15 de julio de 2013
Premiada internacionalmente, la cooperativa pionera en producir libros con material de desecho sostiene su premisa inicial: el arte puede cambiar la realidad.
En el barrio porteño de La Boca, a poca distancia de la avenida Almirante Brown, más precisamente en el número 666 de la calle Aristóbulo del Valle, el desperdicio se transforma, por labor cooperativa, en beneficio.
Con 10 años a cuestas, en esa esquina desde donde se divisan los paredones de la Bombonera se encuentra el espacio de trabajo de Eloísa Cartonera, cooperativa sui generis dedicada a la producción de libros de alta calidad en cuestión de contenido, con material barato –proveniente del reciclado– como estructura. Las tapas de los volúmenes se fabrican reutilizando cartón.
«En esta década el trabajo ha sido ininterrumpido», declara Alejandro Miranda, miembro de la editorial. «Después de los primeros 5 años, y al ver que el número de autores por publicar crecía a la par de la demanda de compra, decidimos constituirnos legalmente como cooperativa. De hecho, desde el inicio funcionamos a partir de un espíritu cooperativista, un hacer de todos, para todos, con una economía muy simple que funciona hasta la fecha: asegurar que se complete el circuito de producción y distribución del libro y repartir el capital excedente entre todos los trabajadores. Algunos tenemos otras ocupaciones, pero hemos podido cuidar la continuidad y coherencia del proyecto».
Miranda pone énfasis en el hecho de que la formalización de Eloísa Cartonera como cooperativa fue un paso decisivo para consolidar el original impulso creativo y encauzarlo como presencia pública específica, con capacidad de negociación institucional y derecho de recepción de recursos correspondientes, tales como créditos, donaciones, subsidios, subvenciones o servicios de salud. «Eloísa fue pionera de un movimiento mundial de editoriales cartoneras que tiene un censo variable de entre 60 y 70 emprendimientos, esparcidos en todos los continentes. La variabilidad de este registro radica en que muchos intentos nacen y mueren casi al instante, al primero o segundo libro publicado, pues en la mayor parte del mundo resulta difícil vender materiales de lectura que no tengan la superficialidad de un best-seller».
Palabras por encima del soporte
A comienzo de los años 60, en Polonia, un director de escena llamado Jerzy Grotowski revolucionó el universo de su arte proponiendo métodos de trabajo que volvieran a la esencia de la representación –el actor y su cuerpo–, prescindiendo de sofisticación escenográfica. Análogo es el impacto que Eloísa Cartonera provocó en el circuito editorial, al ponderar el fundamento del libro –las palabras – por encima del aspecto de su soporte material. Recientemente, la fundación cultural holandesa Prince Claus reconoció los méritos e influencia de la cooperativa argentina, otorgándole el prestigioso Premio Prince Claus (una placa y 100.000 euros), debido a que este colectivo de labor «ha sabido crear belleza y estimulación intelectual en un contexto de crisis y pobreza, siendo modelo de una economía sustentable en escala artesanal, a contracorriente de los paradigmas neoliberales».
Eloísa se aproxima a poseer un catálogo con 200 títulos, que se puede consultar en Internet desde el sitio www.eloisacartonera.com.ar. En él conviven autores de fama, como el mexicano José Emilio Pacheco, el chileno Enrique Lihn o los argentinos Rodolfo Fogwill y Washington Cucurto, uno de los fundadores de la editorial. Los precios de los libros oscilan entre 10 y 30 pesos, dependiendo de la cantidad de páginas, pues el formato de producción es único: hojas de papel blanco, impresas en una Multilith 1250 de doble carta y pegadas sobre tapas de cartón decoradas a mano con colores vivos.
«Yo llegué aquí cartoneando. Un día me invitaron a participar, me preguntaron si quería cambiar mi carro de recolección por los libros. Al principio tenía miedo, pero supe que, de hacerlo, mi vida iba a cambiar, y así fue: ahora sé realizar todas las etapas del proceso de producción y pude lograr cosas que nunca antes pensé posibles, como viajar en avión a mi Chaco, ver el mar o tomarle cariño a los libros», remata Miriam Soledad Merlo, asociada a la revolucionaria editorial.
—Gustavo Emilio Rosales