En el país y en el mundo se multiplica la oferta de profesionales que brindan servicios de modo virtual. Una herramienta que, aseguran, enriquece las posibilidades de la psicoterapia y la pone al alcance de todos. Ventajas, problemas y riesgos.
7 de agosto de 2019

(Shutterstock)
El terapeuta ya está enfrente y nuestra pregunta para romper el hielo es la más obvia: ¿Cuál es la diferencia entre esto y «la situación real» (como si lo que llamamos «virtual» no fuera una realidad que ha llegado para quedarse)? Hay una diferencia en la presencia real de los cuerpos, aunque la presencia de la voz y la mirada sean importantes, porque hablamos con todo el cuerpo y con las resonancias de todo el cuerpo», responde del otro lado Alberto Álvarez, psiquiatra y psicoanalista miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), quien al instante aclara que nunca atendió «en forma exclusivamente virtual» a un paciente con el que no hubiera tenido en algún momento contacto presencial.
La coincidencia entre los profesionales consultados es bastante general y, si se quiere, esperable: la terapia psicológica mediada por una pantalla no alcanza el mismo estatus que la presencial; puede ser una modalidad útil –en el sentido de que es mejor contar con la herramienta tecnológica que no tenerla–, especialmente cuando ya ha existido un período de tratamiento con resultados satisfactorios y un largo viaje, un desplazamiento geográfico o una dificultad para trasladarse amenaza con interrumpirlo. En estos casos, hacerlo pantalla mediante «es mejor que por teléfono», dice el especialista.
Tampoco existe en todo el país la misma cantidad de profesionales por cuadra que en algunos barrios de la Ciudad de Buenos Aires: «Tenía una paciente que vivía en una localidad muy alejada del interior de Santa Fe, donde no hay muchos profesionales disponibles, o bien tenía mucha aprehensión a contar intimidades en un ámbito tan chico, donde todos se conocen, aunque fuera con un profesional», cuenta Ricardo Gómez Vecchio, psicólogo con orientación cognitivo-conductual que durante dos años atendió desde Buenos Aires a varios de sus pacientes vía Skype a través de una de las primeras plataformas online que hubo en la Argentina con este fin, una década atrás. Gómez Vecchio cuenta que esta plataforma, que ya no existe, servía de intermediaria entre la oferta profesional y la demanda de los potenciales pacientes, y solo cobraba un 10% del valor de la consulta, estipulado por el propio terapeuta.
A favor y en contra
Hoy basta colocar «psicoterapia» en el buscador para comprobar cómo se ha multiplicado la oferta de profesionales que ofrecen sus servicios explícitamente en modalidad virtual. En algunos casos, las limitaciones que impone ese modo «mediatizado» son puestas en el tapete desde el vamos, tal vez como parte de un sentido común que aún asocia lo virtual a un cierto estatus de «imitación» o «sustitución» respecto de lo real, y en otros no. O incluso se resaltan las supuestas ventajas del «modo pantalla».
Entre los argumentos a favor, puede leerse, por ejemplo, que el modo virtual en algunos casos «favorece la desinhibición del paciente» para potenciar la relación terapéutica. La posibilidad de ahorrar tiempo y dinero también está entre los incentivos esgrimidos para que los potenciales pacientes abran esa puerta. La mayoría de los links conducen a páginas web donde se explica la propuesta profesional, más que a plataformas con oferta variada. Por ahora, la palabra «psicoterapia» en el buscador de Mercado Libre solo arroja como resultado ofertas de libros.
Pero, obviamente, se trata de un fenómeno global, condicionado y posibilitado por un soporte tecnológico. En Estados Unidos existen canales y plataformas específicos –Simple Practice o Therapy Notes son los más conocidos– de alcance global que prometen una mayor privacidad a quienes no se sienten confiados ante la posibilidad de que las intimidades que le cuentan a su terapeuta puedan ser de algún modo vulneradas cuando las sesiones se realizan a través de medios de uso masivo como Skype o FaceTime. Estas plataformas ofrecen una gama de especialidades terapéuticas entre las cuales el paciente puede elegir, por ejemplo, un tratamiento para «trastornos alimentarios» o una consejería de «apoyo parental», según el problema que considere que necesita resolver.
¿Hay algún tipo de normativa profesional respecto de la terapia por medios electrónicos? «No, pero en todo caso no está prohibido», señala Juan Eduardo Tesone, médico y psicoanalista, también miembro de APA, quien circunstancialmente atiende a algunos de sus pacientes online de manera «provisoria», en varias partes del mundo: «Todo depende de la problemática subyacente y esto debe ser evaluado en entrevistas frente a frente, in situ –indica–. Luego se verá si el seguimiento online es aconsejable o no. La virtualidad puede ser un complemento sumamente útil en alternancia con entrevistas presenciales o puede estar desaconsejada».
Para el trabajo psiquiátrico hay una gran dificultad: generalmente se indican medicaciones con receta, y eso es imposible a la distancia; pero en el caso de la psicoterapia, el instrumento es la palabra.
Siguiendo la idea de que la tecnología brinda herramientas útiles y «neutrales», no existe, por el momento, la «clínica virtual» como especialidad en la formación en las disciplinas del ámbito psi (varias especialidades médicas, por lo contrario, sí están determinadas por los aparatos que se usan). «Creo que hay algunas diferencias, pero fundamentalmente no cambia, porque la voz sigue siendo el principal instrumento», responde Álvarez. De hecho, sostiene, antes de contar con la posibilidad técnica de la imagen, había medios que no la tenían, como el teléfono, lo cual no requería ningún planteo debido a las limitaciones del canal: se usaba como una herramienta más.
El diván no se mancha
El caso es que la terapia telefónica nunca se había ofrecido como una opción, o al menos no de la misma forma en que hoy se ofrece terapia online aduciendo, entre las ventajas, cuestiones de comodidad: para Álvarez, «si la cuestión pasa por no tener que viajar en subte o en colectivo, no creo que ese tipo de comodidad tenga que ser un factor de decisión; no es lo mismo que estar a una distancia de más de cien kilómetros. Un paciente que pretenda modalidad virtual, pero que esté en la misma ciudad, tendría que explicar muy bien la razones de por qué elige hacerlo por red, y tendrían que ser muy buenas razones».
«Los cambios actuales de la vida laboral, con desplazamientos incesantes, han requerido una adaptación de los procesos terapéuticos en los cuales la tecnología tiene toda su cabida, a condición de que se evalúe en cada caso quién está en condiciones de integrar la virtualidad online y quién no puede o lo rechaza», señala Tesone.
«La sensación de cercanía que se da en la consulta personal hace que el paciente se sienta contenido y es muy importante en el proceso terapéutico», sostiene Gómez Vecchio. ¿Y qué le dice desde la pantalla el terapeuta al paciente que demora en conectarse y «llega tarde» a la sesión? «Nunca me pasó: solo ocurrió que alguna vez se cayó internet».