Sin categoría

Los nuevos vecinos

Tiempo de lectura: ...

Ya representan la cuarta colectividad en importancia y son visibles, sobre todo, en los supermercados de las grandes ciudades. Vida cotidiana y vínculos comerciales y políticos con el gigante asiático.

 

Buenos Aires. Puesto de comida típica en la calle Arribeños. Instituciones culturales y comercios dan vida al barrio de la comunidad. (Kala Moreno Parra)

La imagen recorrió el mundo. Y aquí, en Argentina, aún hoy pocos pueden olvidarla porque sintetizó una instancia de inflexión social y política. El 19 de diciembre de 2001, Wang Cho-Ju, un ciudadano chino, lloraba con desesperación frente al supermercado en el que trabajaba, debido a su impotencia por el saqueo que acabaría completamente con su fuente de trabajo. Sin duda, Juan, como lo llamaban sus clientes de la avenida Gaona, en la localidad de Ciudadela, pasó a formar parte, de manera dramática, de la historia del país que había elegido para forjarse un futuro. Posteriormente se tejieron relatos en torno a su vida: algunos dijeron que había regresado a China y otros, que fue y volvió con la decisión de hacerse ciudadano argentino porque estaba en su ánimo seguir peleándola por su bienestar y el de su familia en esta tierra que sentía como su lugar en el mundo.
El registro más antiguo de inmigrantes chinos en Latinoamérica data de 1613, en un censo realizado en Perú, en el cual se menciona a 38 personas de esa nacionalidad. En nuestro país, en particular, pueden identificarse de manera general tres momentos de afluencia de inmigrantes chinos. El primero fue entre 1914 y 1949; o sea, el período que va desde la caída del Imperio hasta el surgimiento de la República Popular. Eran pocos y provenían de las zonas costeras y puertos del sur de China, como Cantón, Hong Kong o Shanghai, todos con tradición migratoria. Viajaban en barcos comerciales o de pasajeros y traían escasos recursos. Un segundo momento, a partir de 1978 y en los primeros años de la década del 80, es el de inmigrantes provenientes de la isla de Taiwán. La particularidad de este grupo es que migraban con sus familias y traían un capital propio que les permitió desarrollar actividades comerciales. Ellos lograron un sólido afincamiento y un acceso a desarrollos personales en todos los ámbitos. Y el último flujo de inmigrantes chinos se produjo desde 1990 hasta aproximadamente 1999; en su mayoría, eran personas provenientes de la provincia costera de Fujián. Según la Embajada China en la República Argentina, se calcula que hoy viven en nuestro país entre 100.000 y 120.000 personas de ese origen, conformando así una de las más grandes inmigraciones recientes. Si bien la mayoría está instalada en Buenos Aires, también se encuentran en ciudades como Mar del Plata, Rosario y La Plata, entre otras.
En el barrio porteño de Belgrano, cerca de las vías del ferrocarril Mitre, en las calles Juramento y Arribeños, hay un arco de acceso, incorporado al paisaje hace relativamente pocos años. Tiene 11 metros de altura, está hecho de cemento y piedra y fue traído desarmado desde China. La pintoresca estructura señala el comienzo del denominado «Barrio Chino». El lugar adquirió su fisonomía en los años 80, con la instalación mayoritaria de inmigrantes taiwaneses, a los que también se sumaron coreanos y japoneses, y en la actualidad se ha nutrido con la presencia de ciudadanos chinos. En sus calles hay restaurantes, instituciones culturales, religiosas y comercios. Las actividades que se realizan incluyen festivales artísticos y festividades populares chinas tales como la celebración del Año Nuevo, entre fines de enero y principios de febrero. Es cada vez mayor la convocatoria de visitantes y turistas, lo que consituye una invalorable oportunidad de acercamientos entre culturas.
Precisamente Arribeños es el título de un proyecto cinematográfico documental basado en la inmigración china que acaba de ganar un subsidio del Incaa para su realización, bajo la dirección de Marcos Rodríguez. El interés por el cine y la cultura oriental en general fue su motivación: «Lo que queremos es relatar la vida del Barrio Chino y la historia de las familias que le fueron dando forma. Lo que buscamos es reflexionar sobre la inmigración, los problemas de integración, las identidades múltiples que se cruzan para dar forma a un espacio en Buenos Aires en el que conviven culturas tan diferentes como la argentina y la china», comenta el director.
La conformación social de la Argentina desde fines del siglo XIX hasta la actualidad da cuenta de un intenso tramado de poblaciones migratorias procedentes de los más diversos rincones del planeta. No por muy trillada pierde su validez la caracterización del país como «un crisol de razas», que nos inscribe, como sociedad, en un avanzado nivel de aprendizaje del respeto por las diferencias. Cada grupo humano ha debido sortear en mayor o menor medida dificultades de integración que también variaron al ritmo de los tiempos históricos. «A la vez que muchos argentinos participan fascinados de la cultura china, otros generan signos de rechazo, basados en prejuicios y desconocimiento. Ven a los migrantes chinos “cerrados”, “poco educados”, que hablan “a los gritos”, que “viven en los supermercados” o “para trabajar”», señala la socióloga Luciana Denardi, quien está escribiendo su tesis de doctorado en base a una investigación sobre la comunidad china. «Al contactarme con miembros de la comunidad, la realidad es otra. Muchos, tímidos al principio, me recibieron con gran interés por propiciar un conocimiento mutuo. Además, tienen interés por integrarse; de hecho, hay organizaciones que se preocupan por enseñarles las costumbres argentinas, así como también tienen organizaciones que tratan de que no pierdan sus raíces».

