Las voces de todas

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Con larga historia en nuestro país, la lucha por los derechos de las mujeres asume una masividad inédita. Reclamos diversos e identidades también múltiples confluyen en una marea común que cuestiona desde sus cimientos la sociedad patriarcal. Los alcances y los límites del cambio.

(Kala Moreno Parra)

Mujeres que toman la calle. Jóvenes, viejas, gordas, flacas, lesbianas, heterosexuales, hacen oír una vez más su grito, extendiendo consignas más allá de esta frontera e intentando formar parte de un movimiento verdaderamente globalizado. Feministas que hablan de aborto ahí, a la hora de las telenovelas y los programas de chimentos, cuna patriarcal del discurso televisivo. Las damas de Hollywood con su poderoso alcance se paran frente al mundo y frente a una industria, donde –como dejaron ver– permanece un machismo enquistado en diversas formas, dando su mensaje: «Nosotras también sufrimos». Sin dudas el movimiento de mujeres ha asumido un protagonismo que en estas tierras podría caracterizarse por la permanencia de su palabra y la presencia en el espacio público, tal como deja ver la nueva movilización del 8M. La irrupción, claro, abre también la puerta a numerosas preguntas. ¿Estamos ante un cambio cultural? Y, en todo caso, ¿cómo capitalizar la masividad lograda? ¿Constituyen las leyes y políticas de Estado una solución a las demandas de género o son tan solo el primer paso de un camino aún incierto? La sociedad debate sobre lo que sin dudas constituye un fenómeno novedoso, que hoy parece resistir a cualquier escepticismo político.

Las cosas por su nombre
El 15 de febrero de 1988 el país amanecía con la imagen de Alicia Muñiz tendida sobre un piso de ladrillo. Todos recuerdan la foto. La cara tapada por un remolino rubio, unas piernas de marfil torcidas, acaso quebradas, el cuerpo desnudo… Carlos Monzón había asesinado a su exmujer y los diarios no ahorraron en recursos a la hora de los títulos y sus crónicas: «A trompadas con el amor», «Una fiera acorralada», «En confuso hecho murió la exmujer de Monzón, quien está herido y detenido». La efeméride se convierte en una buena excusa para la reflexión, aunque no es necesario ir 30 años atrás en los medios. Tampoco se habló de femicidio en el caso de Nora Dalmasso, que apareció estrangulada en su cama el 26 de noviembre de 2006, y cuya condición social y vida sexual dieron lugar a todo tipo de aberraciones verbales.
Frente a ello, resulta indudable que estamos ante un cambio en la palabra pública, sobre todo en el discurso periodístico. «La toma de posición de quienes ostentan privilegios tiene repercusiones inesperadas entre el resto de las mujeres que ven sus situaciones reflejadas en espacios no habituales», valora Paula Aguilar, coordinadora del Espacio de Géneros del Centro Cultural de la Cooperación a propósito del espacio ganado en los medios.
Por su parte, para Vanesa Vázquez Laba, al frente de la Dirección de Género y Diversidad Sexual de la Universidad de San Martín, resulta importante reivindicar lo que está sucediendo actualmente con el movimiento de mujeres, pero sin perder de vista que es el resultado de una acumulación histórica: «El feminismo tiene tres siglos. Sin ir más lejos, en nuestro país, recordemos a las anarquistas, o al feminismo literario de Victoria Ocampo, o a la militancia de Eva Perón. El devenir de los 80 también fue muy importante, con el regreso de la democracia y de todas esas mujeres que en el exilio conocieron el feminismo europeo y lo comenzaron a pregonar aquí. O el kirchnerismo y sus leyes de vanguardia, como la Ley de Educación Sexual Integral o la Ley de Protección Integral de las Mujeres. Todo contribuyó a una sociedad con mucha más conciencia, donde estos acontecimientos se vuelven posibles».
 


Aguilar. El derecho al aborto, en agenda.

Vázquez Laba. Una acumulación histórica.


Rico. «La justicia es patriarcal y sexista.»

En efecto, resultaría errado entender los momentos centrales en la historia de la lucha de las mujeres desde un punto de vista estrictamente coyuntural. Por ejemplo, interpretar el voto femenino como una decisión del peronismo sin tener en cuenta el trabajo de militantes feministas y socialistas que lo antecedieron o la transformación que en aquel entonces se planteó desde el mundo del trabajo con la incorporación de cientos de mujeres. Pero esto no significa desconocer el cambio significativo que ha experimentado durante los últimos años el movimiento feminista, dejando de ostentar un lugar marginal para asumir un protagonismo que hasta ha logrado trascender los límites de nuestro país. Claro, las preguntas siguen latiendo. ¿Desde cuándo?, ¿cómo?, ¿por qué?

