Lo que cambió con Francisco

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En sus primeros meses al frente de la Iglesia, el papa argentino desplegó un plan de acción que combina fuerte presencia pública, discurso social y defensa de la doctrina católica.

 

El 15 de mayo de 2007 el cardenal Jorge Mario Bergoglio se sentó ante un grupo de sus más encumbrados pares obispos latinoamericanos y expuso lo que a su juicio conformaban los tres grandes «macrodesafíos» para la Iglesia. Los sintetizó de esta manera: «La ruptura en la transmisión de la fe, la inequidad escandalosa que divide a la población entre “ciudadanos” y “sobrantes de descarte” y, finalmente, la crisis de los vínculos familiares». El grupo de obispos estaba reunido en Aparecida (Brasil) y tenía como responsabilidad hacer los últimos preparativos de lo que, apenas días después, sería la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, una suerte de asamblea de la jerarquía católica de la región. El discurso de Bergoglio convenció y cautivó a los asistentes. El entonces cardenal porteño fue elegido presidente de la comisión redactora del documento final de la conferencia y todos admiten que el texto lleva grabada su impronta en cada una de las páginas.
Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) era papa en ese momento. Había sido consagrado en 2005 y su mandato se extendería hasta la renuncia en 2013. Y aunque nadie podía prever en ese momento que Benedicto XVI presentaría la dimisión a su cargo años después, y por lo tanto no se podría decir que Bergoglio estaba preparando su propia candidatura, muchos coinciden en que aquella intervención en Aparecida fue el comienzo del camino del cardenal de Buenos Aires hacia el pontificado. El nombre de Bergoglio ya había sido considerado por los miembros del colegio cardenalicio en el cónclave que consagró a Ratzinger en 2005 y en Aparecida el arzobispo porteño comenzaba a consolidar su liderazgo entre los obispos latinoamericanos. Aquellos «macrodesafíos» se parecían en mucho a un plan de acción para toda la Iglesia, aunque él lo estuviese proponiendo en ese caso para América Latina.
Si se revisa el rumbo de la gestión de Francisco en menos de medio año de pontificado, son precisamente aquellos grandes lineamientos los que está llevando a la práctica.
«La Iglesia no es una ONG», dijo varias veces. En Río de Janeiro, hablando a sacerdotes y seminaristas, les pidió que salgan de las parroquias y vayan al encuentro de aquellos que no suelen frecuentarlas. A los jóvenes argentinos los provocó pidiéndoles que «hagan lío», mientras entre sonrisas solicitaba disculpas a los obispos. En otro discurso criticó el clericalismo.
Aunque las cifras y las estimaciones son dispares respecto de la disminución de la feligresía católica en el mundo –también porque se hace difícil establecer una metodología para determinar la pertenencia a una u otra confesión–, existe coincidencia en que la Iglesia Católica está perdiendo adeptos, en esta parte del mundo, a manos de los distintos grupos, corrientes e iglesias evangélicas. En otras partes por el avance del islamismo. Aquí y allá simplemente porque la secularización de la sociedad incrementa el número de ateos y agnósticos. En otras más porque el poder político ya no necesita del poder religioso. Bergoglio quiere recuperar terreno y su propuesta consiste en mandar la Iglesia a la calle, a dialogar con la gente, particularmente con los jóvenes y con aquellos que están excluidos en todo sentido. Francisco quiere sacar a la Iglesia de la sacristía.

