La batalla de las pibas

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Con torneos propios y la primera liga profesional del mundo, ellas ganan terreno improvisando rimas, en una disciplina dominada por varones. Las protagonistas de la escena local y el surgimiento de un nuevo paradigma, sin frases misóginas ni homofóbicas.


Caty. «Los varones tienen un estilo más agresivo, son capaces de decirte cualquier cosa para ganar», cuenta una de las pioneras del género. (Daniel Sosa)

Caterina Alaniz tiene 22 años y una hija de 5. Cuando no está con ella, trabaja de empleada administrativa y estudia Derecho. Ni en el despacho ni en la universidad serían capaces de imaginarla sobre un escenario, improvisando rimas y convirtiéndose de a poco en una de las referentes de la escena local del freestyle femenino. «Yo dejo que las cosas pasen –explica–. No estoy buscando algo. Si no, estaría metiéndome presión. Nadie sabe lo que hago porque lo siento algo mío».
Lo que «Caty» siente dejó de ser una rareza. Como está pasando –o debería pasar– en todos los terrenos, el rap se está deconstruyendo y, aunque la presencia masculina sigue siendo mayoritaria, cada vez más mujeres participan tanto en competencias informales como las que tienen lugar en las plazas de los barrios o en las inmediaciones de las estaciones de trenes, pero también en los torneos del circuito oficial. Argentina, además, es pionera, ya que cuenta con la primera liga profesional de freestyle femenino, dándole al fenómeno el carácter irrevocable de las conquistas sociales.
«Es lo mismo que está pasando en otros rubros, en otros géneros artísticos y también en trabajos o empresas que no tienen nada que ver con la música. Las mujeres no tenían las mismas posibilidades que los hombres, pero eso en los últimos cinco años fue cambiando. Si antes las chicas en el freestyle éramos solo el 5%, hoy somos un 10%, parece poco, pero es el doble», remarca Taty Santa Ana, host (presentadora), productora y gestora de eventos, y una de las tres productoras de Triple F (por Federación de Freestyle Femenino), la primera de habla hispana en el mundo. «La adaptación social –continúa– es un proceso lento. Las mismas pibas son las que tienen que sacarse las inseguridades y tomar confianza».
Taty recuerda que la idea se les ocurrió junto a dos amigos –hoy sus socios en el proyecto– al comprobar que la escena local no motivaba la participación de las mujeres. Así imaginó una competencia de chicas raperas que ayude a darles visibilidad y al mismo tiempo sea una plataforma de profesionalización para alcanzar los estándares de los «consagrados». «Las posibilidades no llegan solas, hay que crearlas. La liga sirve para darles una motivación plena a las pibas», sostiene.
Con un compromiso integrador, Triple F es un certamen de cinco fechas que se realiza en el Centro Cultural Recoleta, con entrada y participación gratuita, donde compiten cinco chicas preclasificadas –con un exigente formato para batallas de entre 20 y 25 minutos de duración– que están consolidando su reputación en la escena, como Saga, Brasita, Roma, NN y Caty.
«Empecé hace un año –cuenta esta última– por mi hermano. Yo iba mucho a una plaza de Parque Patricios a verlo rapear. Siempre escuché otro tipo de música, soy más del rocanrol, pero la cultura me interesó, me sentí atraída y cuando me di cuenta ya estaba metida hasta el fondo».
Luego de verla una tarde en acción, Medusa, la productora de Santa Ana, convocó a Caty para participar de la liga y mostrar en un escenario todo lo «aprendido» en la calle.
«Yo estaba acostumbrada a competir con hombres –reconoce– y ellos tienen un estilo más agresivo. No solo por las cosas que te dicen que, en muchos casos, tiene que ver con denigrar a la mujer, sino que en el ámbito de las “batallas” (duelos de improvisación donde el público o jurado elige al vencedor) los competidores se lo toman muy a pecho, pareciera que tuvieran algo personal en tu contra, son capaces de decirte cualquier cosa para ganar. Igual, después de la batalla, nos damos un abrazo y no pasa nada».


NN. Cuestionar la cultura machista. (Daniel Sosa)

Tanto Caty como Santa Ana coinciden en que en las competencias mixtas uno de los argumentos recurrentes de los varones es la descalificación por el género. «Me gustaría decirte que eso es algo inocente, pero la realidad es que todavía no nos terminamos de sacar el paradigma machista de encima. Aunque lo cuestionemos, es el inconsciente que actúa. Hay muchas mujeres que contestan con el mismo machismo con el que les hablan; otras, más feministas radicales, contestan con ideología. También conozco casos que solo usan la cuestión de género como estrategia o porque les sirve en el momento de la competencia», explica Santa Ana.
Caty, por su lado, reconoce que los ataques que recibía por ser mujer la llevaron a contestar «cosas feas, agresivas», pero, aclara, solo buscaban «inhibir al otro para que se quede callado y lo piense». Hoy, con algo más de experiencia, reflexiona que las descalificaciones machistas «al principio me molestaban, pero ahora me mato de risa».

Inclusión joven
El avance de las «freestylers» llevó a que se realizaran experiencias exclusivamente femeninas (con hosts y juradas mujeres), como Riña de las Gallas en el Centro Cultural Haroldo Conti, y otras aun más deconstruidas, como Pueblo Rapper, una competencia que busca generar un espacio libre de rimas discriminatorias. El dato que prueba que el circuito comercial también tomó nota de la avanzada feminista es la presencia de dos mujeres entre las 16 finalistas de la versión nacional de Red Bull Batalla de los Gallos, la competencia de Hip Hop Freestyle más importante de habla hispana.
«Creo que cualquier piba puede competir con los varones que están en la Red Bull, aunque quizás les falte confianza. Les falta experiencia de batallas en el escenario. Si bien la subcultura del freestyle es joven, es más joven la inclusión de chicas en espacios tradicionalmente ocupados por varones. Y esa diferencia de tiempo se nota en las oportunidades», opina Santa Ana.
«Si te cruzás con cuatro chicas en una competencia –dice Caty– es un montón. No sé si es por vergüenza o porque no se animan, pero todavía no hay muchas mujeres que quieran subirse a un escenario a competir. Por ejemplo, es muy difícil conseguir una plaza en la FMS (por Freestyle Master Series, de los eventos más importantes de la disciplina) y creo que esa es justamente la parte divertida. Si las posibilidades son mínimas es mejor. Tiene que costar, si no, no tiene sentido».
En paralelo a la lucha de las competidoras por imponer su propia voz en el género, el público comienza a colaborar en la instauración de un nuevo paradigma más inclusivo. Las frases misóginas u homofóbicas de los varones generan, lejos de la ovación de otra época, repudios explícitos o, al menos, silencios condenatorios. Santa Ana destaca que no se trata solo de ocupar un espacio, sino también de refrendarlo a fuerza de talento y trabajo. «La única manera de sostenerlo –afirma– es rapeando, estudiando, leyendo, escribiendo, aprendiendo de cultura general, abriendo la cabeza, y más si lo que se pretende es hacer del freestyle una carrera. Son muy pocas las que pueden vivir de esto».
Caty ni siquiera puede pensar en eso de mantenerse gracias a rimar bien: prefiere que la vida la sorprenda. Sin embargo, tiene en claro cómo le gustarían que fuesen las cosas: «Ojalá existiese una competencia grande que fuera mixta, la misma cantidad de varones y mujeres. Sería mucho más divertido porque cuando te topás con hombres, te exigís más; y seguro a ellos les pasa lo mismo con nosotras».

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