Los unos con los otros

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La movida del intercambio de parejas comenzó en el país en la década del 90, con la aparición de los primeros boliches o «puntos de encuentro». Sin embargo, durante muchos años la práctica se mantuvo clandestina. Las reglas de un juego que derriba prejuicios.

(Ilustración: Pablo Blasberg)

A los más grandes les alcanzará con recordar. Los jóvenes, en cambio, deberán hacer el esfuerzo mental de imaginar una época sin internet (y en consecuencia sin redes sociales) ni Ley de Matrimonio Igualitario ni debate público sobre el aborto. Incluso, sin divorcio legal. Que una actriz popular, por poner apenas otro ejemplo, saliera en los medios a reconocer una relación abierta (es decir, sin exclusividad sexual) con su novio era más propio de la literatura erótica que de la realidad cotidiana. En ese contexto hostil para lo que entrañara alguna transgresión a la norma, un grupo de personas se las arregló –muchas veces de manera clandestina, con reserva y cautela siempre– para practicar el intercambio de parejas. Vistos como pioneros y antecedentes directos del poliamor, tan en boga por estos días, los swingers aclaran que sus encuentros o reuniones no se agotan en el sexo, todo lo contrario, son la excusa perfecta para quien busca amistad o contención.
«Empezamos a principios de los 90. Recién el país estaba viviendo en serio la democracia, pero se conservaban muchos prejuicios, todo era muy oculto, nadie se quería mostrar. Largamos con un boliche que era bailanta en la zona de Ciudadela. Hasta ese momento, las parejas swingers tenían lo que se llamaban “puntos de encuentro”, pero nosotros aparecimos con la propuesta de bailar, tomar unos tragos y después lo más hot pasaba en otro lugar. Al principio costó que vinieran muchas parejas, no era tan fácil como ahora. El boliche aparecía publicado en el Rubro 59. Con eso te digo todo», recuerda Cacho, el primer organizador de eventos para swingers de la Argentina. Que Cacho, después de tantos años, pida no agregar más datos sobre su identidad es herencia de una historia de ocultamiento.
Swinger proviene de la palabra inglesa «swing», que como verbo significa «cambiar». Los swingers, entonces, están dispuestos a cambiar de pareja durante encuentros sexuales con otros swingers. El intercambio puede involucrar a los cuatro (juntos o cada pareja por su lado) o puede haber una parte activa y otra que oficie de espectadora. También puede resultar asimétrico: es el caso de las parejas que suman a un solo o sola para realizar un trío. Sea cual fuere la variante elegida, todos los participantes deben dar su consentimiento. Lo contrario sería una falta de respeto o una traición.
«Los que estamos en el ambiente swinger hace tiempo somos gente muy respetuosa y siempre buscamos el consenso. Por eso no existe el engaño ni la trampa. Todo pasa frente a tu pareja así que es muy difícil que se dé una situación fea. Y si ocurre, la mayoría de las parejas se conocen, entonces al que actuó mal se lo deja de lado», remarca Cacho.

Patriarcado
El 7 de mayo de 2003, un dictamen de la Cámara Civil desestimó el planteo de igualdad presentado por un grupo, a esa altura numeroso, de adeptos al intercambio de parejas que reclamaba la personería jurídica para la Asociación de Swingers de Argentina. Los jueces consideraron que la práctica de los demandantes constituía «una transgresión de los principios básicos de la institución del matrimonio que conforma el orden público familiar». El fallo establecía además que «el deber de fidelidad contenido en el artículo 198 del Código Civil (entonces vigente) presupone exclusividad conyugal» y que, al casarse, cada uno «renuncia a su libertad sexual, en el sentido de que pierde el derecho a unirse carnalmente con otra persona diversa del otro cónyuge».
Hoy las cosas parecen haber cambiado. En efecto, a principios de octubre del año pasado, la Legislatura porteña aprobó por unanimidad una ley que actualizó la normativa de los hoteles alojamientos y permitió el uso de las habitaciones a más de dos personas. Si bien el objetivo era impulsar la actividad económica de los «telos», también fue otra señal de que las reglas siguen flexibilizándose.
«Estamos en una época de deconstrucción. El movimiento LGBT y el feminismo justamente lo que están haciendo es deconstruir el patriarcado, el tipo de relación monógama y el concepto de fidelidad anclado en la tradición judeocristiana», explica la psicoanalista Any Krieger. Para la especialista, dentro del imaginario romántico de las parejas swingers, mantener relaciones sexuales con otras personas es visto como una prueba de amor «en el sentido de que son capaces de atravesar la monogamia y llegar a un espacio más amplio, donde eso resulte en un vínculo más fuerte».
Beatriz y Daniel son la pareja más famosa del ambiente swinger local. Pioneros en organizar encuentros, ya editaron revistas de contactos, armaron una web (www.entrenos.com.ar) y hasta lanzaron una app basada en un sistema de localización para contactar a otros swingers y encontrar hoteles, boliches y clubes con los mismos intereses. Nadie mejor que ellos para explicar de qué se trata.
«Después de muchos años de ver pasar parejas y matrimonios –empieza Beatriz–, hoy te puedo decir que nada es igual. El intercambio que practicamos nosotros se transformó en reuniones sociales en busca de amistad o contención. Al poliamor, por ejemplo, no lo consideramos ventajoso, debido a que los swingers somos monógamos en el amor y polígamos en el sexo. La libertad sexual existe en todas las personas libres. Lo que hace diferentes a los swingers es que lo compartimos de común acuerdo, sin mentiras ni hipocresías».
El otro código irrompible es el cuidado personal y el de los demás porque, según Beatriz, los swingers son una familia. «Esto quiere decir –continúa– que si no quiero estar con alguna persona se lo tengo que decir. Las reglas son claras; estamos para disfrutar, no para cosechar enemigos. Si estás mal con tu pareja, primero resuélvanlo entre ustedes y luego decidan practicar el swinging. Esto no es para destruir matrimonios, sino todo lo contrario. Ser swinger no perjudica a las parejas que se aman. Con Daniel llevamos 40 años de casados y el intercambio nos unió más».
¿Pero qué pasa con la familia sanguínea, aquella que no comparte la misma práctica? «La movida fue creciendo –recuerda Beatriz– y nosotros empezamos a ser cada vez más conocidos. Comenzaron los llamados periodísticos, y en un momento tuvimos que hablarlo con nuestros hijos y blanquear nuestra condición de practicantes y dueños de dos medios swingers. Un gran cambio que pudimos resolver porque somos una familia constituida (la mayoría de las parejas swingers son de larga data) con hijos criados con libertad y sin prejuicios». Tanto Beatriz como Cacho coinciden en que el ambiente se actualizó, que las redes sociales, los chats de WhatsApp, la proliferación de shows eróticos y hasta la aparición del Viagra cambiaron las reglas del juego, provocando que la movida «pierda un poco de magia». Incluso la crisis económica jugó un papel importante en los modos y costumbres de estos adelantados de las relaciones de pareja posmodernas.
«Ahora lo más común –cuenta Cacho, resignado– es reunirse en quintas, onda picnic, cada uno con su heladerita. Eso perjudica al bolichero, pero no podemos hacer nada. Una entrada cuesta, como barata, 300 pesos, y después hay que sumarle lo que se gasta adentro. En las quintas vos te gastás esos 300 pesos en bebidas y ya está. La pasás bien igual».

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