Lucha por la autonomía

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Un repaso por la situación de varias regiones del mundo que buscan otro modo de gobernarse. Cómo incide el factor económico en decisiones que pueden cambiar el tablero internacional.

 

Desafío. Los catalanes demuestran en cada lugar que pueden su intención de no seguir integrando el reino de España. Los estadios de fútbol son el escenario masivo ideal. (AFP/Dachary)

La sorpresa por la presentación de las nuevas camisetas del Barcelona, con la imagen de Messi, Iniesta y Puyol luciendo casi desafiantes la casaca suplente con los colores de la bandera catalana, apareció opacada por los dos atentados que pusieron nuevamente sobre el tapete el problema checheno: las explosiones en el maratón de Boston, que causaron la muerte de tres personas, y la de un coche bomba en la capital de Daguestán, que dejó un saldo de ocho víctimas fatales. En ambos casos sobrevoló el fantasma de grupos separatistas de la república, ex integrante de la URSS que buscan alejar a Chechenia de la influencia de Moscú mediante métodos cruentos. Otra pizca de independentismo sobre vuela Escocia, donde se programó un referendo para el año 2014 con anuencia del primer ministro David Cameron. Los ejemplos son tres de las decenas que pueden computarse con algunas características más o menos comunes: son regiones con una fuerte impronta cultural y lingüística insertas en un marco nacional al que grandes capas de la ciudadanía rechaza en busca de autonomías plenas.
El caso catalán tiene hondas raíces en la historia española.  En 2014 se cumplirán 300 años de la Guerra de Sucesión en España, cuando la casa de los Borbones ganó a la austríaca de los Habsburgo el trono madrileño y el 11 de setiembre de 1714 Barcelona cayó en manos de la muy centralista y absolutista casa real de origen francés. La Guerra Civil (1936-1939) encontró nuevamente a Cataluña como uno de los centros de la lucha contra el centralismo, junto con el País Vasco. No por casualidad, los pactos de La Moncloa de 1977, tras la muerte del dictador Francisco Franco y la entronización de otro Borbón, Juan Carlos, consolidaron una monarquía parlamentaria en la que los catalanes y otros pueblos de fuerte nacionalismo como los vascos y los gallegos, pasaron a gozar de una amplia autonomía.
Puede decirse que durante el período de crecimiento de España, tras su ingreso a la Unión Europea y la expansión hacia América Latina de los 90, todo marchaba relativamente bien, salvo las incursiones de ETA, que sin embargo no alcanzaron para hacer temblar el orden establecido, al punto que el año pasado propusieron el fin de la lucha armada para incorporarse a la vida política.
Al estallar la crisis financiera, que en la península golpeó como en ningún otro lado por el modo en que la economía se había basado en la burbuja inmobiliaria, los catalanes comenzaron a desarrollar cada vez con mayor empuje la idea de la independencia. Un poco, porque el centralismo ya no es tan atractivo y otro poco, porque las cuentas reflejan que el aporte de la región a las arcas del país es bastante mayor en términos impositivos que el que reciben como servicios.

 

El color del dinero
Ciertamente, Cataluña es una de las regiones más prósperas de España y el hecho de formar parte de un colectivo la obliga a colaborar para el desarrollo de otras zonas menos favorecidas. Cosa que en tiempos de vacas gordas tal vez no cuente demasiado, pero cuando el cinturón aprieta resulta irritante para grandes capas de la sociedad. Fue así que el 11 de setiembre de 2012, durante la celebración de la Diada de Cataluña, más de un millón de personas salieron a las calles a pedir por la independencia. Una cifra impresionante si se repara en que la región no tiene mucho más de 7 millones de habitantes. Desde entonces, el independentismo viene creciendo fuerte entre las autoridades –que, bueno es decirlo, son las mismas que antes de la marcha de setiembre en Barcelona– y se promueve un referendo para el año próximo. Madrid tampoco ayuda demasiado y además de mensajes bastante autoritarios del gobierno de Mariano Rajoy, aprobó una ley de educación que limita la enseñanza del idioma catalán en las escuelas públicas que no hizo sino irritar aún más al sentimiento nacional.
El caso escocés tiene otras vertientes pero también hay un contenido económico aparte de cualquier otra consideración cultural. Porque a diferencia de los borbones, la casa real británica otorgó ciertas libertades a sus nacionalidades que, salvo en el caso de los irlandeses, lograron por mucho tiempo calmar ansiedades. Una acción mínima, pero de alto valor simbólico, es que tanto escoceses como galeses e ingleses van con sus propios equipos a los campeonatos mundiales de fútbol y rugby. Así y todo, el descubrimiento de petróleo en el Mar del Norte a principios de los 80, puso a los escoceses de cara a la posibilidad de pensar un futuro más beneficioso sin tener que compartir la enorme riqueza con el resto del Reino Unido. «Es el petróleo de Escocia» es uno de los eslóganes más contundentes al que recurren los nacionalistas. Lo aplicó el ministro principal escocés, Alex Salmond, para llegar al poder y lo usa aún para negociar con Cameron los términos del referendo que se hará en 2014.

