La fábrica de etiquetas autoadhesivas resurgió como cooperativa gracias al esfuerzo de sus trabajadores, que lograron sobreponerse a la mala gestión anterior y volver a producir. Sinergia con otras entidades de la economía social.
27 de septiembre de 2018
Juntos. Con once asociados, la entidad funciona en el barrio porteño de Villa Urquiza. (ANSOL)
Graficarte es una de las cientos de empresas de la Argentina que resurgieron bajo la gestión de sus trabajadores, quienes se pusieron al hombro un emprendimiento que estaba en crisis con sus dueños originales. Los anteriormente empleados de Etiquetas Urquiza SRL, hoy asociados, volvieron a producir etiquetas autoadhesivas en bobina, que se utilizan para botellas de cerveza y vino. También fabrican papel plástico de alto impacto. Todo esto en la planta de Pacheco 3211, en el barrio porteño de Villa Urquiza.
La decisión de tomar las riendas surgió tras los atrasos en los pagos y los despidos masivos que comenzaron a sucederse en la planta. Los hermanos Román y León Veláquez, entonces delegados de la empresa, junto con el sindicato gráfico, habían denunciado la situación en el Ministerio de Trabajo de la Nación. La empresa seguía funcionando, aunque achicaba cada vez más el personal y dejaba de atender a los clientes. Hasta que 11 trabajadores decidieron permanecer adentro del local que la SRL alquilaba para exigir que se les pagara lo adeudado. Finalmente, pactaron con sus expatrones que, a cambio de las deudas por indemnizaciones, salarios y aguinaldos, se les cedieran las máquinas y se les permitiera permanecer en el espacio. Corría el mes de marzo de 2016. Desde ese momento, el alquiler del inmueble está a nombre del presidente de la cooperativa, León Velázquez. Cuando venza, lo renovarán como Cooperativa de Trabajo Graficarte, dado que en mayo de 2018 finalmente obtuvieron la matrícula para funcionar como entidad solidaria.
Largo camino
Pese a que todavía no pudieron recuperar la totalidad de los clientes que perdieron durante la etapa anterior, los asociados se mantienen con retiros de excedentes que consiguen con la venta de las etiquetas. Además, ante la fuerte competencia de empresas con mayor capital que funcionan en el mismo barrio, la respuesta que encontró la cooperativa fue trabajar más, aun con menor rentabilidad. «Tomamos trabajos más chicos, de 1.200 etiquetas, para poder ir creciendo en la cantidad de clientes», explica Román Velázquez. «Las máquinas son viejas, pero las sabemos trabajar».
Hoy los problemas principales de la fábrica se derivan de la situación económica del país: no pueden absorber las devaluaciones, que impactan directamente sobre los precios de los insumos como tinta y papel, por lo que deben trasladarlos a los clientes. Esto potencia la recesión, que es particularmente alta en la industria gráfica. Sin embargo pueden asegurar el pago de los costos fijos como el alquiler y todos los días tienen algo de trabajo. «Cuando nos llama un cliente y no tenemos materia prima, debemos pedir un adelanto o cobrar otro trabajo y recién ahí podemos empezar», dice el tesorero.
Para poder llegar a este presente, los ahora trabajadores autogestionados se apoyaron en otras entidades de la economía social y solidaria: la Red Gráfica Cooperativa les facilitó las compras y ventas mientras la cooperativa obtenía su cuenta bancaria; la Federación Gráfica Bonaerense mantuvo la obra social, les consiguió viajes de descanso e incluso la garantía para renovar el alquiler del local; y Fedecaba les dio la computadora que necesitaban para la administración.
Aunque todavía no lograron insertarse en la cadena productiva junto con otras empresas sociales, sí tienen un proyecto en agenda: entre las etiquetas sobrantes que hay en el taller aparece la de Globito, una textil con la que trabajaban antes de ser cooperativa y que, además, es otra empresa que recorrió el mismo camino de recuperación que Graficarte. Hoy, ambas precisan vínculos solidarios para crecer y generar un vínculo es su próxima tarea.