Las patas 2.0 de la mentira

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Generar noticias falsas es una nueva fuente de ingresos y capital político que tiene en las redes sociales un campo de acción casi ilimitado. A este fenómeno alude el neologismo «posverdad», considerado como una de las palabras del año 2016.


(Pablo Blasberg)

 

Durante la última campaña presidencial en los Estados Unidos, Donald Trump aseguró que el día del ataque a las torres gemelas en 2001 vio «en Nueva Jersey, miles y miles de personas en las calles festejando mientras el edificio caía». Sus palabras, lanzadas en el calor de un discurso de campaña, generaron una ola de críticas; Trump, lejos de desdecirse, dio más detalles durante una entrevista televisada: la explicación del fenómeno era la «numerosa población árabe» de Nueva Jersey. Fue inútil que el entrevistador insistiera en que la policía negaba semejante manifestación. De más está decir que no existen videos ni otros testimonios verosímiles de tal muestra de regocijo frente a una desgracia nacional.
Este tipo de «noticia» que antes circulaba solo entre fanáticos por los rincones más oscuros de internet, salió a la luz para alimentar columnas de opinión o generar sesudos debates en programas políticos. La cantidad de afirmaciones sin ningún tipo de sustento fue tal que los especialistas describieron la campaña electoral como «posfactual», es decir, más allá de las hechos. El fenómeno ya  había marcado las campañas a favor del Brexit y contra el acuerdo de paz en Colombia. Incluso el término «post-truth» fue considerado como la palabra del año por el Diccionario de Oxford y la Real Academia Española sugirió traducirlo como «posverdad».
Más allá de cómo se lo llame, la falta de rigor general se ha alimentado por años de medios masivos que aparecen más comprometidos con sus intereses corporativos que con la objetividad. Ahora la problemática ha llegado a otra escala gracias al creciente peso de las redes sociales donde los controles, si existen, son aún más laxos. Ya no se trata solo de un fenómeno de políticos en campaña que financian «equipos de comunicación» para inflar temas favorables en las redes. Como comprobaron periodistas de varios medios de los EE.UU., generar noticias falsas es una nueva forma de emprendedorismo: los investigadores encontrar que cerca de 140 sitios de apoyo a Donald Trump fueron creados en Macedonia (la antigua Yugoslavia) por jóvenes que buscaban ganarse unos pesos viralizando ideas ridículas pero suficientemente verosímiles como para seducir a los «trumpistas» más convencidos. Entrevistados por el sitio de noticias BuzzFeed, algunos de estos jóvenes explicaron que solo buscaban generar tráfico en sus sitios y, por lo tanto, ingresos por publicidad. Los emprendedores macedonios 2.0 ya tenían experiencia en sitios de salud, noticias deportivas o similares y, con buen olfato, decidieron meterse en la campaña de los EE.UU. Los intentos por promocionar noticias falsas en apoyo a los candidatos demócratas Bernie Sanders y Hillary Clinton no lograron generar tantas visitas como las de Trump, cuyos votantes, cabe agregar, provienen principalmente de los sectores menos educados de la población estadounidense. No todo es militancia o campaña sucia, sino también capitalismo informacional puro y duro.
Que esto haya ocurrido en las redes sociales es particularmente doloroso para Silicon Valley: representantes de primera línea de empresas tecnológicas como Google, Facebook, Tesla o Apple mostraron en distintos momentos su rechazo a la candidatura de Trump durante la campaña. No solo se trata de ideología: creen que una política más cerrada de la nueva administración dañaría sus negocios en el mundo.

 

Mensajes viralizados
La campaña electoral estadounidense llevó a las primeras planas el poder de los rumores, la necesidad de comprender su circulación y analizar cómo lidiar con ellos. Si algo es verosímil para algún sector y se lo empuja a través de las redes, los ya convencidos pueden aceptarlo acríticamente. Para peor, casi la mitad de los ciudadanos norteamericanos accede a las noticias a través de Facebook y de allí linkea a cualquier tipo de sitio; esa red en particular facilita (o no) la viralización de mensajes de acuerdo a sus algoritmos y la lógica de su propio negocio.
Desde muchos sectores, sobre todo demócratas, acusaron a las grandes corporaciones 2.0 de enriquecerse con el tráfico de mensaje sin preocuparse por su veracidad. Tanto Google como Facebook (que juntas manejan cerca del 65% del total de la billonaria publicidad global online ) parecen haberse hecho cargo de que la lógica de su negocio puede no ser buena para el conjunto del país. Por eso, luego de las elecciones, afirmaron que dejarían de gestionar la publicidad de los sitios que difunden noticias falsas. Determinar fehacientemente la veracidad de millones de noticias por día es técnicamente muy complejo y puede llevar horas detectar cada una, tiempo más que suficiente para que surjan otras que tapen las anteriores. Eso, por no mencionar el riesgo de ser denunciados por censura en caso de equivocarse.

 

Activar la bronca
La información puede circular sin restricciones por la red, esto no necesariamente significa que sea efectiva: «Si bien la proliferación de información falsa en la red es problemática, no existe actualmente evidencia de su impacto sobre las elecciones», explica a Acción el doctor en Ciencias Políticas y docente de la Universidad de Maryland, Ernesto Calvo: «Distintos estudios que realizó The Guardian, mostraron que la vida útil de las noticias falsas es relativamente corta y que a las pocas horas eran desacreditadas». El investigador, especializado en el cruce entre sociedad y tecnologías, resume el fenómeno con una metáfora futbolera: «Imaginemos un grupo de jugadores en el vestuario que empieza a gritar para darse ánimo. Cada vez levantan más la voz, gritan, insultan a los otros jugadores, se golpean el pecho: la distribución de mensajes falsos en internet es como este diálogo de vestuario. Su objetivo no es convencer a gente de la otra comunidad, sino levantar la temperatura propia, movilizar, activar la bronca para ganar la narrativa política por intensidad», y remata: «La chicana energiza a los propios e indigna y debilita a los de enfrente». De esta manera, según el especialista, las redes más que informar conectan y motivan a quienes ya pensaban lo mismo.
Los discursos circulan caóticamente. Los medios masivos están plantados en el centro de la escena acosados por sus propias contradicciones y por las redes sociales. Estas redes, por su parte, seleccionan por medio de algoritmos aquello que suponen (saben) que nos interesará y mantendrá en nuestra zona de confort mientras intentan vendernos algo. Como resumía Ernesto Calvo en un artículo para la revista Anfibia, «la grieta es un algoritmo»; desde ambos lados se arrojan mensajes que difícilmente convenzan a quien no esté ya convencido. En el camino queda una creciente dificultad para que una elección se defina en el campo de la discusión política.

 

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