Lejos de África

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Empezaron a llegar en la década del 90, empujados por la falta de oportunidades en su país de origen. Hoy, beneficiados por un plan de regularización migratoria, enfrentan el desafío de empezar de nuevo.

 

Ambulante. Abdou Aziz vende bijouterie. Nació en Dakar, hoy vive en el barrio de Once y aprendió castellano hablando con la gente. (Walter Sangroni)

Acambio de una suma de dinero, un hombre armado los acompañó a cruzar la frontera desde Brasil hacia la Argentina. En una madrugada oscura cruzaron un río y caminaron tres kilómetros. Al llegar a suelo argentino, fueron recibidos por perros enfurecidos y pasaron la noche en una pieza sucia. Nadie pudo dormir. Al día siguiente, el hombre los acompañó a tomar un micro con destino a Retiro. «¿Senegaleses?», preguntó el chofer. Abdou Aziz aún guarda como recuerdo el jean que usó aquella noche de 2007. Eran sus mejores pantalones. Los había comprado especialmente para viajar. Las zapatillas las tiró hace tiempo. Pasaron seis años. Hoy Abdou tramita el DNI y gestiona el CUIT ante la AFIP. La posibilidad surgió cuando el Estado lanzó el Plan de Regularización Migratoria para la comunidad senegalesa con el objetivo de legalizar la situación de miles de personas de ese país que viven de manera precaria en la Argentina. La iniciativa fue impulsada por la Dirección Nacional de Migraciones y por miembros de organizaciones sociales como la Asociación Senegalesa y el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), entre otras entidades. La medida alcanza a todos los senegaleses que hayan llegado al país hasta el 14 de enero de 2013.
Tener un trabajo digno, cobertura médica y derecho a una futura jubilación son beneficios a los que podrán acceder desde ahora los 2.500 inmigrantes senegaleses. La situación les permitirá dejar atrás la condición de ilegalidad que los transformó en víctimas de estafadores que, a cambio de importantes sumas de dinero, los engañaban con promesas de brindar pasaporte y documentos.
Según un estudio desarrollado en 2009 por las investigadoras de la Universidad Nacional de La Plata Bernarda Zubrzycki y Silvina Agnellide, a partir de la década de 1990, ciudadanos senegaleses –en su mayoría varones– comenzaron a arribar a la Argentina debido a la profundización de la inestabilidad económica de África Occidental y a las políticas de inmigración restrictivas de los países europeos.
Según el Comité de Elegibilidad para los Refugiados (CEPARE), entre 2000 y 2006 se iniciaron en nuestro país 501 trámites de pedido de refugio por parte de africanos, 182 de ellos de Senegal. En tanto, entre 2006 y mediados de 2008 se recibieron 594 solicitudes de refugio, de las que 438 correspondían a senegaleses. Los lugares de origen son principalmente las ciudades de Thiès, Diourbel y Dakar; todos son musulmanes. Si bien la mayoría fue eligiendo el barrio porteño de Once para vivir, cada vez más optan por nuevos destinos como Tucumán, Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero y Salta.

 

Trabajar y estudiar
Luego de cruzar la frontera en agosto de 2007, Abdou llegó a una pensión del barrio de Once. «Ahí nos recibieron un montón de africanos –describe–. Yo estaba muy contento porque al fin había llegado. Ellos pagaron el taxi, me dieron un maletín con mercadería, me pagaron el primer mes de alquiler y me enseñaron cómo empezar a trabajar. Eso se hace con todos los recién llegados. Somos una comunidad muy solidaria».
«Soy de Rufisque, un barrio de Dakar, la capital de Senegal. Somos más de diez hermanos. De Argentina sólo conocía a Maradona», cuenta Abdou. El fallecimiento de su padre a raíz de una enfermedad lo motivó a iniciar el viaje. Porque si bien Abdou trabajaba en una farmacia familiar, ese sueldo no alcanzaría para mantener a la familia. «El dueño de la farmacia lloró. No quería que yo me fuera».
Trabajar y estudiar son dos cosas que ocupan el tiempo de Abdou desde que llegó a Buenos Aires. Aprendió castellano hablando con la gente, mientras vendía bijouterie, pero también en la escuela leyendo cuentos de Julio Cortázar y de Juan Sasturain. Si bien en Senegal había realizado hasta el nivel secundario, aquí tuvo que volver a cursar todo. En 2008 terminó el nivel primario. Luego le propusieron ir a trabajar a Brasil, pero eligió quedarse y seguir estudiando.
«En la escuela no me creían que yo hablaba francés e inglés –asegura Abdou–. Me tomaron un examen y aprobé. En química me iba bien. Tenía 10 porque conocía del tema gracias a que había trabajado en una farmacia en Senegal. Era muy rico el ambiente escolar; tenía compañeros de Paraguay, Bolivia y Argentina. La materia que más me costó fue literatura, donde tenía la nota más baja, 6 o 7. Pero, bueno, al final lo logré. Terminé en diciembre del año pasado».
En su cuarto de hotel, Abdou busca sobre el escritorio fotos de su familia para mostrar. Encuentra una en la que está junto a su maestra de primaria. Hay otra de sus hermanas y su sobrina. Y muestra sus libros de literatura. «62/Modelo para armar, de Julio Cortázar, fue el que más me costó –asegura–. Era mezclar la ficción con la realidad». También encuentra un folleto que describe la carrera de Técnico Superior en Análisis Clínico. «Pienso estudiar esta carrera y trabajar todos los días hasta las 14.30. Ése es mi nuevo desafío. Yo me voy a quedar a vivir en Argentina. Es bueno vivir acá».
A diario habla con su mamá y su familia por Skype. A ella le envía dinero todos los meses. «Ella necesita ayuda porque murió mi papá».
Una de las cosas que más extraña es correr a orillas del mar. En Senegal corría ocho kilómetros por día. «Acá lo hice un tiempo en la cancha que está frente al Hospital Garrahan –cuenta Abdou–, pero no es lo mismo».