Viaje iniciático. Bergoglio en la favela
Varginha, en el norte de Río de
Janeiro. (Chiba/AFP/Dachary)

Para hacerlo necesita también cambiar el discurso, hacer la institución católica más creíble. Comenzó por él mismo. Siendo el Papa que sonríe (a diferencia del adusto Bergoglio en Buenos Aires), que abraza los niños, que se conmueve con los enfermos y los ancianos, que se muestra tolerante aun con quienes piensan y actúan diferente, que retoma temas de agenda que son universales (la pobreza, la exclusión, la fraternidad, la paz) y que para hacerlo habla un lenguaje que puede ser entendido por propios y ajenos.
La reforma de la estructura de la Iglesia y el saneamiento de la institución es parte de la misma estrategia. Bergoglio sabe que aun contando con el testimonio que aporta su vida austera, para recuperar la credibilidad y su predicamento la Iglesia Católica Romana necesita depurarse internamente: acabar con los pedófilos, sanear las arcas y liquidar la corrupción, y terminar con una forma de gobierno y de poder centralizado y «romano céntrico» para pasar a un modo de gestión colegiado con mayor participación de todos los obispos en las decisiones. A este último aspecto apunta la insistencia de Francisco al presentarse como «obispo de Roma» y nunca como Papa. «Soy uno más entre ustedes», suele decirles a los obispos, aunque su condición de Papa le reserva la situación de «primero entre iguales».
«Quiero una Iglesia pobre y para los pobres» afirmó poco después de asumir y se quejó de los cardenales que «usan autos lujosos». En otro momento dijo que «hay curas tristes y convertidos en coleccionistas de antigüedades o de novedades, en lugar de ser pastores con olor a oveja, en lugar de ser pastores en medio de su rebaño y pescadores de hombres; eso les pido: sean pastores con olor a oveja». En Río le pidió a los obispos latinoamericanos que sean austeros y les recordó que la autoridad se apoya en el servicio y no en el «mandoneo».

 

Las piezas en el tablero
Aunque nada de lo dicho y actuado por Francisco está por fuera de la enseñanza tradicional de la Iglesia Católica, Bergoglio sabe que lo que él dice y hace no cae bien en la curia vaticana y en quienes hasta ahora han manejado el poder en Roma. Tiene plena conciencia de que su estilo genera resistencias y que no le será fácil avanzar contra el poder enquistado, contra antiguos privilegios instalados y reivindicados ahora casi como supuestos derechos.
Pero Francisco es un gran estratega político y, actuando como un jugador de ajedrez, nunca avanza una pieza sin haber decidido antes las jugadas siguientes y calcular las posibles respuestas del adversario. Dio signos claros de que no tolerará a los pedófilos y que controlará las cuentas. No hizo nada para salvar de la cárcel al contador del Vaticano, monseñor Nuncio Scarano, acusado de corrupción por la Justicia italiana. Y forzó la renuncia de Marjan Turnsek (arzobispo de Maribor) y Anton Stres (arzobispo de Lubiana), dos eslovenos señalados como responsables de un desfalco de mil millones de dólares. Está dando pasos para transparentar las cuentas del Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el banco vaticano sospechado de corrupción y lavado de dinero.
Pero hasta el momento hay más gestos que acciones. Todas las autoridades de la curia romana (incluido el cardenal Tarcisio Bertone, el segundo en la jerarquía vaticana y a quien se señala como el principal conspirador contra Benedicto XVI) siguen provisoriamente en sus puestos. Y es muy probable que allí continúen hasta que en octubre próximo se reúna, en Roma y con Francisco, la comisión internacional de ocho cardenales a la que Bergoglio le pidió propuestas para reformar el gobierno y el funcionamiento general de la Iglesia. Ese grupo, que ya está trabajando y se comunica asiduamente con el Papa, está coordinado por el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, quien se encontró en Río con Francisco. Los cambios en la conducción vendrán, dicen, también con modificaciones en la estructura y la forma de conducción.
En los pasillos vaticanos hay descontento, temor y conspiraciones. Frente a ello Francisco decidió consolidar y ampliar su prestigio con los obispos de todo el mundo (que también reniegan del centralismo romano y de sus abusos de poder), y compartir con ellos, en la medida de lo posible, la responsabilidad de las decisiones que tome. Pero al mismo tiempo la Jornada Mundial de la Juventud en Río le sirvió como un «baño de masas» que le permitió regresar a Roma con su poder acrecentado. Sabe que ahora puede tomar decisiones importantes, que tendrá el respaldo del episcopado y que su eventual arremetida contra los grupos de poder eclesiástico no sólo contará con el apoyo de los católicos de la mayor parte del mundo y de la opinión pública en general, sino que incluso incrementará su prestigio. Las reacciones, si es que existen, quedarán minimizadas y sus impulsores desprestigiados por esa misma acción.
Pero dado que el crédito no es eterno –por más que se trate del Papa– y el ejercicio del poder desgasta, es posible que las primeras decisiones importantes lleguen antes de fin año. Ello ocurrirá una vez que hayan terminado las vacaciones europeas –a las que el Papa decidió renunciar para seguir trabajando– y después de que Francisco haya analizado todos los informes que le dejó su antecesor Benedicto XVI, escuchado a especialistas y colaboradores y tenga estudiada la propuesta de la comisión especial de cardenales. Con todo eso en la mano, él será el único que tome decisiones. Es su estilo de toda la vida.

