La década ganada

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Dicen que «los 40 son los nuevos 30». Y, en efecto, el aumento de la longevidad y las mejoras en la calidad de vida fueron transformando los conceptos de juventud y vejez. Cómo se vive hoy esa etapa de madurez, renovación y proyectos.

Foto: Latinstock

Un hombre ronda la cuarentena y está vestido de buzo, jean y zapatillas. Lleva auriculares y anteojos de sol sobre la cabeza. Quizás esté yendo a buscar a su hijo en edad escolar a la clase de taekwondo, quizás a un partido de fútbol cinco. Una barba entrecana le tapiza las mejillas, él se planta en la vereda como quien ya aprendió unas cuantas cosas de la vida. Un grupo de amigas, también alrededor de los 40, esperan que la moza traiga sus platos y toman agua con gas en un patio de comidas. Ríen, charlan con vitalidad probablemente de sus hijos o de sus exmaridos, o de sus amantes. O de los movimientos profesionales, del viaje que planean hacer juntas, del yoga. Parecen estar en la intersección justa entre sabiduría y belleza. Esa clase de belleza donde las líneas de expresión añaden un elemento narrativo para ser leído. Son imágenes de personas que transitan los 40 y lucen –y se autoperciben– «jóvenes y modernas».
Es evidente que es una edad bisagra y entraña un replanteo: uno está en medio de la vida; no se es joven pero tampoco viejo –situación híbrida que desorienta un poco más a las mujeres– y que, según los expertos, coloca a las personas frente a una disyuntiva que tiene una dimensión evolutiva (la cuestión biológica de la edad) y otra circunstancial (motivada por los cambios del entorno).
Más allá de cuestiones asociadas con las emblemáticas cuatro décadas, como el clic del reloj biológico en las mujeres, la rendición de cuentas de logros profesionales y personales ante el destino y la amenaza del deterioro físico en ambos sexos, se trata de una etapa que bien puede pensarse como un momento de realizaciones existenciales: después del ajuste de cuentas llegan ganas de renovarse y volver a ser joven, y la toma de conciencia de aquello que quedó pendiente y todavía se puede emprender.
Muchas personas que hoy rondan los 40 parecieran confirmarse, todavía, como depositarios de juventud. Una juventud madura y bien estacionada, pero juventud al fin.
Luciana es abogada, soltera y no tiene hijos. «Cumplí 40 en febrero, ¡un horror!», dice entre risas. El último día de ese mes la encontró con amigas, de festejo por su natalicio. Tomaron cerveza, comieron ñoquis, miraron el video sorpresa con imágenes de los viajes que hicieron juntas por el mundo.
Luciana, que vive sola desde hace diez años en un departamento que compró a crédito, toma clases de inglés, va a recitales, ama viajar y juega al fútbol en el equipo femenino del Colegio de Abogados de La Plata. Para ella, antes una persona de 40 ya era mayor, pero hoy esto no es tan así. «La edad es una cuestión inevitable, lo importante es cómo estás internamente, el espíritu y la vitalidad para encarar la vida. Eso no necesariamente tiene que ver con los años que uno cumple. Conozco varios “jóvenes viejos”».

Una mirada sociológica
La socióloga y doctora en Ciencias Sociales Florencia Bravo Almonacid, docente e investigadora de la Universidad Nacional de la Plata y becaria posdoctoral del CONICET, informa que la esperanza de vida ha aumentado en Argentina considerablemente: en 1950 era de 62 años y hoy es de 76. Según datos y estimaciones de la CEPAL, se proyecta que en el 2050 será de 81 años. Este aumento, sumado a la baja de la tasa de fecundidad, produce lo que se llama envejecimiento poblacional: el aumento del porcentaje de la población de mayor edad sobre el total de la población del país. En este sentido, y en relación con los mandatos sociales y culturales que recaen sobre una persona, todas las sociedades dividen el curso de vida en períodos de edad (niñez, juventud, adultez, vejez) a los que se les atribuye identidades, roles y prescripciones. Por lo tanto, se puede esperar que el desplazamiento en la esperanza de vida modifique las significaciones y las expectativas sobre las personas que transitan edades avanzadas.
Almonacid afirma que el envejecimiento poblacional afecta de modo distinto a varones y mujeres. La esperanza de vida al nacer en las mujeres es más alta que en los varones (80 y 72 respectivamente). Así, ellas no solo viven más años sino que, además, hay más mujeres de edades avanzadas. Esta diferencia se expresa en varias dimensiones: en el ámbito del hogar, dada la mayor viudez femenina, en materia de sociabilidad, ya que es mayor la cantidad de mujeres que participan de actividades de ocio.
Las significaciones en torno de la edad no solo dependen de los contextos socioculturales sino también de los marcos legales: es central pensar, por ejemplo, cómo se organizan las políticas sociales, y el vínculo con la distribución de derechos y obligaciones desde el Estado. Los cambios en estas esferas, junto con las condiciones socioeconómicas, de género, étnicas, etcétera, de cada persona, van a  moldear las formas de transitar la última etapa del curso de vida: la vejez.
Es lógico que el desplazamiento de la esperanza de vida traiga aparejado el corrimiento de las edades. La realidad económica, política y social también influye en la renovación del imaginario acerca de lo que se considera juventud. Las crisis económicas, por ejemplo, se asocian con cierta demora de ingreso al mercado laboral. Cabe pensar, en este sentido, que la ralentización de la inserción y el desarrollo profesional también funciona como regulador de los mandatos y prescripciones de cada edad.
Ana tiene 40 años, es licenciada en Artes Plásticas y docente. Está casada y tiene dos hijas. La mayor, de 6 años, nació a sus 33. «Mi vieja, a mi edad, ya tenía tres hijos y el mayor le llegaba a la mitad de su edad», dice para ejemplificar cómo ve la diferencia entre los 40 de antes y los de ahora. Y adjudica los cambios culturales a la importancia actual de la carrera profesional como espacio de realización para las mujeres y a la posibilidad de decidir cuándo y cómo tener hijos. Los hábitos más saludables, dice Ana, hicieron que a los 40 años uno se vea más parecido físicamente y en actitud a los 30 de antes. «La única forma de irse de la casa antes era casándose. Hoy no es así; tampoco existe un mandato social rígido que obligue a tener hijos. Y además hay más posibilidades de elección: juntarse, ensamblarse, adoptar hijos o tenerlos con tratamientos de fertilidad».
Si se tiene en cuenta que dos siglos atrás la expectativa de vida era de 30 años, es inevitable asombrarse al ver que hoy esa suele ser la edad de un joven entrando a la primera adultez, un joven que posiblemente se haya graduado después de los 25 años. A los 40, o poco antes en el mejor de los casos, estará listo para descollar.