Literatura universal

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Desde la vanguardia temprana hasta su consagración definitiva, el autor de Ficciones y El Aleph ocupa un lugar central en el mapa de las letras argentinas. Su relectura de los clásicos y el diálogo con sus contemporáneos. Las distintas etapas de su obra, y su legado, analizados por especialistas.


(Ferdinando Scianna/Magnum)
 

Aprincipios del siglo xx, escribió John Berger, la ciudad de Ginebra era un lugar habitual de reunión para los revolucionarios y conspiradores europeos, del mismo modo que ahora es uno de los puntos de encuentro «de los mafiosos del nuevo orden económico mundial». Ese fue el sitio que eligió Jorge Luis Borges para morir, el 14 de junio de 1986, el mismo donde pasó parte de su adolescencia y agregó el alemán y el francés al inglés que ya había aprendido en la biblioteca paterna, «de ilimitados libros» en esa lengua. Un gesto que renovó como despedida la compleja relación del escritor con el país, atravesada por el reconocimiento y la polémica.
Borges representó como ningún otro al escritor argentino, aunque sus intervenciones públicas dejaron muchas veces en segundo plano una obra de más de medio siglo de elaboración, que influyó decisivamente en el curso de la literatura nacional. Esa figura comenzó a modificarse de manera en principio imperceptible, con una serie de reediciones que incorporaron libros y escritos expurgados y otros inéditos. Cada aniversario de la muerte proporciona un motivo adicional para los homenajes, las investigaciones biográficas, las operaciones editoriales. Y, sobre todo, para examinar la vigencia y la proyección actual del autor y de sus textos, a la luz del tiempo y de las lecturas.
«He dejado caer algunos libros que decididamente me incomodan, me desagradan –dijo Borges en 1974, cuando Emecé inició la publicación de sus Obras completas–. Ahora, desde luego, hay personas que creen que un escritor no tiene derecho sobre su obra. Pero yo les diría: ¿En qué momento la obra deja de ser del escritor?». La respuesta, en su caso, parece obvia: a partir de su muerte volvieron a circular los ensayos Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que no había querido reeditar, y se publicaron libros a partir de registros de clases en la Universidad de Buenos Aires, colaboraciones en la revista Multicolor, en el diario Crítica y en Sur, conferencias en las universidades de Harvard y Columbia, además de reediciones ampliadas de Textos cautivos y tres tomos de Textos recobrados. De manera complementaria, se incrementó la bibliografía que lo tiene como tema, en la que se destaca Borges (2006), libro póstumo en el que Adolfo Bioy Casares registró las «interminables, exaltadas conversaciones» que mantuvieron durante cuatro décadas.
«La discutida cuestión acerca de publicar los libros que Borges había dicho que no se reeditaran fue importante en el sentido de que permitía ver una serie de cosas que fueron parte de su escritura», dice Susana Cella, profesora de la Universidad de Buenos Aires y coordinadora del Departamento de Literatura del Centro Cultural de la Cooperación. «Aun cuando fuera contrariar al autor, resultó productivo conocer momentos de toda esa elaboración que fue dándose en un lapso largo», agrega. En particular, el contrapunto entre la vinculación juvenil de Borges con los movimientos de vanguardia y la madurez en la que comienza a construir su figura de escritor, en el camino desplegado, entre otras decisiones estéticas, entre «la búsqueda de las metáforas más insólitas con el ultraísmo y posteriormente la elección de las metáforas establecidas, con las kenningar» de la antigua literatura nórdica.
Alejandro Vaccaro, biógrafo y coleccionista cuya «especialidad de toda la vida ha sido Borges», tiene una opinión negativa al respecto. «Se ha hecho un gran pastiche, se han privilegiado los intereses editoriales por sobre los literarios. Se publicaron cosas sin rigor, atribuyendo a Borges textos que no son suyos. La edición crítica de sus obras está llena de errores. Es nuestro primer escritor y el maltrato que se le ha propinado desde el punto de vista editorial ha sido notable», señala.
Como explica Sebastián Hernaiz, también profesor de la uba e investigador del conicet, los cambios en las sucesivas ediciones de la obra tienen un sentido más amplio que el de la corrección literaria. Más que cuidadoso, dice, Borges «fue insistente, por demás perseverante» en la revisión de sus textos. Desde el primero, Fervor de Buenos Aires, originalmente publicado en 1923 y donde «las correcciones de versos, la eliminación de poemas, los cambios de títulos y reordenamientos de distinta índole» se suceden en las posteriores versiones. «Borges –destaca– eliminó libros, ocultó fechas, frecuentó el corrimiento de textos y modificó. En general, todas las reediciones son corregidas y cada una lo que hace es posicionar al autor en su contexto político-cultural desde una intervención siempre renovada, modificando la imagen construida en el pasado y actuando sobre su presente desde la modificación de su obra».