Mucho en poco tiempo
Todos coinciden en señalar a la primera marcha del movimiento Ni Una Menos como un inesperado antecedente. La movilización organizada el 3 de junio de 2015 tras el asesinato de Chiara Páez –una adolescente de 14 años, embarazada de 3 meses, que fue asesinada y enterrada por su novio en el patio de su casa– logró reunir a unas 300.000 personas e instaló de forma definitiva el tema de los femicidios en la agenda pública. La masividad alcanzada ese día a su vez se tradujo inmediatamente en otros logros. Por ejemplo, el Encuentro Nacional de Mujeres, que por ese entonces tenía anualmente unas 30.000 asistentes, pasó a ganar un promedio de 60.000.
La celeridad que asumieron estas transformaciones, no obstante, hace por momentos perder de vista el carácter embrionario de muchos de los avances. Sin ir más lejos, desde hace tan solo tres años se cuenta con datos oficiales sobre los femicidios. La Corte Suprema recién en 2015 decidió organizar el Primer Registro Nacional encargado de reunir todas las causas caratuladas como homicidios perpetrados por razones asociadas al género. Hasta entonces, el número recaía en La Casa del Encuentro, una ONG que comenzó a contar los casos en 2008 valiéndose, simplemente, de las noticias.
Ada Rico, titular de la organización, celebra la efervescencia lograda por el movimiento y el edificio legal construido durante los últimos años, como la incorporación de la figura de femicidio al Código Penal o la aprobación de la Ley de Identidad de Género. Sin embargo, considera que todavía queda un largo camino por recorrer. «Por ejemplo, la Ley de Protección Integral de las Mujeres dice que se puede denunciar por violencia psicológica, pero me pregunto qué pasa si una mujer va a la comisaría. ¿Ese policía tiene capacitación para entender que, aunque no le hayan pegado, la mujer puede denunciar?». En su opinión, hoy las herramientas institucionales están, pero sigue habiendo un problema cultural. «La Justicia es patriarcal y sexista. Se modificó el Código Civil privando de la responsabilidad parental al femicida. ¿Y qué pasa actualmente? Tomemos un caso, el de Roxana Galliano, asesinada en 2008. Su marido, José Arce, fue condenado como el autor. Roxana tenía dos hijos, ¿y dónde están los hijos? Con Arce, aunque ahora no haya nada que indique que tienen que estar con él».


Femicidios. Representación contra la violencia machista en el centro de Santiago del Estero. (Télam)

Sin dudas, uno de los actores al que fue dirigido el paro del 8M fue el movimiento organizado de trabajadores. La ley del llamado cupo sindical femenino fue sancionada en noviembre de 2002, estableciendo que la representación de mujeres en los cargos electivos debe alcanzar un mínimo del 30%. Sin embargo, según los últimos datos del Ministerio de Trabajo, solo cuatro de las 22 organizaciones censadas cumplen con el cupo.
El problema está lejos de limitarse a una cuestión de representación. El mundo del trabajo es uno de los espacios donde hoy se expresa de manera más contundente la inequidad de género. Y no solo a nivel local. Según un informe publicado en 2016 por la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres ganan menos que los varones en todo el mundo y se concentran en los empleos peor remunerados y más precarios. La brecha salarial de género a nivel mundial es del 23%. Un documento publicado el mismo año por Naciones Unidas da cuenta de que hay 700 millones menos de mujeres que de varones en empleos remunerados. Y el escenario asoma más que desolador para el futuro. Así lo advirtió el Foro Económico Mundial, asegurando que, en lugar de mejorar, la desigualdad de género en la economía ha retrocedido a niveles de 2008. De acuerdo con el organismo, al ritmo actual harán falta 170 años para que varones y mujeres alcancen el mismo índice de ocupación, reciban la misma remuneración por el mismo trabajo y tengan igual acceso a los puestos directivos.


Pañuelazo. Por el tratamiento del proyecto de ley de aborto legal, seguro y gratuito. (Kala Moreno Parra)

Frente a ello, Vázquez Laba considera que la clave para el movimiento de mujeres pasa entonces por la articulación: «Si solo pensamos en términos de una “igualdad de las mujeres”, no estamos entendiendo de qué se trata el feminismo. El feminismo es heterogéneo porque nació con una pregunta: por qué las mujeres padecen la opresión de género. Históricamente se elaboraron políticas para subvertir esa situación, que obviamente muchas veces no van en la misma dirección. Por ejemplo, cuando las sufragistas pregonaban por el voto, las trabajadoras pedían incluir las condiciones laborales». En este sentido, en su opinión, es imprescindible que se planteen políticas integrales que atiendan esta realidad compleja que muchas veces requiere de diversas respuestas. «El botón antipánico es una aspirina si no contamos con políticas a largo plazo. Si hoy una mujer frente a una situación de violencia tiene que separarse, no cuenta con los recursos materiales necesarios. En un contexto donde no hay trabajo o la asistencia social que sostenía un sector muy precarizado fue desmembrada, ¿qué hace?».

Quebrar el silencio
En igual dirección, para Aguilar la agenda del movimiento de mujeres debe estar marcada por el tratamiento parlamentario del derecho al aborto y la efectiva ejecución de las políticas de prevención de las violencias, pero también por la desigualdad económica, producto, desde su punto de vista, de una transformación cultural pendiente: «Si las mujeres tienen igual capacitación, la brecha salarial que existe respecto de los varones solo puede explicarse por la concepción que se tiene de la remuneración de las mujeres como complementaria o como segundo ingreso de la unidad doméstica».
El problema, no hay dudas, es complejo. Sin embargo, el horizonte también puede verse con optimismo. A las afirmaciones aguerridas que se escuchan por televisión, se suman las miles de mujeres que copan la calle cada 8 de marzo, la masividad y trascendencia que adquirió el Ni Una Menos y un contexto en el que el aborto ya no parece ser una palabra tan prohibida y los diarios hablan de femicidio ante cada mujer asesinada. Algo parece estar cambiando. Por lo menos, se escucha el grito. Un grito que, como tal, se vuelve incómodo, pero que resulta imprescindible para quebrar el silencio. Como dice Ada Rico, «lo primero que hay que hacer para erradicar algo es visibilizarlo, porque lo que no se ve no existe».

 

 

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