La dictadora implacable

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En «Doña Lucía», la periodista Alejandra Matus retrata a una trepadora que podía ser más cruel que su marido.

 

Investigación. Fueron tres años de entrevistas y búsqueda de datos.
(Amaia Diez)

Lucía Hiriart no se puede enfermar del corazón, porque no tiene». El chiste, dice Alejandra Matus en Doña Lucía, refleja el escaso respeto y temor que, a diferencia de otras épocas, le prodiga la sociedad chilena a la viuda de Pinochet.
El libro –que será llevado al cine y la TV– va por la tercera edición y ha permanecido en los primeros lugares de los rankings chilenos desde que se lanzó en noviembre pasado. En él, la periodista trasandina –también autora de Crimen con castigo (1996) y El libro negro de la justicia chilena (1999) –derriba el «modelo de virtud y distinción» que la ex primera dama –famosa por su afición a los sombreros y a los abrigos de piel– trató de imponer durante la dictadura. A lo largo de 279 páginas, y gracias a unas 60 entrevistas a colaboradores y detractores del régimen militar, así como a familiares de la propia Lucía –algunos que, incluso, fueron víctimas de la represión chilena–, Matus reconstruye la imagen de una mujer que cambiaba de humor constantemente, era grosera, tiránica y hasta cruel. También, la de la esposa de un oficial 10 años mayor que pasó penurias junto a un hombre dado a las infidelidades y que, durante mucho tiempo, no pudo brindarle las comodidades a las que estaba habituada. Lucía fue la hija mayor de un abogado y senador radical que se distanció de ella luego de enterarse de las atrocidades que se cometían en Chile con su yerno en el poder. También fue reina de belleza en la secundaria, con un pobre desempeño académico  y aspiraciones de princesa. A los 16 años era una chica mimada, cuando conoció a Augusto Pinochet, con el que se casó poco después y tuvo cinco hijos: Lucía, Augusto, Verónica, Marco Antonio y Jacqueline.
«Milico de mierda, inútil». Con palabras como éstas, Lucía humillaba constantemente a su esposo, y él la engañaba con otras mujeres, incluidas prostitutas, aunque nunca tuvo el coraje de abandonarla. ¿Qué los unía? ¿El poder, la ambición? «Son los misterios de los romances», comenta Matus. «Ellos llevaban casi 30 años juntos antes del golpe. Pinochet aspiraba a escalar en la vida y ella le era útil, le abría puertas. Él mismo reconoció que le debía a su suegro el haber ascendido a cargos que, de otro modo, no habría conseguido. Lucía anhelaba un marido a la altura de sus expectativas, con la influencia que tenía su padre. Al final, lo consiguió».
Fue ella quien impulsó a Pinochet a plegarse al golpe que derrocó a Salvador Allende, el 11 de setiembre de 1973, al igual que otros uniformados, como José Toribio Merino, almirante de la Armada y luego, como Pinochet, integrante de la Junta. Una noche, Lucía habría llevado a su marido al cuarto de sus nietos y le habría preguntado si quería verlos crecer «esclavos del comunismo». Eso lo habría decidido.

 

El socio Contreras
Una de las frases predilectas de esta mujer era «hay que hacerlo sin contemplaciones». Así, obsesionada como estaba con la idea de que la engañaran, no sólo lo controlaba a él, sino que espiaba a militares y funcionarios públicos y frenaba o cortaba sus carreras. Curiosamente, mientras se creía guardiana de la moral, en privado era una madre desapegada y hasta negligente, y no movía un dedo por sus parientes que caían en las redes de la dictadura. «Ella tenía una rudeza más manifiesta que Pinochet, estaba más convencida de todo. La frialdad que tuvo hacia esos familiares fue una de las cosas que más me sorprendieron. Ahora, lo de los hijos era más esperable, por ciertas declaraciones que ellos hicieron en ciertos momentos… En una revista, su hija Jacqueline dijo que habían sido criados por escoltas», señala Matus.
¿La historia de Chile habría sido distinta de haber existido otra señora Pinochet? «Él jugó su parte, no era sólo un monigote», responde la periodista. «En lo cotidiano, eso sí, era más blando y más cariñoso que su mujer. No se puede “manipular” la historia, pero una puede pensar que otra mujer no lo habría incentivado a seguir el camino que tomó. Él pertenecía a un grupo del Ejército que hasta el 9 de setiembre del 73 no adscribía al golpe, que pregonaba la no intervención política; no tenía una férrea postura intelectual».
De acuerdo con Matus, Lucía era «uña y carne» con Manuel Contreras, el director de la Dirección de Inteligencia Nacional, la brutal policía secreta de Pinochet. Era él quien se encargaba de mantenerla al día de lo que pasaba a su alrededor. «Esto habla de que ella tenía una fiereza muy fuerte y le parecía bien el papel que jugaba Contreras en la dictadura. Estaba convencida de que en cualquier momento podía sufrir un secuestro, y que él la protegía. Además, Contreras, que era un maestro de las intrigas, le llevaba y traía informaciones sobre gente vinculada con el poder. Era su aliado, pero también fue muy astuto: jamás le contó las actividades extramaritales de su marido. Él fue como una sombra de ambos. Le guardaba a cada uno fidelidad y secretos».
Durante la dictadura, Hiriart era tan influyente que exigía nombramientos. Ahora, a los 90 años, sólo mantiene el poderío económico (con restricciones, luego de que se destaparan las millonarias cuentas del Banco Riggs) y el apellido Pinochet. «Cuando él vivía, había quienes los visitaban para fiestas patrias o para los cumpleaños, pero no tienen esa lealtad ni cariño por su viuda. Ella no era el tipo de persona que generaba amistades duraderas ni profundas y, en cualquier momento, si alguien perdía su confianza, podía caer en desgracia. Tras la muerte de Pinochet, ella ha estado bastante sola, con sus hijos peleados entre ellos», indica Matus. Y agrega que el hecho de no haber recibido presiones por escribir este libro demuestra precisamente eso: lo sola que ella está.

Francia Fernández
Desde Santiago de Chile

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