La paz en su laberinto

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El triunfo del uribismo hirió los acuerdos entre el gobierno y las FARC, en tanto mostró las deficiencias del sistema político. El Nobel para Santos, reconocimiento internacional que abre otra oportunidad para salir de una guerra de más de medio siglo.

Cara a cara. Tras el resultado del comicio, Santos recibió a Uribe luego de seis años sin verse. (AFP Photo/Presidencia Colombia/Carrion)

 

Los resultados del plebiscito del 2 de octubre en Colombia, en donde se impuso el No a los acuerdos de paz suscritos entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, pusieron en jaque un proceso de diálogo de seis años, que se había materializado en un documento de 297 páginas; uno de los más completos y avanzados en materia de derechos políticos, económicos, sociales y culturales que se registra en la historia de conflictos armados.
El plebiscito era el último paso para poner en marcha una compleja logística monitoreada por una misión especial de Naciones Unidas, especialmente montada para que los 81 frentes que componen las FARC (y que ya se encontraban pre-concentrados) se dirigieran a unas zonas específicas para efectuar la «dejación de armas» y reinsertarse a la vida civil. Pero cuando empezaron a divulgarse los primeros cómputos, la realidad cayó como un balde de agua fría sobre Colombia y el mundo que seguía con atención las elecciones. La sorpresa fue unánime incluso para los promotores del No, cuyo líder, el expresidente Álvaro Uribe Vélez, se encontró con lo que había buscado desde el momento en que se hicieron públicas las conversaciones con la guerrilla: poner en riesgo el proceso de paz o reencauzarlo hacia algo semejante a una rendición incondicional por parte de las FARC. Las primeras explicaciones sobre la sorpresiva victoria del No aludían a una reacción conservadora. Pero la tesis del conservadurismo cultural no explica por sí sola cómo fue que el gobierno perdió la elección.

 

Causas conexas
De las casi 35 millones de personas habilitadas para sufragar solo lo hicieron 13 millones, esto es, el 37,43% del padrón. De esa suma, el 50,21% votó por el No (6.431.376), mientras que el 49,78% votó por el Sí (6.377.482). La diferencia es menor a 60.000 votos, pero más allá de la ajustada victoria, lo que salta a la vista es el alto nivel de abstencionismo (62,57%), muy parecido al de la primera vuelta electoral de mediados de 2014, en la que el presidente Santos buscaba su reelección (en esa oportunidad fue de 60%). Podría suponerse que en un país que ha sufrido una guerra de más de medio siglo, con más de 5 millones de víctimas, 220.000 muertos, más de 25.000 desaparecidos y 30.000 secuestrados, la sociedad se manifestaría masivamente en un plebiscito en donde se presentaba una oportunidad concreta para finalizar el conflicto armado. Sin embargo, lo que predominó fue el desinterés. Por más que duela, también es comprensible. En un país con un sistema de voto optativo, las dinámicas políticas son diferentes a las de países con voto obligatorio. Y si a ello se le suman partidos políticos desprestigiados y con escasa representatividad, reglas de juego que tradicionalmente tienden a la exclusión de fuerzas minoritarias, y pactos políticos del tipo Frente Nacional (a través del cual liberales y conservadores cogobernaron el país durante 16 años, entre 1957 y 1974), no es raro que históricamente la gente sienta que su participación no afecta en absoluto las decisiones que se saben tomadas antes del mismo proceso eleccionario.
El abstencionismo es entendible también cuando observamos que el índice de pobreza trepa al 28,5% de la población, según las cifras oficiales para el año 2015 elaboradas por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE). Y se explica aún más cuando observamos que en materia de desigualdad (también para el año 2015) Colombia ocupaba el puesto 14º en el ranking de países más desiguales, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud). Y si bien el abstencionismo no se mide solo por factores socioeconómicos, tales índices atentan contra la calidad de cualquier sistema democrático.


