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La vida a domicilio

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Para ciertos sectores sociales, la vivienda es una fortaleza desde donde se realizan todas las tareas cotidianas. Una tendencia que crece y encierra al individuo entre cuatro paredes.

 

Aislamiento. El cocooning es facilitado por los dispositivos tecnológicos.
(Martín Acosta)

Unos 75.000 millones de personas nacen y mueren en edificios sin haber salido nunca de ellos. Ese es el panorama del año 2381 que planteó el escritor Robert Silverberg en su novela El mundo interior publicada en 1971: una Tierra hiperpoblada cuyos habitantes desarrollan sus vidas, por completo, dentro de los límites de inmensos rascacielos ultraequipados.
En el siglo XXI, la invención del estadounidense no está lejos de la realidad; es más, ya tiene término propio: cocooning. Con él se designa la tendencia creciente del individuo a retirarse a su hogar, aislándose del resto y reduciendo sus actos sociales. Lo acuñó por primera vez en los años 90 Faith Popcorn, una experta estadounidense considerada la «Nostradamus del marketing» porque anticipó, también, entre otros fenómenos, el aumento del reparto a domicilio o del consumo de comidas naturales.
En el caso del cocooning (que viene del inglés cocoon, literalmente «capullo», y que se refiere al acto de resguardarse), ya se empezó a manifestar en Estados Unidos hace dos décadas. Por entonces, su huella se dejó ver a través del aumento en la compra de reproductores de video y de alquiler de películas, en la mayor venta de alimentos de preparación rápida para el hogar (para el horno microondas) y en el registro de más ventas por correo y más llamadas telefónicas.
En el siglo XXI, esta predilección hacia el aislamiento se expande y se refuerza. No sólo porque continúa el aumento demográfico, sino también, y sobre todo, porque lo favorecen las nuevas tecnologías, que se introducen con soltura en el ámbito doméstico y se hacen omnipresentes. Explota la oferta tecnológica de entretenimiento y se disparan los dispositivos de comunicación impulsados por la prodigiosa Internet. Todo se encamina a la creación de un mundo a puertas cerradas donde reine la tranquilidad, la protección, la privacidad y el control.
Torres country con gimnasio, pileta y juegos para los chicos. Nuevas modalidades de teletrabajo. Delivery de todo tipo, supermercados online, home banking y hasta cocineros a domicilio. La oferta para los sectores socioeconómicos medios y altos crece día a día. Los servicios van hasta el domicilio y no como antaño, cuando los que se desplazaban eran los interesados.
Los countries fueron las primeras cápsulas que se aislaban del exterior. En la actualidad, a pequeña escala, los departamentos, que incorporan cada vez más amenities, permiten crear una realidad a la medida, sin la interferencia del mundo, aunque a un costo demasiado alto: renunciar al intercambio cotidiano, al contacto con los otros «Existe la creencia de que uno puede preservarse, en un ambiente, de lo que pasa afuera, a través del control de la situación. Y hay una gran cuota de ilusión en esa percepción», explica la psicóloga sistémica Lucila Casco, para quien la contrapartida de ese énfasis por preverlo todo es el aislamiento, tanto físico como emocional. Estamos solos en nuestro propio castillo.
¿Perdemos capacidades de sociabilización con este «encapsulamiento»? Un poco sí. Lo mecanizado, lo práctico, provoca una pérdida del contacto humano, una pérdida en la profundización de la comunicación. Ahora todo es rápido, todo es superficial.
Ante esta perspectiva del cocooning, la observación sintética de la especialista: «Al sistema hay que darle la vuelta». O lo que es lo mismo: usar la tecnología y la capacidad de consumo de una manera inteligente para que la comodidad no sea una trampa, sino sólo una herramienta que aligere el peso del día y a día y dé esquinazo a la parte opresiva de la vida urbana.

Ana Claudia Rodríguez

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