Regreso con gloria. Tras la Jornada de la Juventud, que convocó a varios millones de personas, el Papa volvió a Roma con más poder y el apoyo de la opinión pública. (Rex Features/Dachary)

 

Caridad cristiana
Otro punto con el que Francisco ha cautivado a las audiencias de todo el mundo ha sido su discurso social, unido a sus gestos y la austeridad de vida consecuente con lo anterior. Su primer viaje al exterior fue a la isla de Lampedusa para celebrar una misa con cáliz de madera, subido en una barca y acompañando inmigrantes
–no católicos en su mayoría– en situación de marginación. Los pobres y los excluidos están permanentemente en su prédica. Les pide a los gobernantes –pero también a los obispos– que se hagan cargo responsablemente de aquellos que están en situación de exclusión, sean pobres, enfermos o ancianos.
En Río indicó que el camino a seguir es que «a nadie le falte lo necesario» y que «se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad». En un mundo capitalista cada día más insensible por aquellos que resultan excluidos y perjudicados por el sistema, las palabras del Papa suenan bien a los oídos de cualquiera –católico o no– que tenga sensibilidad social.
Pero, ¿cuáles son los cambios que propone Francisco en el orden mundial actual para lograr sus propósitos? En realidad Bergoglio no es un revolucionario en términos sociales o políticos. Podría decirse que su propuesta es la de un «capitalismo a escala humana» que incluya a todos dignamente aunque persistan las desigualdades. El piso para Francisco es la dignidad, y el camino para lograrla es la fraternidad y la solidaridad. Es la síntesis de que lo que en el magisterio católico se resume como «caridad cristiana».
El Papa cree además que ese estándar de dignidad se puede alcanzar con la aplicación de los criterios tradicionales de la doctrina y la moral católica y también recuperando los valores de la familia, el diálogo y la convivencia. Actuando para que no haya «sobrantes del descarte» como él lo llama, recuperando por esa vía la condición ciudadana y restaurando los valores de la familia (católica) hoy en crisis. Allí está la tercera pata de su «plan de pontificado».
Una ampliación de esta mirada alcanza el cuidado de la naturaleza, coherente también con la elección del nombre Francisco, para evocar al santo de Asís que también centró su preocupación en los pobres y en la naturaleza. «Somos guardianes de la creación, del designio de Dios inscripto en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente. ¡La persona humana está en peligro: he aquí la urgencia de la ecología humana!». En esto acuerda con el teólogo brasileño de la liberación Leonardo Boff, ex sacerdote católico y ex miembro de la congregación franciscana (ver Proceso de…). En coincidencia con otros teólogos de la liberación, Boff no se cansa de explicitar su optimismo sobre los cambios que el Papa pueda impulsar, cree que la Iglesia tiene que dirigir su prédica y orientar su acción centralmente al cuidado de la naturaleza y, según confió a personas cercanas, él mismo le acercó a Bergoglio un texto que podría ser un borrador de una encíclica papal que giraría sobre los ejes de la creación, la naturaleza y el ambiente. Dice el brasileño que Bergoglio acusó recibo del documento y lo agradeció.
Hasta ahora el «magisterio gestual» de Bergoglio, sus discursos y apariciones públicas lo han colocado en una situación de ventaja, pero no hay ninguna definición que apunte a cambios de fondo en el magisterio y en la doctrina. La moral sexual sigue intacta, el celibato no se toca y las mujeres no accederán al sacerdocio, para señalar apenas algunos temas. A pesar de eso la mayoría de las expectativas sobre él son positivas. Pero los plazos comienzan a cumplirse. El último trimestre de 2013 será fundamental porque lo declamado hasta el momento tendrá que traducirse en hechos y en decisiones.
Y quizás el Francisco sonriente y jovial que hemos visto desde que el 13 de marzo salió a la ventana de la biblioteca vaticana en la Plaza de San Pedro para pedir: «Recen por mí», tenga que dejar paso al gesto más adusto y severo que caracterizaba a Jorge Bergoglio en Buenos Aires. Aunque, seguramente y tal vez con más razón, siga pidiendo que recen por él porque posiblemente las decisiones que tome no dejarán conforme a muchos de los que hasta hoy han tenido poder en la Iglesia.

