«La historia está abierta»

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Crisis financiera, reacomodamientos de las economías nacionales en el escenario global y los límites de los progresismos latinoamericanos, analizados por el economista marxista brasileño. Una visión crítica de los gobiernos del PT y el retroceso democrático encabezado por Jair Bolsonaro.

Chileno de nacimiento y brasileño por adopción, Marcelo Dias Carcanholo habla rápido porque tiene mucho para decir. Licenciatura, maestría y doctorado en Economía son los diplomas de este docente e investigador de la Universidad Federal Fluminense que habita las aulas y calles de Río de Janeiro. «Mi batalla es formar profesionales desde la academia, pero siempre en contacto con los movimientos sociales y la educación popular», desliza el economista de formación marxista, miembro de los grupos de trabajo de Clacso, de la Sociedad Latinoamericana de Economía Política y Pensamiento Crítico (SEPLA) y de la Sociedad Brasileña de Economía Política.
Dias Carcanholo nació en 1972, en Santiago de Chile, cuando sus padres en el exilio huían de la dictadura en Brasil. Vivió en varios países de Latinoamérica y fue aprendiendo de los procesos de resistencia y liberación que protagonizaron los pueblos latinoamericanos durante el siglo pasado.
–¿En qué escenario internacional podemos pensar hoy a Brasil y América Latina?
–Lo primero que hay que marcar es que los problemas estructurales de las economías dependientes y subdesarrolladas tienen que ver con la forma en que esas economías se insertaron en la economía mundial desde el período de la conquista. La última gran crisis del capitalismo mundial fue a fines de los años 60 del siglo XX y el capitalismo, para recuperarse tuvo que generar una nueva forma de valorizarse, haciéndolo a través del neoliberalismo. Nos hemos acostumbrado a tratar al neoliberalismo por algo que no es, confundiéndolo con políticas económicas ortodoxas, que son precondiciones necesarias pero no suficientes. Los neoliberales se definen principalmente por reformas que amplían la mercantilización de la vida, con políticas económicas ortodoxas o heterodoxas porque lo que define su aplicación es la coyuntura. En los 90, en América Latina, se implementaron políticas macroeconómicas heterodoxas, ya que, por ejemplo, no hay nada de ortodoxo en la Argentina con la convertibilidad de un dólar, un peso. El neoliberalismo puede juntarse con políticas económicas heterodoxas sin problemas.
–¿Estamos atravesando una etapa de crisis estructural del capitalismo?
–Mi hipótesis es que esta es otra gran crisis estructural y que para que el capitalismo salga de ella y vuelva a tener un proceso de revalorización de capital, tiene que encontrar otra forma histórica de ser. Si esta crisis es estructural o no, habrá que ver después, pero ya llevamos 11 años sin que pueda recuperarse. Todos sabemos, incluso ellos, que va a estallar una tercera fase de esta crisis porque la primera fue la de la crisis bancaria, la segunda fue la deuda de los Estados en Europa por cuestionar la zona euro y ahora podría ser la tercera ola de esa crisis, mucho más profunda. ¿Y qué crisis es esa? Básicamente gran parte del capital mundial –por varios mecanismos financieros– se especializó mucho más en la apropiación del valor producido que de participar de la producción del valor que se requiere para ser apropiado. Todos intentan vender ese «papelito» porque ven que más adelante quizás no lo puedan hacer o quizás valga menos y lo hacen ahora para no quedarse sin nada.
–Uno de los problemas es que hay una masa de capital ficticio superacumulado y la producción de valor está estancada. ¿Cómo intenta el capital salir de esa situación?
–Cuando estalló la crisis, los liberales decían: «que quiebren» y algunas empresas y grupos económicos quebraron o fueron vendidos por precios simbólicos, pero cuando llegó a Goldman Sachs, por ejemplo, dijeron: «Alguien tiene que comprar». Y ahí entra el Estado que, para actuar en los mercados financieros, debe financiar la actuación y para esto se saca plata del presupuesto y de los gastos no financieros, como salud, vivienda y educación. El problema es que el hoyo era tan grande que el ajuste fiscal era insuficiente y por ende desde 2008-2009 los gobiernos comenzaron a financiar este salvataje con deuda pública. Deuda pública por títulos podridos es el mejor negocio del mundo pero no resuelve nada, y por eso junto con el ajuste fiscal ahora vuelven las reformas de un neoliberalismo sin perfume ni maquillaje.
–Como dice el dicho popular «donde vaya Brasil, irá Latinoamérica» pero ¿de dónde viene Brasil?
–La victoria electoral del Partido de los Trabajadores (PT) en 2002 con Lula es el resultado de los impactos políticos y sociales de la implementación del neoliberalismo durante los 80 y 90. La estrategia neoliberal de desarrollo profundizó los determinantes estructurales de la dependencia, la gente quiso cambiar y se sembró la base social como consecuencia del rechazo a los efectos del neoliberalismo explícito. La pregunta es: ¿qué hizo el PT en el gobierno? Pues lo mismo, llevó adelante la misma política económica y profundizó la reforma neoliberal. Hasta 2009-2010 le fue bien a Brasil, no porque haya cambiado la estrategia de desarrollo, sino porque el contexto mundial era otro y el escenario externo era altamente favorable. Las tasas de interés internacionales eran muy bajas y nos dio margen de crecimiento interno, consiguiendo capitales a precios bajos. Las economías que estaban creciendo requerían importaciones para lo que ellas producían y exportaban, pasó en todos lados. En ese contexto los precios de las commodities, de esas mercancías, explotaron y al mismo tiempo la cantidad exportada por nosotros aumentó; por ende, teníamos entrada de dólares por la balanza comercial, entrada de dólares por los capitales a precios bajos y las reservas internacionales fueron aumentando. La economía creció, el Estado tuvo un presupuesto más elevado, le sobró para actuar en mercados financieros, pero le sobró también para hacer política y en Brasil se destinó a la política social.


