Medio siglo de Macondo

Tiempo de lectura: ...

Publicada hace 50 años, la obra mayor de Gabriel García Márquez sacudió el panorama literario. El pueblo ficticio en el que transcurre la saga familiar de los Buendía universalizó la realidad y los mitos latinoamericanos. La influencia del autor colombiano.

Fototeca Aragón DCM

El llanto más antiguo del hombre es el llanto de amor», se lee en uno de los pasajes de Cien años de soledad, la obra cumbre de Gabriel García Márquez que narra la historia de la familia Buendía, a lo largo de siete generaciones y de cuya publicación se cumplen 50 años en 2017.
Con más de 30 millones de ejemplares vendidos hasta la fecha y ambientada en el pueblo ficticio de Macondo –donde nacen hijos con colas de cerdo, sobrevienen pestes de insomnio o de olvido y las situaciones se repiten una y otra vez–, es considerada la mejor novela en español, después de El Quijote. Entre otras cosas, el diario español El Mundo la listó en el lugar número uno de los 100 libros del siglo XX en castellano y el periódico Le Monde la consideró uno de los 100 mejores libros de todos los tiempos.
Su párrafo inicial, uno de los más conocidos de la literatura, es tan atrayente que cuesta imaginar que alguien pueda sustraerse a él: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo».
Lo supo Francisco Porrúa, el legendario director de Editorial Sudamericana de Buenos Aires, apenas leyó las primeras líneas del manuscrito y decidió publicarlo de inmediato, en mayo de 1967. «Simplemente comprendí lo que cualquier editor sensato hubiera comprendido en mi lugar: que se trataba de una obra excepcional», dijo. Desde entonces, la novela sobre la génesis, el desarrollo y la debacle de Macondo –nombre que García Márquez leyó en el cartel de una hacienda, cuando hacía un viaje en tren con su madre–, y las aventuras y tribulaciones de sus excéntricos personajes, ha sido traducida a 35 idiomas y ha fascinado a millones de lectores en todo el mundo.

Revolución escrita
Es sabido que el autor colombiano tardó dos años en escribir este libro, mientras a causa de una difícil situación económica, su mujer y él se hospedaban en casa de unos amigos en México. Al punto que debieron empeñar una estufa para pagar el envío de la mitad del texto, que le debe mucho a todo lo que el escritor absorbió durante su infancia en Aracataca, su aldea natal, ubicada en la costa del Caribe colombiano. Fue una obra que expuso los paisajes, problemas y mitologías locales y gozó de una aceptación veloz. Y su éxito empujó las fronteras del boom latinoamericano y de sus exponentes más célebres, aunque de estilos disímiles: Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y José Donoso.
Pero, ¿cuál es la importancia de Cien años de soledad, transcurridos todos estos años? La escritora Ana María Shua dice que «es difícil darse cuenta hoy, después de que García Márquez ha sido imitado en forma tan larga y tan monótona, pero en ese momento fue una extraordinaria revolución, acompañada por un redescubrimiento de la literatura latinoamericana en Europa.  Por primera vez un nuevo movimiento literario, el realismo mágico,  partió desde América Latina hacia los países centrales. Buena parte de la literatura que siguió no habría sido posible sin García Márquez. Salman Rushdie, por ejemplo».
Para el escritor Washington Cucurto, creador y director de la editorial Eloísa Cartonera, es «una novela siempre fundamental, pionera de cierto imaginario latinoamericano y caribeño. Por lo intempestivo de su lenguaje, su barroquismo a la hora de escenificar ciertas costumbres de estas tierras y por su apasionada historia ocupa un lugar de privilegio dentro de nuestras lecturas. Pensar una literatura autóctona moderna sin Cien años de soledad es imposible. Con su obra torrencial, su castellano utilizado hasta el paroxismo y su crítica social, García Márquez convirtió a la literatura colombiana y latinoamericana en algo importante. Lejos de Borges y de Bioy Casares, lejos de un idioma arcaizante y europeizante, y cerca del lenguaje de la calle, transformó a la palabra del ser latinoamericano en todo un pathos, por estos motivos está primero en el mundo de mis relecturas constantes y perpetuas».

