8 de septiembre de 2020
El 31 de agosto un vuelo de la línea aérea israelí El Al despegó de Tel Aviv y aterrizó en los Emiratos Árabes Unidos. Calificado como «histórico» por varios medios, lo es si se piensa que el Estado de Israel tiene muy pocas relaciones diplomáticas con el mundo árabe que lo rodea. Sin embargo, lo notable del hecho es que se lo presenta como un paso hacia la paz en el Oriente Medio cuando Israel y los Emiratos no están en guerra ni tienen fronteras comunes.
A nadie se le escapa que los dos países mantenían relaciones extraoficiales hace tiempo y que a Estados Unidos este acuerdo le sirve para contrarrestar la influencia iraní, mucho más que para avanzar en un hipotético plan de paz con los palestinos que, otra vez, ni siquiera fueron convidados a la fiesta.
Al presidente de Estados Unidos le gustan los golpes de efecto y sostener al Estado de Israel, su principal aliado en la región. A diferencia de Obama que en 2009 viajó a El Cairo para hablarle al mundo árabe, Trump le habla –casi exclusivamente– al primer ministro Benjamin Netanyahu y resalta en público que «el Estado judío nunca tuvo un mejor amigo en la Casa Blanca que Donald Trump». Es así que a principios de año presentó junto con Netanyahu su «visión de paz» entre israelíes y palestinos, excluyendo a los palestinos.
No cabe menos que extrañarse que se vendan con bombos y platillos «acuerdos de paz» entre israelíes y palestinos sin que estos últimos participen. Más aún cuando hay una propuesta real de paz de todo el mundo árabe de 2002 que Israel nunca atendió porque ponía como condición que abandonara los territorios ocupados en la guerra de 1967. Israel y los Emiratos podrán hacer grandes negocios, pero no acercan la paz entre israelíes y palestinos. Trump y Netanyahu lo saben, por eso lo venden con bombos y platillos.