Ladrillo sobre ladrillo

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Desde hace más de 30 años, vecinos de Ezpeleta llevan adelante un emprendimiento que permite resolver necesidades habitacionales mediante la autogestión. Con el tiempo sumaron nuevos proyectos sociales, culturales y productivos.

Con sus propias manos. Además de construir sus casas, los asociados aprenden oficios. (Mauro Torres)

Amediados de la década de 1980, un grupo de vecinos de la localidad de Ezpeleta, ubicada en el partido bonaerense de Quilmes, buscaba resolver sus necesidades habitacionales. Este fue el origen de la Cooperativa de Consumo y Vivienda de Quilmes. «El proyecto comenzó con poca idea en cuanto a lo constructivo, pero con el convencimiento de que si no nos juntábamos, nunca íbamos a tener nuestra casa», recuerda Carlos Benítez, que en ese momento era un joven con muchas ganas de participar y que, a través de su compromiso, se convirtió en unos de los principales referentes de la entidad. «Las ganas y la ayuda mutua nos impulsaron a transformar tierras inundables e inhabitables en un terreno completamente desmalezado y urbanizado», agrega quien es hoy el presidente de la cooperativa. Fueron los mismos asociados los que se encargaron de rellenar y nivelar el suelo, realizar los tendidos de luz y las conexiones de gas e instalar las redes de agua y cloacas. También, de pavimentar calles y veredas.
El predio fue comprado por la entidad a medida que se iban sumando nuevos aso-ciados y se entregaban las unidades, que eran construidas por ellos mismos. Esto permitió a los vecinos no solo el acceso a su casa propia, sino también la posibilidad de aprender un oficio. «Todos trabajamos en la obra y construimos para el colectivo sin saber a quién le va a tocar la casa que estamos levantado. La preadjudicación se hace a través de un sistema de puntaje: cuantas más horas de trabajo, mayor puntaje. Es decir, cuanto uno más aporta al sistema, más rápido puede tener su casa», explica Benítez. Tanto el trazado del barrio como el diseño de las viviendas fueron debatidos y aprobados en asamblea. Dentro de la planificación, se contemplaron espacios verdes y de recreación, e instalaciones comunitarias. «Los terrenos son de 150 metros cuadrados –puntualiza el presidente–, de los cuales 50 se destinan a la construcción de dos dormitorios, living comedor, cocina, baño y un pequeño lavadero; el resto queda libre para que el asociado los utilice como mejor le parezca».

Mirada integral
A lo largo de sus más de tres décadas de vida, la organización quilmeña no quedó al margen de los avatares políticos y económicos que atravesó el país. «Hubo épocas en las que sólo podíamos hacer cosas para sobrevivir. Tuvimos un almacén comunitario, una huerta, criamos animales, además de promover otras estrategias de supervivencia, pero la cooperativa siempre estuvo muy sólida socialmente», asegura Benítez. El trabajo colectivo dio sus frutos: un comedor, una biblioteca popular, un club de fútbol infantil y diversos talleres y actividades culturales y deportivas a los que concurren unos 150 chicos. También se implementó la capacitación en oficios y la puesta en marcha de nuevos desarrollos productivos: herrería, panadería y fabricación de intertrabados de hormigón para la pavimentación de veredas y calles. Estas últimas iniciativas son gestionadas a través de una cooperativa de trabajo, con el fin de generar fuentes laborales dignas para los asociados.  
Con 350 casas construidas sobre un predio de 12 hectáreas, la cooperativa busca ampliar su proyecto. La idea es incorporar a las familias de las nuevas generaciones que también se ven afectadas por la imposibilidad de acceder a una vivienda digna. Para ello, la entidad está gestionando ante autoridades municipales y nacionales la cesión de las tierras linderas al barrio para construir más casas. «Ya tenemos una tercera generación de pibes que hacen autoconstrucción –dice el presidente–, ellos son lo que tienen que seguir esto». 

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