 

En clave de literatura
Borges definió a Edgar Allan Poe, uno de sus escritores predilectos, como «un gran proyector de sombras» y se preguntó: «¿Cuántas cosas surgen de Poe?». El mismo interrogante podría plantearse respecto de su obra. La respuesta no puede ser definitiva, en la medida en que se mantiene presente. Pero la historia de la literatura ya le reconoce contribuciones notorias: entre otras, la poesía de vanguardia, a través de la revista Martín Fierro, en la década de 1920; el descubrimiento literario de los márgenes de la ciudad, emblematizado en el cuento «Hombre de la esquina rosada»; la difusión de la narrativa policial, con la dirección de la serie El séptimo círculo y el cuento «La muerte y la brújula», de gravitación notoria en el desarrollo local del género; el rescate de Macedonio Fernández y la revaloración de la poesía gauchesca.


(Sara Facio)


(Gentileza Casares Libros)
 

Entre los recorridos del autor y su obra, Susana Cella destaca el que se produce al regreso de su etapa de juventud en Europa, con el descubrimiento de Buenos Aires. «Fue algo que lo relacionó con Raúl González Tuñón. Eran los dos poetas de la ciudad, capaces de ver los rincones, los suburbios, los barrios; obviamente, después tomaron caminos muy diferentes. Borges traza un territorio donde aparecen la ciudad propiamente dicha, el suburbio y la pampa y que a la vez lo emparenta con Leopoldo Marechal».
Nacido en 1899, con un padre que quiso dedicarse a la literatura, los primeros años de Borges contienen episodios que anuncian al escritor y sus elecciones, como la traducción de «El príncipe feliz», de Oscar Wilde, a los 9 años. «Hay quienes dicen que Borges lo que hizo fue inspirarse y transmutar expresiones del inglés al castellano», agrega Cella. «Puede ser, pero también está su conocimiento del idioma de los argentinos, para decirlo con sus propias palabras, por el cual retoma vocablos de fines del siglo xix y principios del xx que habían caído en desuso». En ese plano, el de la «valoración del habla elaborada en la zona rioplatense», se afirma «una contribución fundamental que después alimenta a los escritores de toda el área», junto con sus concepciones estéticas «aun en la boutade de plantear, por ejemplo, que la filosofía era una rama de la literatura fantástica; en clave de literatura, nos dice Borges, uno puede ver e interpretar el universo».
Las intervenciones de Borges como editor y periodista cultural –a través de la revista El Hogar, en particular, donde desarrolló una sabrosa sección dedicada a libros y autores extranjeros– fueron también importantes. Cella destaca la Antología de la literatura fantástica (1940), que compiló con Bioy Casares y Silvina Ocampo, una selección «curiosa por sus elecciones y su consideración del género» y nada inocente: «Había una apuesta fuerte a oponerse a una tendencia realista que era preponderante en la literatura argentina» y con la que disputarían a través de las páginas de Sur, la revista de Victoria Ocampo. «Hicieron bien en volcarse a la literatura fantástica –ironiza Cella– porque cuando uno lee “La fiesta del monstruo”, la sátira del peronismo de Borges y Bioy, siente que el realismo no era lo suyo».
Los cuentos de Ficciones (1944) y El Aleph (1949) y los ensayos de Discusión (1932), Historia de la eternidad (1936) y Otras inquisiciones (1952), condensan el núcleo de la obra de Borges. Pese a que fue uno de los protagonistas de la vida literaria desde la juventud, su reconocimiento resultó un largo proceso no exento de objeciones, que terminó de sancionarse desde el exterior, cuando le otorgaron el Premio Formentor (Mallorca, 1961) y la revista L’Herne le dedicó un número de homenaje en Francia (1964). Los nacionalistas católicos, la crítica sociológica, la izquierda, el nacionalismo popular –Arturo Jauretche lo incluyó entre «los profetas del odio»– y los jóvenes escritores de la década de 1950, reunidos en la revista Contorno, se incluyeron en la lista de sus críticos.

