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Lente villera

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Como forma de expresión o herramienta de denuncia, el lenguaje audiovisual se expande en contextos de vulnerabilidad social. Talleres para aprender a mirar y mostrar con una perspectiva propia.

 

Miradas. Taller del LAC de la Villa 31. (LAC)

Cuentan que el fantasma de Catalina Cisneros se pasea por Plaza San Martín. Dicen que su novio la mató en los años 30. Hasta hay quienes aseguran que su espectro aparece para ahuyentar a maltratadores de mujeres. Como los fantasmas, la historia de Catalina Cisneros no existe. Es una creación de los adolescentes que integran los talleres de video del Club de Jóvenes de Retiro y la Escuela Padre Carlos Mugica. A través de un falso documental, haciendo hablar a testigos ficticios y reconstruyendo recuerdos inventados, filmaron sobre una problemática real como la violencia de género. Cámara al hombro, chicos de la Villa 31 aprenden a alzar la voz en un lenguaje de estos tiempos: el audiovisual.
Los talleres de video proliferan en espacios culturales, centros comunitarios y escuelas en contextos de vulnerabilidad social. Como arma de expresión o como herramienta de denuncia, las cámaras se encienden para registrar intereses y preocupaciones de chicos, adolescentes y jóvenes que aprenden a tener una perspectiva propia. «Vos construís ciudadanía cuando la persona empieza a entender que lo que ve en los medios es una construcción. Que se puede construir la misma historia de otra manera y dándole otro sentido», define Alina Frapiccini, directora de proyectos de Fundación Kine, una de las organizaciones que propone usar las cámaras para hacer foco en la inclusión social.

 

Otras voces
Un equipo del programa televisivo Calles salvajes llegó un día a la Villa 21-24 de Barracas. Cuando un grupo de adolescentes del barrio vio en la pantalla el modo en que mostraban su entorno, se enfureció: sólo se hablaba de drogas y delincuencia. «Ellos vieron esa estigmatización gigante y dijeron “Loco, ¿por qué siempre vienen acá a decir las mismas cosas?”. Nosotros llegamos al barrio a raíz de la iniciativa de los propios chicos», relata Yamila Papini, cineasta, militante del Movimiento Evita y docente en la Cooperativa de Producción Audiovisual Incorregibles, que ya está trabajando en su segundo corto, ideado por jóvenes de la villa.
El primero, realizado el año pasado, exhibe el nacimiento de un centro cultural en el barrio. «Nos están dando las herramientas para mostrar afuera que no somos unos drogadictos y chorros. La mayoría de la gente construye edificios, limpia casas, cuida enfermos», se enfervoriza Ricardo, uno de los jóvenes que asiste al taller. Tiene 24 años y hace 20 que vive en la villa. Autor del guión del segundo corto del grupo –una ficción sobre la violencia institucional– tiene a cargo la selección del elenco: «Vos podés ser el personaje siniestro», señala a una chica de 18 años que anunció sus ganas de sumarse.

Los chicos de la Fundación Kine en pleno rodaje. (Fundación Kine)

El modo en que la televisión muestra a los jóvenes villeros también signó a los integrantes de Fundación Kine. «Me acuerdo de un grupo que fue a la televisión y el zócalo era “Los chicos de la villa también hacen cine”. Y ese “también” estaba cargado de los otros “también”: además de ser chorros, además de estar drogados, además hacen cine. Nosotros queríamos fortalecer a los chicos, no mostrarlos desde esa perspectiva», contrasta Frapiccini. La fundación suele trabajar con adolescentes de barrios enfrentados, para desandar esas rivalidades instaladas nadie sabe por qué. «Chicos de La Cava y Las Tunas armaron un video con un musical. Le cantaban al chofer de colectivo mala onda, “que me tratás mal, que no me parás en la parada”. Cosas que les pasan todos los días», cuenta. El segundo trabajo del grupo fue en respuesta a las declaraciones del intendente de San Isidro por afirmar que el autor de un asesinato cometido en su jurisdicción pertenecía a la villa de La Cava. Los chicos se filmaron trabajando, participando en la parroquia del barrio. «Querían contarle a la gente de San Isidro que en La Cava había otras cosas».

 

Herramienta de denuncia
Filmar el chorro de agua que escupe un caño roto. Filmar el pavimento nuevo que se quiebra como cristal. Filmar a los más chiquitos entre peligrosos tendidos eléctricos. Las cámaras sirven para llevar a la pantalla los problemas de todos los días y los canales de difusión del multimedios Mundo Villa dan fuerza a los reclamos. Los talleres de formación periodística se reparten en distintas villas porteñas. El que está abocado al formato audiovisual tiene sede en la 31 de Retiro.
La iniciativa fue gestada por Adams Ledesma, dirigente barrial asesinado en 2010. «Adams y algunos chicos del barrio grabaron los primeros informes, netamente reclamos, y ahí surgió la idea de hacer un taller», recuerda Walter Felipe, productor periodístico de Mundo Villa. Los hijos de aquel pionero tomaron la posta: Israel tiene 19 años y es cronista y Yunitza, de 15, oficia de productora. «Colaboradores de distintos barrios nos traen la información y nosotros vamos y hacemos visible esa noticia», explica Felipe. El gran crecimiento de Mundo Villa en los últimos años permitió tener un segmento en el noticiero del canal CN23.
Diego Posadas, docente y miembro del Laboratorio Audiovisual Comunitario (LAC) destaca el trabajo de Junior, uno de los jóvenes de Villa 31 que pasó por sus talleres. «Es un cineasta del barrio, con miles de ideas», lo elogia. Y Junior, que antes soñaba con ser cantante pero ahora se imagina director de cine, cuenta la historia que tiene en mente: Crónicas de un muerto. Transcurriría en un cementerio, con un protagonista que conversa con gente que asoma desde sus tumbas. «Ellos se dan cuenta demasiado tarde por qué terminaron así –analiza Junior– Tengo muchos amigos que fallecieron asesinados o en peleas». La cámara como herramienta de denuncia, incluso a través de la ficción.