–¿Qué elementos están relacionados con la caída del proyecto progresista?
–Hay que marcar algunas cosas en eso: en primer lugar, no le pasó solo a Brasil, le pasó a América Latina más allá de la orientación política e ideológica de cada país, incluso otras economías que no tenían ni siquiera gobiernos progresistas crecieron más que Brasil por este marco mundial del que hablamos. En segundo lugar, las políticas sociales del PT fueron focalizadas, compensatorias, no estructurales, es decir, como marca la agenda del Banco Mundial. El tercer punto importante para entender la caída del PT es la estrategia desarrollada por la conciliación de clases, eso fue lo que hicieron los progresismos latinoamericanos que gobernaron la década pasada; algunos fueron rompiendo con el neoliberalismo, como es el caso de Venezuela y Bolivia, pero otros, como Argentina, Uruguay y Brasil, no se enfrentaron a los intereses más concentrados. Cuando estalló la crisis en 2009, se terminó el escenario favorable. Cuando hay plata un Estado con esta orientación puede generar esa conciliación de clases, pero cuando no la hay, lo que queda hacer es elegir la clase en la que se va a sostener. Los gobiernos del PT eligieron la clase y precisamente no fuimos nosotros los trabajadores. Y luego para empeorar todo hubo un golpe.
–¿El PT en ningún período se propuso transformar el status quo del país?
–Voluntad puede haber habido, pero el tema es lo que se hizo. En muchos años no vamos a volver a tener una oportunidad histórica como la que hubo en 2002 para romper con la estrategia dependiente. Pareció distinto por lo favorable del escenario mundial, pero el segundo gobierno de Dilma Rousseff fue incluso más duro que lo que se hizo después, en términos de ajustes fiscales y reformas del Estado.
–¿Por qué el golpe entonces?
–Por contradicciones dentro del bloque de poder, agotamiento de procesos de la etapa, modificación del escenario internacional, pero hay dos enseñanzas que me parecen muy importantes: por un lado, ya no hay espacio histórico para ningún tipo de conciliación de clase. Y por otro, el ajuste requiere una nueva ola de privatizaciones muy profundas y hace la diferencia quién está en el poder porque puede controlar qué grupos económicos se van a apropiar del negocio. El golpe es una respuesta a este tipo de políticas.
–En este camino, ¿dónde quedó la fuerza que eligió a Lula en aquel 2002?
–Los gobiernos del PT desmovilizaron a los sindicatos y movimientos sociales con el discurso de no reclamar tanto porque «ahora sí estábamos en el poder y desde acá arriba sabemos qué hacer y no sirve si ustedes presionan». Cuando desmovilizás de manera constante la conclusión es: desmovilizaste y cuando se requiere que vuelvan a la calle para responder al golpe, no están porque justamente fueron desmovilizados por el Estado. Por otro lado, el tema de la corrupción. El sentido común brasileño indica que hay que sacar al PT del poder porque son corruptos, mientras que el golpe con esta excusa se hace justamente desde adentro y fue el propio PT el que construyó alianzas con estos sectores. Aun así está claro que si Lula no hubiese sido encarcelado ilegalmente, habría ganado estas elecciones con comodidad.
–¿Cuál es el programa que viene a implementar el gobierno de Jair Bolsonaro?
–Más reforma y más ajuste es la síntesis de su programa. Va a profundizar la pobreza, la miseria, la concentración de ingresos y riquezas, va a aumentar el desempleo y reducir las capas de protección del empleo a quienes menos tienen. Además, la militarización y represión a las movilizaciones sociales se va a profundizar y esto también comenzó con Dilma en el marco del Mundial de Fútbol y las Olimpíadas. Por ejemplo, el programa «Más médicos» ya se terminó. El simple hecho de que Bolsonaro haya dicho que no quería médicos cubanos en Brasil generó que se fueran y la gente que vive en esos rincones perdidos del país va a sufrir una consecuencia directa: la muerte.
–¿Cuáles son los desafíos que tienen por delante las fuerzas progresistas, democráticas y revolucionarias en Brasil y América Latina?
–Lo poco que avanzamos en democracia está en jaque en América Latina y por el peso de Brasil, la elección de Bolsonaro tiene mucho que ver con esto. Si no hay mecanismos participativos y creativos de gobierno, la democracia se vuelve un simple formalismo de salir de la casa a votar y ya. ¿Qué tipo de democracia tenemos si no podemos salir a la calle? Estamos en una etapa de retroceso del proceso democrático. Nuestra tarea es defender lo poco que hemos logrado en los procesos de redemocratización después de las dictaduras militares. También debemos generar conciencia para aprender por qué estamos en una etapa regresiva, para poder defender lo que está en riesgo y construir el objetivo por delante que debemos ir a buscar. Nuestra respuesta ante los nacionalismos de derecha que se expanden en todo el mundo no puede ser un nacionalismo de izquierda y que se jodan los argentinos o los chilenos. El internacionalismo es más urgente que nunca. Si es posible o no, solo lo sabremos después porque la historia está abierta.

Fotos: Juan Quiles/3 Estudio

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