 

Lazos y obstáculos
La gran barrera para que esa integración fluya es el idioma y, en gran medida, ésta puede ser sorteada cuando los hijos de los inmigrantes tienen acceso a la escolarización formal, independientemente de que resguarden su idioma y sus costumbres en el ámbito familiar y comunitario. Por otra parte, es destacable la cantidad de argentinos que emprendieron el arduo camino de adquirir un idioma que, desde su grafía, constituye un verdadero desafío intelectual. En este caso, el incentivo principal es que día a día crecen no sólo el intercambio comercial entre China y Argentina, sino también lazos que abarcan aspectos culturales, científicos y sociales. Por ejemplo, hay en la actualidad unos 30 acuerdos de hermandad o convenios similares entre ciudades y provincias de ambos países. En numerosas universidades públicas y privadas argentinas se enseña chino mandarín, y en la ciudad de Buenos Aires este año abrió la primera escuela primaria bilingüe.

Arco de acceso. Fue traído desde
China. (Jorge Aloy)

Y hablando de idioma, ya es moneda corriente escuchar la expresión «voy al chino», que, por otra parte, resulta incomprensible para cualquier hablante de español que no viva de este lado del Río de la Plata. La alusión a los supermercados administrados por personas de origen oriental pone en evidencia un fenómeno único que vale la pena considerar. «A diferencia de otros países –como Canadá, por ejemplo– donde hay guetos residenciales, aquí la dispersión geográfica de los inmigrantes es la fórmula perfecta para la integración», señala Gustavo Ng, codirector del grupo Dang Dai, dedicado a la comunicación entre Argentina y China. «El chino es próximo aunque no puedas hablar con él por la muralla idiomática. En cada barrio vas a encontrar algún comercio donde el vínculo cotidiano con los vecinos facilita la convivencia y porque, además, ellos viven cerca de su medio de subsistencia. Si bien puede haber cierto rechazo, y sobre todo prejuicio, he constatado que esto no tiene gran peso». Según cifras del sector, habría unos 10.000 supermercados «chinos» en el país.
Pero para que sea posible el arraigo al nuevo territorio –más dificultoso en este caso, en el que el lugar de origen es en sí mismo un mundo radicalmente diferente, que posee una antiquísima y potente cultura–, un factor de gran relevancia es la existencia de asociaciones comunitarias que provean sostén, asesoramiento y acompañamiento para las personas migrantes. En el caso de la colectividad china, se calcula que hay entre 20 y 30 de esas entidades, incluyendo iglesias, agrupaciones de residentes, asociaciones comerciales y cámaras empresarias. Ninguna de ellas depende de organismos gubernamentales. Sólo para citar un ejemplo, en la Asociación Cultural China Argentina (ACCA) se dan cursos de mandarín, caligrafía, tai chi, kung fu, pintura y cocina, entre otros. «Lo que realmente importa es que la gente que aprende chino tenga una mejor interpretación de su cultura. La gente dice que los chinos gritan, que comen carne de rata, que son sucios, y eso es lo que hay que aclarar. La esencia humana es la misma; hay gente buena y gente mala, pero intentamos que no sea malinterpretada por diferencias culturales. Necesitamos dar a conocer nuestra cultura para despejar los prejuicios que los argentinos tienen de los migrantes chinos y taiwaneses», señala Ana Kuo, una de las fundadoras de la asociación junto con su hermana Carola Kuo.

 

Historias de amor
Los expertos en política y economía no dejan de insistir en la importancia estratégica de los vínculos comerciales que se vienen dando a gran escala entre el gobierno argentino y el chino, especialmente a partir de 2004, con la visita del presidente Néstor Kirchner a China, a la que sucedieron la de su par Hu Jintao a Buenos Aires ese mismo año, la de Cristina Fernández a Beijing en 2010 y la que haría próximamente el presidente Xi Jinping a Argentina. Pero también tienen incidencia en la vida del país los vínculos que en menor escala se dan entre vecinos de un barrio. Y las relaciones humanas, porque de eso se trata, cobran otra dimensión cuando se escriben historias de amor –pasadas y presentes– con la conformación de parejas que han sabido encontrar la fórmula para abrirse camino a pesar de las barreras. Costumbres y tradiciones, valores y prejuicios son puestos a prueba cuando el amor aparece como una fuerza capaz de borrar las fronteras. «Mi padre, Ng Ping-Yip, era un veinteañero que había llegado de Hong Kong en los años 50 para montar una fábrica textil con otros chinos. Mi madre, Celia Lorenzo, era una estudiante, hermana de una operaria de la fábrica. Su casamiento fue motivo de curiosidad en toda la sociedad del pueblo de San Nicolás, en la provincia de Buenos Aires. Dieron a la Argentina mucho trabajo, hijos y nietos», rememora Gustavo Ng. Algunas de las nuevas familias se establecen aquí, y otras han optado por emprender el viaje hacia el lejano Oriente.
Hoy la china es la cuarta colectividad de inmigrantes en importancia en el país, y esto no puede dejar de ser visto desde el actual fenómeno de la migración de grandes poblaciones por todo el planeta, que obedece a drásticos cambios políticos y económicos. En este marco, Argentina es, merced a una larga experiencia no exenta de tropiezos y dificultades, una avanzada en la recreación de una sociedad multicultural.

Marcela Fernández Vidal

Estás leyendo:

Sin categoría

Los nuevos vecinos