Mentes que brillan

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En nuestro país nacen por año unos 14.800 niños con un coeficiente intelectual por encima del promedio. Se destacan por su capacidad, pero suelen aburrirse en clase y en muchos casos son diagnosticados como conflictivos. Señales y estrategias.


(Eduardo Munoz)

Un viernes en la vida de Tomás empieza temprano: a las ocho de la mañana ya está sentado en un aula de la Universidad de La Plata cursando Física Macroscópica. Al mediodía se sube a un colectivo que lo lleva hasta su casa en Barrio Obrero, de Berisso, donde apura el almuerzo porque a las tres tiene que volver a la facultad para la clase de Análisis Matemático. A las siete de la tarde su madre lo pasa a buscar para devolverlo a la casa y mientras ella prepara la cena, Tomás recrea las batallas napoleónicas o de la Segunda Guerra Mundial y tan en serio se toma el asunto que hasta pidió de regalo un diccionario japonés para entender uno de los discursos de la rendición. La madre fomenta el juego porque eso le recuerda que su hijo acaba de cumplir los 15 años.
En Argentina nacen alrededor de 740.000 bebés por año. De acuerdo con las estadísticas, un 2% de ellos (unos 14.800) tendrá, como Tomás, altas capacidades. A ese porcentaje más inteligente de la población mundial se la conoce como «Percentil 98», en alusión al cociente intelectual (CI) que está por encima del promedio.
El CI de una persona resulta de dividir la edad mental por la edad física y multiplicar el resultado por 100. Si la persona está dentro de los parámetros normales el cociente oscilará entre 100 y 110. En cambio, se considerará superdotación intelectual a partir de 148. El de Tomás, por ejemplo, alcanza los 155.
En la Argentina no existen escuelas que trabajen con casos de alta dotación, por lo tanto, en ocasiones a los chicos como Tomás se los considera problemáticos o se supone que tienen dificultades de integración. «En el año 2010, la inspectora que supervisaba la escuela donde concurría Tomás le ordenó al director que hiciera un enriquecimiento en la curricula porque Tomás se aburría. La escuela no lo hizo, y aunque parezca mentira, algunos de los padres de los compañeros de mi hijo habían manifestado fastidio por cómo era en la clase», recuerda Claudia.
Tomás hizo la primaria como cualquier niño de su edad hasta cuarto grado. Lo que le restaba del ciclo primario y todo el secundario (le llevó dos años terminarlo) lo rindió libre, bajo la modalidad «escuela en casa». Después de un año «sabático», ingresó en la Facultad de Humanidades para el profesorado de Matemáticas. Tenía 13 años y fue su primer fogueo con el mundo universitario; una suerte de ensayo para pasarse luego a la carrera de Física, su verdadera pasión. Ya está en segundo año y lleva las materias al día. «Todavía hoy a Tomás le pesa la inteligencia. En la facultad algunos profesores le recalcan su juventud, como si les molestara que un chico sea tan curioso y autodidacta», señala Claudia.
Gabriel Vulej presidió durante cuatro años la filial argentina de Mensa, la organización internacional fundada en 1946 en Oxford, Inglaterra, dedicada a identificar personas con elevado cociente intelectual, y durante otros seis, Creaidea, la otra institución en el país dedicada a la detección e integración de los superdotados. «El sistema educativo –dice Vulej– no está preparado para ayudar a chicos como Tomás. La Declaración Universal de los Derechos del Niño dice que es obligatorio brindarles todas las posibilidades para que desarrollen al máximo sus capacidades. En nuestro país esto nunca se ha reglamentado apropiadamente, por lo que no es más que una declaración de intenciones».

Mecanismo de defensa
Los niños con alta capacidad son, básicamente, personas con características intelectuales superiores a la media. Esto implica, además de una inteligencia inusual, un gran poder de abstracción, alta sensibilidad al entorno, intuición muy acentuada y elevada autoconciencia. Aún no está claro por qué algunos pocos nacen superdotados, pero se pueden observar comportamientos que dan indicios de esta capacidad inusual: preguntas difíciles que no parecerían razonables para su edad, hablar tempranamente y tener intereses que no son comunes son solo algunas de las señales (ver recuadro). La imagen extendida de un chico frágil, solitario y sumido en sus pensamientos solo reproduce un mito.
Algunos niños dotados, por ejemplo, suelen ocultarse y disimular sus diferencias con el resto. Esta actitud es un mecanismo de defensa a fin de evitar ataques del entorno. Pero es a partir de la escolarización que la brecha con los demás chicos se va agrandando cada vez más, lo que puede generar la llamada «crisis de bajo rendimiento». Suele presentarse al comienzo del año lectivo, cuando el niño despliega su repertorio de atributos, pero rápidamente se desanima porque el entorno lo obliga a hacer y repetir tareas que ya domina. A esto pueden sumarse agresiones de parte de sus compañeros que no le permiten identificarse ni pertenecer al grupo.
Esta situación puede generar en los chicos con estas características un desequilibrio entre el desarrollo intelectual y el socioafectivo (aparece la angustia) y llevarlos a reprimir la manifestación de sus aptitudes, ya sea conscientemente (simula no entender o no saber) o inconscientemente, lo que puede hacer que lo confundan con un niño con deficiencias intelectuales.
Por otro lado, y contrariamente a la creencia general, estos niños pueden encontrarse en cualquier ámbito social. «La cantidad de chicos y adolescentes identificados es ínfima y tampoco son demasiadas las familias que se ocupan del tema. Exagerando, podríamos decir que solo el 10% del total es atendido y la gran mayoría son de clase media o alta. Los niños de clase baja muy difícilmente llegan a conseguir ayuda para poder desarrollar sus potencialidades», reconoce Valuj.
Otros países trabajan desde hace un tiempo el tema. Sin necesidad de llegar hasta el Primer Mundo, México, por ejemplo, ha decuplicado en los últimos 10 años el número de niños y adolescentes identificados con talentos o altas capacidades y les brinda apoyo a través de talleres, actividades extracurriculares y otros instrumentos de integración.
¿Qué deberían entonces hacer los padres que sospechan que sus hijos son superdotados? «Les recomendaría –dice Vulej–que busquen apoyo profesional para confirmar que sus niños tienen altas capacidades y tratar de conseguir asesoramiento en cada tema en especial. Pero lo más importante es que se debe contemplar no solo la capacidad intelectual, sino también la maduración».
En nuestro país, un equipo de investigación de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba puso en funcionamiento en 2016 un servicio libre y gratuito para ayudar a padres y docentes a identificar a niños con altas capacidades intelectuales. Los profesionales, encabezados por la investigadora Paula Irueste, indagan a través de un test en diferentes aspectos de la inteligencia verbal y no verbal y brindan orientación a las familias.
«Ser madre de un chico superdotado –concluye Claudia– es un desafío. Siempre hay que hacer trámite tras trámite para poder conseguir algo que el Estado le tendría que dar por derecho. También es muy duro verlo desmoralizarse frente a una arbitrariedad. Tomás tiene que luchar contra la incomprensión de su inteligencia. Él no entiende el actuar de algunos adultos, no entiende las injusticias. Su forma de ser, de hablar, de razonar y ver las cosas nos interpela constantemente. Para él eso es lo normal y los raros somos nosotros».

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