Bogotá.
Manifestantes, en su mayoría jóvenes, salieron a las calles para reclamar por la paz. (Legaria/AFP/Dachary)

 

De modo que frente a ese marco estructural la pregunta más atinada no debería indagar tanto sobre las razones del abstencionismo, sino más bien por la obstinación de parte del gobierno por plebiscitar un acuerdo de paz cargado de siglas, tecnicismos y sobre temas tan complejos como desarme, desmovilización, reinserción, garantías de no repetición, resarcimiento de las víctimas, participación política, comisiones de la verdad y mecanismos de justicia transicional. La administración Santos se jugó de lleno a esa carta y no concebían otra posibilidad que la victoria. Incluso el propio jefe del equipo negociador del gobierno en la Mesa de Diálogo de La Habana, Humberto de la Calle, cuando se le preguntó qué pasaría en caso de que ganara el No, contestó: «No hay plan B».

 

Limbo y nuevos impulsos
Otros perdedores del plebiscito fueron las encuestadoras, que antes del comicio daban una ventaja de más de 20 puntos a favor del Sí. ¿Qué falló? En diálogo con Acción, el estratega político argentino-colombiano Ángel Becassino ofreció una explicación que resuena con el fenómeno que se produjo en la Argentina durante las elecciones presidenciales de 2015: el llamado «voto vergüenza». «Cuando en una elección se decide sobre un tema espinoso, suele ocurrir que los votantes ocultan su respuesta. Aquí el voto por el No representaba una incorrección política, porque estaba socialmente estigmatizado como un voto a favor de la guerra. De modo que se trató de un No oculto que se expresaba públicamente como una abstención o como un voto favorable al Sí», dice Becassino, exasesor de la campaña del gobierno de Santos cuando este obtuvo su reelección.
La estrategia de comunicación del Sí tuvo grandes falencias pues no hubo unidad de mensaje, ni de conceptos, ni de orientación. Mientras que el No combinó coherentemente tácticas de información, propaganda, contrapropaganda y desinformación, y su resultado fue un voto en contra de los Acuerdos de La Habana, pero no necesariamente un voto en contra del proceso de paz. Así, mientras que en declaraciones a los medios los personeros del No exponían argumentos jurídicos y constitucionales, en redes sociales y en los barrios más pobres hablaban de «castro-chavismo» o que Santos le estaba «entregando el país a las FARC». Así, gran parte de los votantes del No lo hicieron en función de premisas falsas como la de que se podía «renegociar y modificar en breve tiempo» un acuerdo que llevó años de discusión en la Mesa de Diálogos de La Habana.
La victoria del No además de dejar en un limbo al proceso de paz, terminó dándole aire a los extremos del arco político. De hecho, el presidente Santos decidió convocar a dirigentes de todas las fuerzas políticas para «salvar el proceso de paz». Más: mantuvo un encuentro exclusivo con el expresidente Uribe, con quien no se reunía desde hacía seis años. En ese marco, el uribismo se siente renovado y ya planteó sus propuestas al gobierno: se habla de cercenar varias de las concesiones a la guerrilla (como los 10 curules automáticos que tenían previsto asignarles en el parlamento) y brindar «alivios judiciales» a policías y militares condenados por delitos relacionados con el conflicto armado. Pero el reciente otorgamiento del premio Nobel de Paz le da un nuevo impulso a un proceso que parecía condenado. El espaldarazo internacional representa un activo político que el gobierno deberá administrar cuidadosamente, pero con celeridad, para conducir a una salida en la que todos los sectores sientan que si bien no ganaron, al menos no perdieron. Y eso, por supuesto, incluye a las FARC que ya anunciaron que están dispuestas a discutir con el gobierno las «propuestas de ajuste y precisiones» que salgan de los planteos de la oposición. Mientras tanto, las organizaciones de estudiantes están realizando verdaderas proezas, como la multitudinaria marcha del silencio del 5 de octubre, que además de ser la vanguardia de una sociedad civil incansable, muestran la otra cara de un país en donde el 62% de los votantes prefieren cambiar de canal o simplemente apagar el televisor.

 

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