 

Vida cotidiana
Alejandro Vaccaro atesora poemas inéditos, ejemplares de primeras ediciones y publicaciones inhallables y diversos objetos en una colección que reúne 25.000 piezas. «Algún equipo de críticos tendrá que trabajar seriamente y ver lo que hay, qué se considera obra y que no. Borges tiene ciertas complejidades porque ha modificado permanentemente sus textos. Hay que abordarlo y discutirlo y trabajar desde esa perspectiva en una obra completa razonable», propone.
Presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (sade), que el mismo Borges dirigió entre 1950 y 1953, Vaccaro escribió la biografía Borges, vida y literatura (2006), entre otras obras. Vaccaro valora el libro en que Bioy Casares anotó las charlas que mantuvo con su amigo y compañero de escritura, a través del seudónimo Bustos Domecq. «En esas páginas surge un Borges fresco, de entrecasa, que no tiene reparos en decir malas palabras», puntualiza. «El libro ofrece clases magistrales de literatura y opiniones muy severas y muy sensatas sobre muchos escritores, además de una veta humorística interesante, de cómo Borges reaccionaba en su vida privada ante los fenómenos literarios que lo rodeaban».


Instantes.
Un retrato de la década del 60, con su amigo Bioy Casares y con María Kodama. (Fototeca Rogero C.I.)
 

Los registros de Bioy Casares proporcionaron nuevos datos para conocer la vida de Borges. «Además de los testimonios, para los biógrafos son muy importantes las cartas, esos textos que se escribían para la intimidad», dice Vaccaro. «Por ejemplo, están las cartas de Borges a Roberto Godel, que escribió desde Ginebra, cuando era un adolescente, donde habla de literatura, de la guerra, de mujeres, con un halo de sinceridad que es fundamental para el relato de una vida».
En la última Feria del Libro de Buenos Aires Vaccaro organizó la muestra Borges universal, dedicada a las traducciones de la obra en diversos idiomas, desde el coreano, japonés, chino y bengalí, hasta los más cercanos. También vicepresidente de la Fundación El Libro, Vaccaro destaca «la coherencia ética de toda su vida como escritor» y el perfil de «un hombre austero, sencillo, al que no le interesaban las cosas materiales». Lo que no quita sus penosas opiniones políticas: «En abril de 1976, cuando almorzó con Videla junto con Ernesto Sabato, Leonardo Castellani y Horacio Ratti, salió diciendo que el dictador era un caballero, y en septiembre de ese año fue a Chile e hizo lo mismo con Pinochet». Previamente había apoyado y defendido al golpe de 1955, incluso en una polémica con Ezequiel Martínez Estrada, y realizado un sinfín de declaraciones que parecían esmerarse en la incorrección. «Después le advirtieron que lo usaban, se negó a volver a Chile y en marzo de 1981 firmó la primera solicitada que se publicó en Clarín por los desaparecidos. También recibió a las Madres de Plaza de Mayo y entonces empezó a hablar mal de los militares», completa Vaccaro.