 

Última opción
Para Ndathie «Moustafá» Sene, secretario general de la Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina, la migración no es algo que se elige. «Es la última opción –describe–. Es una necesidad. No son vacaciones. Es un sacrificio que se hace para ayudar a la familia. Nosotros, los pobres, siempre tenemos dificultades para salir del país de manera legal porque cuesta mucho dinero. Nos empujan a utilizar medios arriesgados. Desde 2004 se mueren en el mar un montón y yo me pregunto: ¿Vale la pena? Si yo tuviera que repetir lo que tuve vivir, no lo volvería a hacer».
Su familia vive en un barrio rural ubicado a cuatro horas de Dakar. Son agricultores, y cultivan maní, maíz, trigo para cuscús y chauchas. Todo es para consumo familiar. Allí no hay luz, pero tienen teléfono, al que Moustafá llama todas las semanas para hablar con sus padres, a quienes no ve desde que llegó a la Argentina en 2007.
Moustafá es el menor de cuatro hermanos, el único que tuvo la suerte de estudiar. «Dejé muchas cosas allá. Pero las historias de las migraciones nunca son alegres. Al mundo occidental y capitalista le gusta que haya una parte del mundo que sufra. Hay muchos caminos que serían muy fáciles para poder ayudar a los países subdesarrollados, pero prefieren explotarlos en lugar de ayudarlos».
Debido a la importancia que implican las remesas que envían los senegaleses en el exterior, esa población conforma hoy la decimoquinta región del país por su aporte económico. «Antes los barrios eran muy divertidos porque había jóvenes. Ahora la mayoría de ellos emigra», resalta Moustafá.
Uno de esos jóvenes es Cheikh Guelle, especialista en percusión y danza tradicional del oeste africano. Llegó a Buenos Aires y hoy es integrante del ensamble de tambores La Bomba de Tiempo, donde toca uno de los instrumentos populares de Senegal: el sabar. Nacido en Dakar, desde los 7 años comenzó su formación en la familia de gritos, casta encargada de preservar las genealogías y tradiciones orales de la etnia mediante la expresión artística y el relato.
Con el fin de enseñar a argentinos, africanos y afrodescendientes los ritmos de su continente, existen dos escuelas de senegaleses que se dedican a enseñar su música y su danza: El instituto de enseñanza musical Daaradji Gaynde Djembe, creado por Cheikh Gueye, y la escuela Dara Chosan, creada por el músico Abdulaye Badiane en 2005.

 

Escala en Brasil
En Senegal no hay embajada ni consulado argentino, pero sí brasileño, por eso solicitan la visa para ingresar a ese país. El trayecto que suele realizar la mayoría de los migrantes es el siguiente: desde Dakar (Senegal) abordan un avión a Fortaleza (Brasil). A veces el recorrido es Dakar-Cabo Verde-Fortaleza. Cuando llegan a Brasil, se trasladan en colectivo hacia San Pablo. Desde allí hacia Buenos Aires cruzando la frontera por Uruguayana.
Una vez en la Argentina, «nos sentimos solos y desprotegidos», advierte Moustafá. Es que en el país tampoco existe embajada o consulado de Senegal. Por eso, en 2007, crearon la Asociación de Residentes Senegaleses, para no sentirse «tan abandonados», tal como relata Moustafá. El decreto de regularización que sancionó el Gobierno fue parte de la lucha de la asociación, explica Moustafá en un excelente castellano, idioma que aprendió en su país como parte de los tres años que cursó de la carrera Letras Modernas.
Otra de las gestiones que llevaron a cabo fue reunir dinero para regresar los cuerpos de tres senegaleses muertos en la Argentina, uno de ellos asesinado en La Salada. La entidad también realizó las gestiones para comprarle una prótesis a un joven al que debieron amputarle una pierna. «A él lo tuvimos que ayudar entre todos, porque como no podía caminar, no podía trabajar. Hoy con la prótesis está mucho mejor», detalla Moustafá.
Moustafá espera la entrega de su DNI, que le permitirá regresar a Senegal y ver a sus padres y hermanos. Está contento y ansioso. Pero volverá, porque en Argentina ya formó su propia familia. Además aquí tiene una tarea: trabajar para el bienestar de sus compatriotas. «Es una forma de ayudar a mi país».

Silvia Marchant