los responsables de la crisis financiera tras la caída de los bancos canceló finalmente su solicitud de ingreso a la Unión Europea.

 

Revista presidencial. Olafur Ragnar Grimsson, el primer mandatario, es uno de los que prefiere quedar al margen del organismo. (AFP/Dachary)

Colonizada por los vikingos, Islandia es una isla perdida en el Atlántico Norte, a casi 1.000 kilómetros de distancia de la tierra firme más próxima, cuya geografía está habitada por más ovejas que seres humanos. Allí donde algunas noches duran 20 horas, el pueblo de 320.000 personas, en medio de su peor crisis, votó no rescatar a los bancos que causaron el problema. Tuvieron un gobierno que respetó las urnas y privilegió salvar a los suyos y no a las finanzas extranjeras. Contaron con un sistema jurídico que metió presos a los responsables del gigantesco desfalco. Es un país que ahora decide no ingresar a la Unión Europea (UE) porque, sencillamente, no le conviene. Son pequeños en el gran mapa del Viejo Mundo, sí, pero su negativa enciende una alarma que suena fuerte en la organización continental. Muchos preguntan qué se creen los islandeses como para presumir de su autonomía a partir de una posición, a priori, débil, casi insignificante. Desde Reikiavik parecen contestar que después de haber conocido el horror ya no le temen a nada.
«Si no somos necesarios para ellos, ¿para quién?», murmuraban en Bruselas al enterarse de la decisión del gobierno de Islandia. El ministro de Asuntos Exteriores de Letonia, Edgars Rinkevics, país a cargo de la presidencia temporal de la UE, recibió la noticia personalmente de boca de su colega, Gunnar Braggi Sveinsson. «El gobierno considera que Islandia ya no es país candidato y pide a la Unión Europea que actúe de acuerdo con esta decisión a partir de ahora», expresó Sveinsson. El funcionario fue más allá y advirtió que «esta nueva política cierra cualquier compromiso que pudieran haber hecho anteriores gestiones en el marco de las negociaciones de acceso». La retirada islandesa replica, en rigor, a un pedido del propio país en 2009, cuando bajo un gobierno de distinto signo político, solicitó su incorporación al bloque. Eran otros tiempos. Una coalición entre la socialdemocracia y el Partido Verde estaba en el poder y fue la que impulsó el ingreso a la UE como quien se aferra a un salvavidas en medio del naufragio. La burbuja inmobiliaria había estallado en varios puntos del globo, también en esa lejana nación. Escaparon de esa trampa fortalecidos, sin hacerle caso a recetas que se vendían como infalibles. Ese impulso los anima hoy a confiar en que pueden seguir andando sin estar a babuchas de nadie.
La UE podría, por el peso económico de la isla, no preocuparse por el «detalle islandés». Pero la postura separatista incomoda al grupo. Noruega ya se había retirado en 1994. Suiza se mantiene firme en decirle No a la novia en el altar. El romance entre el conglomerado europeo y algunos estados desarrollados de Europa sigue en crisis. Frente a Islandia, la UE se parece a la mujer bonita que se lamenta porque algunos no la miran, tan preocupada que luce por seducir a todos. Sería una torpeza minimizar ese desplante, razonan muchos analistas internacionales. Es que la candidatura de Islandia servía para dar fe de que el grupo de Bruselas no solo podía convocar a economías endebles e inciertas y a democracias no tan consolidadas, sino que era capaz de reunir, además, a países con alto nivel de desarrollo, de elevados niveles de vida y con un sistema de gobierno legitimado durante siglos por la voluntad de las mayorías. El rechazo de Reikiavik plantea, así, una pregunta inquietante: ¿a qué ciudadanos y a qué países puede seducir hoy la UE?
La oposición en Islandia criticó más de forma que de fondo lo dispuesto por el primer ministro Sigmundur David Gunnlaugsson, que asumió en 2013 a la cabeza de una coalición entre partidos progresistas e independentistas. Hubo varias manifestaciones por las calles de la capital del país protestando contra lo resuelto por el oficialismo. «El Gobierno no se atreve a enfrentarse al Parlamento ni a la población en este asunto, pero intenta engañar a la Unión Europea para que acepte un cambio de estatus de nuestro país», declaró Arni Pall Arnason, líder de la Alianza Socialdemócrata. Ossur Skarphedinnson, que ocupaba el Ministerio de Exteriores cuando se presentó la solicitud de ingreso a la UE, aseguró que Gunnlaugsson se excedió en sus prerrogativas constitucionales. «Es un ataque a la soberanía del Parlamento, no se consultó a la Comisión de Relaciones Exteriores, ellos saben que la oposición está unida y que no está de acuerdo con lo que se resolvió», declaró el ex canciller. Por las dudas, desde Bruselas se dejaron las puertas abiertas para un eventual retorno de Islandia. «Es su facultad tomar decisiones libres y soberanas y nosotros respetamos plenamente lo que consideren», expresó Maja Kocijancic, vocera de Política Exterior y Seguridad Común de la UE.
Detrás del divorcio de este matrimonio jamás consumado hay razones que explican el desenlace. Una de las claves de la recuperación de Islandia fue la independencia de su moneda respecto al euro. Al poder establecer la paridad de la corona acorde con las necesidades de su política económica, el país se quitó de encima uno de los condicionamientos que impone la UE a sus socios respecto al manejo de las divisas. La regulación del mercado cambiario y el control a los depósitos, armas que contribuyeron a derrotar la crisis, también eran recursos vedados desde Bruselas. Pertenecer a la alianza continental hubiese supuesto, también, renunciar a una de las fuentes de ingreso más valiosas de la isla: sus recursos pesqueros. La UE pretende limitar el cupo de bacalao y caballa, que en aguas del Ártico son como la soja de las pampas. «Nosotros no podíamos aceptar el régimen pesquero que querían imponernos», declaró el presidente de Islandia, Olafur Ragnar Grimsson. Como vikingos pelean cada centímetro de mar. Los rivales son el Reino Unido y Noruega, que hasta amenazaron con pedir sanciones de tribunales internacionales.