 

El legado
Las polémicas recientes tuvieron como protagonistas a María Kodama, viuda y albacea del escritor. En 1988 lanzó la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que entre otros motivos declara propiciar la «correcta interpretación» de la obra. El litigio contra el libro El Aleph engordado, de Pablo Katchadjian, un experimento en sintonía con los propios juegos y parodias que le gustaban a Borges, movilizó a escritores del país y del extranjero en rechazo de la persecución legal.
Pero lo que cuenta es el legado de la obra. Susana Cella valora el sentido de la tradición literaria, presente en Borges desde uno de sus textos más citados, «El escritor argentino y la tradición», embate contra el nacionalismo cultural donde plantea que «los argentinos podemos manejar todos los temas europeos con una irreverencia que puede tener, que ya tiene consecuencias afortunadas». En ese marco, «en la literatura argentina tenemos un corriente hispánica, desde Ricardo Rojas con su rescate de la tradición colonial, y predominantemente la tradición francesa, desde Esteban Echeverría hasta los post estructuralistas, en detrimento de otros aportes que podían venir de la tradición anglosajona y que rescató especialmente Borges, con su valioso discípulo Jaime Rest», señala Cella.


Memoria escrita. En sus textos, Borges retomó vocablos del idioma de los argentinos del siglo XIX y principios del XX que habían caído en desuso. (Magnum)
 

pecial Ricardo Piglia, con su tesis de los dos linajes que recorren la obra, el de los antepasados familiares, los fundadores y los guerreros, y el de los antepasados literarios, los precursores y los modelos, «una ficción que acompaña y sostiene la ficción borgeana». También Juan José Saer, agrega Cella, propuso una iluminadora entrada «en función de su propio proyecto literario y de la delimitación de otra zona de escritura: así como Borges tiene la pampa y la pampa surera, Saer tiene la pampa y la pampa gringa, en un encuentro interesante donde se diferencian y a la vez dialogan».
Para Cella, los escritores actuales, en cambio, están desconectados de la obra de Borges. «Hay una especie de negación o divorcio de la tradición literaria entre gente que lee y/o escribe, que va en detrimento de una riqueza de escritura», dice. La importancia de la tradición es la de funcionar como repertorio de posibilidades y recursos, donde un escritor puede observar cómo resolvieron sus problemas de escritura quienes los precedieron «y a partir de ahí tomar las propias decisiones; en ese sentido harían falta, más allá de cierta lectura escolar que espero se siga haciendo, textualidades fuertes que pueden aportar elementos».
Sebastián Hernaiz tiene una opinión distinta. «La presencia de Borges es fundamental hoy en día en los mejores textos que se producen», afirma. «Incluso en quienes no reconozcan la suya como una influencia central, hay una concepción no mitificada y autoconsciente de las especificidades del lenguaje y de lo literario que, en la literatura en español –aunque podríamos exagerar un poco más: en la literatura de la segunda mitad del siglo xx–, no serían iguales sin la lectura de los textos de Borges».
A diferencia del lugar que ocupó entre las décadas de 1970 y 1990, sigue Hernaiz, «la lectura de su obra sigue siendo por demás productiva, pero hoy no pareciera ser una presencia opresiva: si a Piglia o Saer les abrió caminos productivos pero al mismo tiempo de límites muy claros, senderos de bordes bien delineados, infranqueables, en los escritores que empezaron a publicar más recientemente esos límites aparecen desdibujados».
Si la definición de «gran escritor argentino» le da estatura de monumento nacional, dice Hernaiz, «su perfil público ya no es un problema, porque se mantiene la vigencia de su obra y no tanto de su figura: a diferencia de cuando Piglia o Saer comienzan a publicar sus obras, hoy Borges no es un problema a enfrentar, sino una cantera de textos que saquear».
Para Susana Cella, «lo importante es releer la obra desde la perspectiva actual para ver cuál es su poética y analizar su lenguaje, que no quede la imagen del escritor viejo y ciego. Reponer a Borges en los años 20, cuando peleaba en la vanguardia; cuando escribía Ficciones, cuando se peleaba con el realismo. Que no quede anclado en el bronce sino vivo, actuante, para discutirlo, para analizar a uno de nuestros escritores fundamentales más allá de las consagraciones».

 

 

 

 

 

 

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