Instaladas en zonas rurales y campesinas, las comunidades quilombolas protagonizaron recordadas rebeliones hasta el siglo XX para huir de la esclavitud y en defensa de sus derechos. De las políticas inclusivas de Lula a la ofensiva de Jair Bolsonaro.
27 de marzo de 2019
Más allá de nuestras fronteras, la palabra quilombo no es lo que parece. En la Argentina puede tener varias acepciones: problema, desorden, prostíbulo, gresca o lío. Pero en Brasil su significado es muy distinto. Se trata de una comunidad negra organizada. Un territorio o porción de un barrio de esclavos dotado de una fuerte identidad. Tan ancestral que remite a unas cuantas centurias desde el imperio portugués hasta la república.
Se los reprimió desde el nordeste hasta el sur del país. Hubo resistencias siempre y se calculan unas 38 insurrecciones. El célebre quilombo de Palmares, un bastión ubicado en lo que hoy es el estado de Alagoas, existió entre 1580 y 1710. Las rebeliones se dieron hasta bien entrado el siglo XX. La del látigo o Chibata por mejores condiciones laborales y contra los castigos corporales fue la más conocida, liderada João Cândido, un marinero negro ascendido a la condición de almirante por sus compañeros. Tomaron parte de la flota naval y amenazaron bombardear la bahía de Guanabara en 1910. El Congreso los amnistió y devolvieron las naves, aunque 22 de ellos terminaron detenidos. La mayoría murió en prisión.
Las comunidades quilombolas surgieron como un modo de escapar de la esclavitud, huyendo de las haciendas y otros sitios donde eran explotados para formar verdaderas organizaciones sociales lejos del alcance de sus perseguidores, y continuaron su resistencia hasta 66 años después de la independencia formal del país, en 1822. Los negros huían y se ocultaban, sobre todo en áreas rurales. «Los propietarios de esclavos fueron reparados por la abolición, los indemnizó el Estado, pero a nosotros no por los 350 años de esclavitud», señala Onir Araujo, el abogado de la Organización para la Liberación del Pueblo Negro (OLPN) de Río Grande do Sul.
Según el último censo (2014), el 52% de la población brasileña es negra o parda. Entre dos y tres millones viven en quilombos según el letrado (ver recuadro). Hay 5.000 de estas comunidades en la nación que desde el 1º de enero gobierna el presidente Jair Bolsonaro, un supremacista blanco que en campaña electoral declaró: «Yo fui a una quilombola en El Dorado paulista, y el afrodescendiente más delgado de allí pesaba siete arrobas. No hacen nada. Creo que ni para procrear sirven. Más de 1.000 millones de dólares al año estamos gastando con ellos».
Porto Alegre es la ciudad donde hay más comunidades quilombolas, siete en total. El 20 de noviembre se festeja ahí el día de la conciencia negra, como en casi un millar de localidades de Brasil, en homenaje a Zumbi, el líder de la revuelta de Palmares asesinado por resistir la ocupación blanca en 1695.
Silva es el primer quilombo urbano del país que consiguió la titulación de sus tierras. Está ubicado en el barrio de Tres Figueiras, uno de los más cotizados de aquella capital del Estado de Río Grande do Sul, rodeado de condominios. Ligia María da Silva es su presidenta y una de sus moradoras. Su familia se instaló en el lugar en la década del 30. Pero una y otra vez sufrió la amenaza del desalojo. La mujer le cuenta a Acción: «Si tenemos un título de propiedad, se lo debemos a Onir Araujo, nuestro abogado, que ha luchado demasiado por nosotros, y también al expresidente Lula, porque si no fuera por él, tampoco lo habríamos conseguido. Acá donde nosotros vivimos, se cotiza el metro cuadrado más caro de Porto Alegre. ¿Tú crees que quieren tener de vecino a un negro pelado sin plata? ¡No, no quieren saber nada!». Antes de despedirse Ligia recuerda una frase del referente histórico del PT, detenido en Curitiba: «Lula ha dicho: “Yo voy a darles un título a los Silva, porque yo tambien soy un Silva”».
La palabra quilombo –con k– proviene de la lengua kimbundu, originaria de Angola. En ese país del sur africano se habla en las provincias de Luanda, Bengo y Malanje. Las comunidades negras, tanto urbanas como rurales, se reconocen bajo ese nombre en Brasil. Es donde más se han extendido, porque la esclavitud recién se abolió en 1888 y generó múltiples formas de resistencia que duraron unos 350 años. En países como Estados Unidos a estas colectividades se las denomina Maroons (cimarrones) o palenques, como en la provincia de Esmeraldas, al norte de Ecuador. Humberto Triana y Antorveza, el compilador de una obra clave como Léxico documentado para la historia del negro en América y que abarca cuatro siglos, sostiene: «En los palenques se desarrollaron sistemas de economía, defensa y sincretismo cultural». Eso mismo aplica a los quilombos brasileños.
Tierra en trance
Sus habitantes, igual que la familia Silva, trabajan como personal doméstico, cuidan personas mayores, son empleados de empresas de seguridad privada o se dedican a la jardinería. La convivencia con los vecinos de barrios acomodados –como en Tres Figueiras– no es fácil de llevar. Los condominios linderos elevaron el muro que los separa del quilombo ubicado al norte de Porto Alegre. La especulación inmobiliaria ha hecho lo demás. Las comunidades negras son a menudo sitiadas por los residentes más ricos. La policía persigue a sus habitantes, los discrimina. La dialéctica de Bolsonaro presagia lo que podría pasar en el futuro. Ese es también un dato insoslayable de la actualidad que afectaría a quilombos urbanos o rurales por igual.
En Porto Alegre hay un conflicto con tierras vecinas a un Wall Mart. En áreas campesinas el litigio se incrementa por las agresivas campañas de los hacendados. Los estados que poseen la mayor cantidad de comunidades quilombolas son Bahía, Maranhão, Minas Gerais y Pará. Pero no todo es negativo cuando se visualiza el largo recorrido de lucha de los negros en Brasil. La Constitución Federal de 1988 incluye su problemática como parte de las políticas públicas. Un ejemplo es el artículo 68 del Acto de las Disposiciones Constitucionales Transitorias (ADCT) que dice: «A las dos comunidades remanentes de los quilombos que estén ocupando sus tierras es reconocida la propiedad definitiva debiendo el Estado emitirles los títulos respectivos».
Pero la medida que las empoderó más fue la Política Nacional de Promoción de la Igualdad Racial, el decreto 4886/2003 del gobierno de Lula. Uno de sus puntos nodales es el Programa Brasil Quilimbola (PBQ) lanzado el 12 de marzo de 2004, que actúa en apoyo a estas comunidades. Les permite accionar para regularizar la posesión de las tierras, la construcción de servicios e infraestructura, la inclusión productiva y los derechos de ciudadanía.