Tapas. El diseño de cubierta original y la última edición del clásico.
Cristián Alarcón, periodista y escritor chileno afincado en Buenos Aires, director de la revista Anfibia y maestro de la FNPI (Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano), conoció personalmente a García Márquez y tuvo su primer encuentro con Cien años de soledad durante un verano, entre Chile y Argentina. «Recuerdo haberla comenzado de este lado de la cordillera y terminado en mi pueblo de los siete lagos chilenos, con la sensación de que algo de ese mundo no me era extraño. En los latinoamericanos que provenimos de paisajes singulares, de mundos desquiciados por la brujería, los mitos y las alucinaciones del campo y la naturaleza Cien años de soledad dejó una rémora de realismo realmente mágico. Me desveló, me produjo sueños, y me convenció de que debía ser escritor. Jamás imaginé en aquel momento que conocería a Gabo, que sería parte de su mafia de la crónica y que Colombia se transformaría para mí en un segundo hogar», enumera.
En cuanto a la influencia de Gabo en los cronistas latinoamericanos, Alarcón dice que la ignora. «Me temo que los nuevos cronistas no lo leen con la devoción que lo hicimos hace 20 o 30 años. A pesar de su enorme vigencia, las modas literarias suelen llevarlos por otros caminos antes de acometer con la literatura latinoamericana. Sé que para mí esa dosis de realidad que había en el origen de la saga familiar de los Buendía fue fundamental para asumir tempranamente que el periodismo “es” literatura y no que toma prestada de ella las herramientas para narrar lo real».

Novelista célebre
Distinta es la mirada de Pedro B. Rey, editor de La Nación, escritor, traductor e integrante del comité que edita la revista cultural Las Ranas. «No me parece que para los escritores de mi generación Cien años de soledad haya tenido ninguna influencia profunda. Quizá haya que ir a una generación más arriba. Sí podría decirse que resultaba una lectura obligada y novedosa en la adolescencia para los de mi generación, allá por los años 80», expresa. «Mi relación con el libro igual es singular. No es lo primero que leí de él: fue El otoño del patriarca, una novela que hoy nadie parece considerar, pero que me atrajo por la manera en que estaba construida, esa especie de fluir entrecortado por comas. Lo inmediatamente siguiente fue La hojarasca. Por alguna razón, quizá porque es deliberadamente faulkneariano y suena a Rulfo, recuerdo muy bien esa lectura. Cien años de soledad llegó poco después. Fue una experiencia extraña en comparación. Aunque era evidente que era más logrado que aquellos dos, la expectativa era tanta que, hacia el final, se me fue desdibujando».
En algún momento, el propio García Márquez dijo que odiaba su obra. «Está escrita con todos los trucos de la vida y con todos los trucos del oficio. Eso no lo ha sabido ver ningún crítico. Los críticos tratan de solemnizar y de encontrarle el pelo al huevo a una novela que dice muchas menos cosas de lo que ellos pretenden. Sus claves son simples, yo diría que elementales, con constantes guiños a mis amigos y conocidos, una complicidad que solo ellos pueden entender», declaró.
La fama también le ocasionó inconvenientes, tras su publicación. «Desde entonces mi vida ya no es la misma. No soy una persona normal. Amigos a los que creía fieles han vendido mi correspondencia, la gente se te acerca y nunca sabes sus intenciones. Asimilar un éxito tan desmedido es tarea de héroes, y yo no soy ningún héroe, soy una persona bastante débil», añadió. De todos modos, a la par de los dolores de cabeza vinieron los honores: el premio Rómulo Gallegos, en 1972, y el Nobel, 10 años después. Y la certeza de que pueden pasar 50 años o 100, y Macondo seguirá viviendo.