Mundo Villa: periodismo desde el barrio. (Mundo Villa)

 

Tecnologías
Un docente explica qué es una animación, cómo se logra el movimiento de los dibujos. De repente advierte cierto revuelo entre un grupo de alumnos. Se acerca y ahí están, improvisando un set de filmación, convirtiendo en seres animados papeles de caramelo ante cámaras de celulares. La escena ocurre en uno de los talleres de Fundación Kine. La tecnología, cada vez más accesible, acelera el aprendizaje.
«Hay un cambio súper importante en relación con la tecnología digital –narra Miriam Protti, una de las directoras de Fundación PH15–, cuando empezábamos los talleres nos encontrábamos con algo que nos encantaba: eran chicos que en general no habían sacado fotos nunca. Tenían una mirada muy particular y fuera de los cánones. Eso fue cambiando, y ahora ninguno llega virgen en fotografía». PH15 fue pionera en el trabajo con fotos entre chicos y adolescentes de Ciudad Oculta. Después de más de una década fortaleciendo la lente villera, incorporó la enseñanza de video: las cámaras fotográficas que además filman se lo permiten.
Ojo de Pez también nació con talleres de fotografía en Ciudad Oculta, y en los últimos años añadió clases de video. «Es interesante que tengan la posibilidad de trabajar con la foto y el video con sus propias herramientas. Este año hemos decidido incorporar el celular en la dinámica de las clases», cuenta Rita Stivala, coordinadora del colectivo. Las computadoras que llegaron a las escuelas también achicaron la brecha tecnológica para el trabajo con imágenes y la realización audiovisual. «Los chicos empezaron a tener su Conectar Igualdad, con muchas herramientas. Vienen con unos programas como para experimentar y editar videos de celulares, eso está buenísimo», se entusiasma Posadas, quien ya lleva un lustro dando clases a chicos de la Villa 31.

 

Después de cámara
Los protagonistas del primer corto de la Villa 21-24, La Loma, del dicho al hecho, consiguieron un proyector y convocaron a los vecinos a la puerta del centro cultural. «Pusimos una pantalla, se sumó todo el barrio, sacaban las mesas a la calle, pedían que se hiciera silencio, cebaban mate», cuenta la coordinadora. Muchas veces, sin embargo, los trabajos se exhiben más fuera que dentro de los barrios que los gestan. Para Stivala, de Ojo de Pez, eso tiene que ver con el morbo y los prejuicios de cierto público con respecto a la realidad de las villas. «La pregunta que se hacen los chicos es “¿miran nuestras fotos porque son buenas o porque son de los pobres?”. A mí no me sorprende que espacios de más amplio alcance social, como un museo o una galería, abran sus puertas».

El tema del VIH, presente. (Fundación Kine)

Por su parte Diego Posadas, integrante del LAC, destaca el vínculo que se teje entre realizadores audiovisuales de distintos contextos comunitarios. «Un chico de Jujuy ve un corto hecho en Chubut por adolescentes y hay algo en el modo de narrar, así sean realidades diferentes, que conecta», asegura. Proyectar documentales hechos por pares, y no sólo ver películas de grandes cineastas, «genera otra cosa: “Yo puedo hacer esto”, “ese pibe que actúa se parece un poco a mí”. Hay algo de invitar a hacer y no sólo contemplar desde un lugar de espectadores».
Y son muchos los que aceptan esa invitación y se apropian de lo aprendido. Nahuel Alfonso tuvo dos experiencias en Fundación PH15. La primera, cuando tenía 14 años, fue breve. La segunda, a los 19, le marcó el camino. Hoy, a los 26, lleva adelante su propia iniciativa con chicos y adolescentes en contextos de vulnerabilidad social. Junto con dos docentes, dicta talleres en centros comunitarios de la zona oeste de la provincia de Buenos Aires. Su proyecto se llama Cruce de Miradas y ya va por el tercer año: «Tratamos de que sea algo expresivo, pero es inevitable que aparezca la denuncia. Por ejemplo, en Moreno hay mucha contaminación, hay gente que vive debajo de las torres de alta tensión, hay basurales, y eso aparece en los trabajos de los chicos».
Nicolás Di Tizio conoció el universo audiovisual cuando estaba terminando el secundario y la Fundación Kine se acercó a dar un taller en su escuela, en San Fernando. A partir de esa experiencia, supo que quería estudiar cine y Kine lo ayudó a obtener una beca. Desde entonces quiso participar en la Fundación –«para devolver algo de ayuda»– y dicta talleres de formación docente y de realización audiovisual para adolescentes. El último fue con jóvenes de Villa 31, donde cada vez hay más cámaras recorriendo los pasillos.

—Luciana Magalí Rosende

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