 

Crisis brutal
Islandia ya demostró cómo responde a las amenazas. En 2007 ocupaba el primer puesto en el ranking del Índice de Desarrollo Humano que preparan las Naciones Unidas. Un año después, todo se desplomó. El boom inmobiliario y sus hipotecas baratas y eternas también habían atracado en aquel puerto. La caída del banco de inversiones norteamericano Lehman Brothers arrastró a los tres principales bancos locales, que habían tomado créditos por un valor global 10 veces mayor al PBI del país, con pérdidas de 85.000 millones de dólares. La tasa de desempleo se multiplicó por 9, la corona se devaluó un 80% respecto al euro. Quienes habían comprado su casa a plazos pagaban hasta el 150% de lo que habían recibido y seguían debiendo. El Fondo Monetario entró a escena con 2.100 millones de euros bajo el brazo y su clásico manual de ajuste a aplicar. Hubo rechazo popular a ese remedio y en elecciones anticipadas la izquierda ganó la mayoría absoluta en el Parlamento.

Ciudad apacible. Reikiavik, la capital islandesa, una ciudad con raíces vikingas y con una importante industria pesquera. (Rex Features/Dachary)

Sobrevino entonces un empoderamiento de los ciudadanos. Se votó una ley que obligaba a los islandeses a retribuir los fondos de ahorristas holandeses y británicos que habían invertido en las sucursales extranjeras de los bancos en Reikiavik. El plan era cancelar 3.500 millones de euros (40% del PBI) en 15 años, a tasa del 5%. Hubo protestas masivas y el proyecto fue evaluado a través de un plebiscito. Ganó el No. Se insistió con otro plan de pagos: sería ahora a 37 años y con una tasa del 3%. También fue repudiado por revueltas y volvió a ser sometido a comicio. Otro triunfo del No. No hubo rescate para los bancos. Y los directivos de las entidades financieras involucradas fueron juzgados por la estafa. Recibieron penas de entre 4 y 6 años de prisión efectiva. Un ex secretario del Ministerio de Finanzas fue condenado a 2 años de cárcel por vender sus acciones del banco Landsbanki antes de que quebrase, obteniendo ganancias por 1.200.000 euros.
Islandia empezó a recuperarse renegociando su deuda, recibiendo capitales de sus vecinos escandinavos, frenando hasta el límite de lo tolerable su gasto público, creando nuevos impuestos y reimpulsando las exportaciones pesqueras, la industria del aluminio, el turismo y la eco-tecnología. Redujo la desocupación a la mitad y hoy el PBI, que había caído un 8% en dos años, registra un crecimiento anual del 3,3%. Y el país obtuvo un bonus extra: el FMI declaró que el plan islandés ofrece lecciones para los tiempos de crisis. «Básicamente somos todavía una nación de granjeros y pescadores», graficó el presidente Grimsson. Consultado sobre qué consejos podría brindarle a Grecia, prefirió no hacer comparaciones. Pero ya liberado de su vínculo con Bruselas, aseguró que la UE se había equivocado con Islandia y se permitió un interrogante: «Si erraron con nuestro caso, ¿por qué deberían tener razón en otros?».

Diego Pietrafesa

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