Washington Uranga

 

 

Del dicho al hecho

La pregunta que muchos se hacen es si Francisco, el Papa, es el mismo que fue Jorge Bergoglio, cardenal y arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. No hay respuestas contundentes para este interrogante. Francisco es alegre y jovial y se muestra así en público. «Quiero una Iglesia alegre y no en luto permanente», dice. En Buenos Aires, aunque se lo reconocía alegre en la intimidad, en sus apariciones públicas siempre mostró gesto hosco y poco afable. Ahora dice que «ser papa es más divertido».
Habla de una Iglesia renovada, pero en Río una sola vez mencionó casi al pasar a las comunidades eclesiales de base (CEB) esa manera distinta de ser «Iglesia entre los pobres», que ha tenido su mayor desarrollo en Brasil y a las que el cardenal Bergoglio nunca apoyó en Buenos Aires.
Trascendió que fue el propio Francisco quien destrabó el proceso que puede culminar con el reconocimiento de la santidad del obispo mártir de El Salvador, Oscar Arnulfo Romero, asesinado por los militares el 24 de marzo de 1980, pero dilapidó la oportunidad de hablar de Romero y de reivindicarlo públicamente en Brasil. Eso a pesar de que cuando visitó la favela de Varginha, en Río, tuvo que pasar frente a un gran mural del mártir salvadoreño que los fieles levantaron en la capilla local. No hizo ni siquiera una alusión.
Francisco pide obispos cercanos a los pobres y que no monten en autos lujosos, pero acaba de designar obispo de Orán al presbítero Gustavo Oscar Zanchetta, un amigo suyo, hasta ahora sacerdote de Quilmes, a quien sacerdotes y laicos de la diócesis quilmeña señalan como una persona amante de los lujos y del dinero y con más olor a perfume caro que «a oveja» como pide el Papa.
Francisco, el Papa, intenta ubicarse en el lugar de predicador de los grandes valores, líder del mundo por encima de las circunstancias y ajeno a las luchas políticas de los hombres. Pero Jorge Bergoglio sigue recibiendo en la residencia de Santa Marta en Roma, pública y reservadamente, a muchos de los mismos dirigentes políticos y sociales argentinos que antes lo visitaban en su despacho en el arzobispado frente a la Plaza de Mayo, y a quienes aconsejaba sobre la vida política del país.
Sólo el tiempo y la lectura atenta de los hechos y sus consecuencias podrán decirnos si Francisco, en el Vaticano, es distinto del Bergoglio que conocimos en Argentina.

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