 

Olor a petróleo
Pero algunos estudios encargados a un grupo de especialistas no son tan optimistas sobre el futuro de Escocia fuera del amparo de la reina Isabel II. Un informe elaborado por un equipo del que formó parte el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz determinó que la secesión es viable, siempre y cuando mantenga como moneda la libra esterlina y no dé el salto al euro en el que pensaban los secesionistas. También el Banco de Inglaterra debería seguir siendo el prestamista de última instancia para ese nuevo país. Entre las propuestas de los expertos contratados por Salmond figura también la creación de un «fondo de estabilidad» para gestionar los ingresos del petróleo del Mar del Norte, que la nueva nación pasaría a controlar en más de un 95%.
También tuvo olor a petróleo la separación de Sudán del Sur, formalizada el 9 de julio de 2011 luego de varias décadas de guerra civil por el control de las ricas regiones del sur sudanés. Tras miles de muertos, los líderes de la Unión Africana lograron convencer al sudanés Omar Hasan Ahmad al-Bashir, acusado de crímenes de lesa humanidad durante el conflicto en Darfur, de que una autonomía del sur descomprimiría una situación bélica estancada que no iba a tener fin. Así fue que en los primeros días de 2011 se realizó un referendo que dio como resultado una casi unanimidad en favor de la creación del Estado número 194 de la Organización de Naciones Unidas.
La ONU, en tanto, tiene un problema de difícil solución en los Balcanes, la región europea donde la última de las guerras civiles europeas –y una de las más violentas– dejó un mosaico de nuevos países tras la caída del comunismo en Yugoslavia. Una de esas naciones, Serbia, considera que Kosovo es una provincia autónoma dentro de su propio territorio, según estableció en su Constitución y según mantiene la Resolución 1.244 del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, al cabo de otra guerra civil, desde 1999 el territorio está a cargo de la Misión de Administración Provisional de las Naciones Unidas en Kosovo y de la OTAN.
En febrero de 2008, Kosovo se declaró independiente con la anuencia de Estados Unidos y la mayoría de los países de la Unión Europea. La República de Kosovo es reconocida por 98 de los 194 países de la ONU y entre los que se niegan a la secesión aparecen, por supuesto, Serbia, pero también Rusia, China, España y la abrumadora mayoría de los países latinoamericanos.

Escocés. El ministro principal Salmond llamó a referendo para 2014. (AFP/Dachary)

La negativa española se justifica alegando que aceptar la independencia de Kosovo implicaría tolerar la de Cataluña o el País Vasco. Los chinos tienen su propia complicación en Tibet, una región que goza de autonomía pero busca la independencia desde hace más de 60 años. En Moscú, desde la caída de la Unión Soviética, padecieron una sangría de territorios, entre ellos los países bálticos, Bielorrusia, Ucrania y Georgia, y quieren parar ahí.
Chechenia volvió a ser noticia cuando los hermanos Tsarnaev fueron acusados de haber colocado dos ollas a presión repletas de explosivos cerca de la meta del maratón bostoniano. De una familia originaria de Chechenia, los jóvenes nacieron en Daguestán y fueron criados en Estados Unidos. Según el FBI, el atentado tiene raíz en el fundamentalismo islámico (una venganza por la intervención de tropas estadounidenses en Afganistán e Irak contra el pueblo musulmán, dijeron). Sin embargo, investigaciones periodísticas revelaron que Tamerlán Tsarnaev, el que cayó baleado por la policía, había tenido encuentros en el Cáucaso norte con grupos radicalizados independentistas de Chechenia. Los mismos que hace unos días habrían hecho estallar un coche bomba en aquella ciudad en Makhachkala, la capital daguestaní.

 

La vía armada
De un modo dramático, Irlanda del Norte padeció durante décadas el azote de la represión del gobierno central británico y el crecimiento de grupos armados como el Ejército Republicano Irlandés (IRA). La respuesta de los grupos paramilitares GAL en España para combatir a la ETA tuvo una orientación similar.
Sin la misma violencia pero con un grado equiparable de insistencia, varios grupos culturales reclaman mayores dosis de autonomía, cuando no la independencia, en otros países europeos. Piensan en algo similar a lo que pudieron lograr, amigablemente, checos y eslovacos en lo que se llamó un «divorcio de terciopelo» en 1993. La Liga del Norte, en Italia, reclama la secesión de la Padania rica e industrializada para no seguir sosteniendo con sus impuestos al sur «pobre y atrasado». Como sucede con catalanes y vascos, hay en este reclamo un fuerte componente de egoísmo federal, aunque en el caso italiano se le agrega una cuota de racismo para nada desdeñable. Son, por lo demás, el ala derecha de la alianza que sostuvo a Silvio Berlusconi en el gobierno.
En Francia, el nacionalismo tiene varias vertientes, algunas vinculadas con España, como la región vasca del noroeste o al sur, en Rosellon, que sería parte de una Gran Cataluña. También ensayan versiones localistas los bretones, donde se propone la igualdad de las lenguas nativas con el francés y un rescate del folklore y los símbolos regionales. Algo similar ocurre en Córcega, la tierra natal de Napoleón. Más drástico, el amplio sur galo reclama la creación del Estado de Occitania, junto con Mónaco y algunos territorios de España (Valle de Arán) e Italia (Valles Occitanos, cerca de Turin).
Un caso particular es el de Canadá, donde la provincia franco hablante de Quebec ya hizo dos referendos para declararse independiente. Pero los secesionistas no tuvieron éxito y siguen bajo el amparo de la corona británica.

Alberto López Girondo

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