Modelo para armar

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La crisis de la familia tradicional está dando lugar a formas distintas de encarar la tarea de criar hijos e hijas. El reconocimiento de los hogares monoparentales y un reparto más equitativo del trabajo de cuidado conviven, sin embargo, con viejos mandatos y desigualdades. Una revolución discreta.

(Foto: Subcoop)

Criar hijos e hijas. De esa enormidad se trata. De ese profundo vínculo afectivo y de los cuidados que como adultos ofrecemos a los más pequeños, que luego crecen, y esa relación, en el mejor de los casos, no se disuelve sino que se transforma. Esta experiencia compleja que implica la maternidad y la paternidad puede tener tantas variantes como filiaciones existen. Pero lo que aparece en la palestra mayormente son las figuras ideales que cada tiempo permite. La idea de familia nuclear «tradicional» (mamá-papá-nene-nena) se empezó a resquebrajar lentamente hace algunas décadas. Y también fueron desvaneciéndose en cierta forma las imágenes más habituales de la madre abnegada confinada en las cuatro paredes del universo doméstico y del padre proveedor habitante del gran espacio público que está más allá del hogar. Esto, a grandes rasgos, es lo que podría conformar una plataforma contemporánea sobre la que se erigen las mil y una formas de lo que se ha dado en llamar «nuevas maternidades» y «nuevas paternidades».
En este escenario, digamos, no hay nada «natural» ni meramente biológico que justifique una determinada forma para estas relaciones. El hendimiento de la familia tradicional viene dado, entre tantas otras variables, por la salida masiva de las mujeres al mercado laboral hacia mediados del siglo pasado y, más recientemente, por las nuevas tecnologías de reproducción –como la gestación subrogada– y el reconocimiento legal –la Ley de Matrimonio Igualitario, entre otras– de una gran variedad de otro tipo de familias: con dos padres, con dos madres, con dos padres y una madre, con dos madres y un padre, con una sola madre, con un solo padre, familias ensambladas, y así siguiendo. «Las familias LGBTI siempre existieron, no es que las crearon las últimas leyes, al igual que otro tipo de diversidades familiares», destaca Greta Pena, abogada y activista lesbiana feminista. Pena es directora de la Fundación 100% Diversidad y Derechos, una organización de defensa de los derechos humanos de las personas LGBTI. Es mamá de dos nenas en comaternidad con su esposa. «Recordemos los obstáculos a través de la historia de las familias de madres solteras, o aquellas que se querían divorciar, o el tema de los hijos extramatrimoniales o adoptados. Lo que cambió con la normativa igualitaria es que el Estado ahora protege a todas las familias y no promueve estereotipos que coloquen a la llamada familia tradicional como una jerarquía superior. Eso, principalmente, garantiza los derechos de la niñez. Pero cada familia es un mundo, es un camino que se está recorriendo, con muchos desafíos, sobre todo porque se necesita seguir construyendo un cambio cultural», augura la activista.

Cambios. Poco a poco, el hogar deja de ser un ámbito exclusivamente femenino. (Subcoop)

En Argentina, ya a mediados del siglo pasado, se comenzaron a registrar nuevos discursos de los expertos y de los medios de comunicación sobre la paternidad y la maternidad. A mitad de los años 50, el doctor Florencio Escardó, con la experiencia de Escuela para Padres, era un referente ineludible de los cambios en la crianza. En el libro Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta. Una revolución discreta en Buenos Aires (Siglo XXI), la historiadora Isabella Cosse destaca que la salida masiva de las mujeres al mercado laboral y luego la irrupción del psicoanálisis son dos elementos clave para comprender los nuevos sentidos asignados a las tareas maternales y el nuevo estilo de paternidad que comienzan a plantearse por aquellos años. Cosse, investigadora del CONICET y del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad de Buenos Aires (UBA), señala: «Se produjeron poderosas discusiones sobre las formas de ser madres y ser padres, las responsabilidades de los varones y las mujeres en las crianzas, que dieron paso a exploraciones en nuevas modalidades. La redefinición del compromiso de los varones en la casa y la crianza fue un tema polémico que generó mucho interés. Pero la aceptación de una mayor implicación de los varones estuvo más presente en el orden de los discursos y del empuje de nuevas sensibilidades que en las propias prácticas concretas de las familias». A comienzos de los años 70 seguía dominando un consenso que colocaba la maternidad en el centro de la condición femenina; aunque aparecía en escena un padre afectuoso y próximo, capaz de cuidar de sus hijos. «Esta reconfiguración quedó asociada con las clases medias modernizadoras, pero alcanzó también a las clases trabajadoras», indica la historiadora.

Pena. «Siempre hubo familias LGBTI.»

Las coordenadas de esa «revolución discreta» referida por Cosse parecen ser las que continúan vigentes en el planteo de los rumbos filiales. Por lo menos en el marco de las parejas heterosexuales, las novedades parecen estar todavía en mayor medida en el plano discursivo, en la exploración de nuevas sensibilidades y también en la mostración pública –sobre todo vía redes sociales– de esas experiencias.

Cosse. Discursos, sensibilidades y prácticas.

En lo referente a las tareas de cuidado que se ejecutan adentro del hogar, la primera «Encuesta sobre trabajo no remunerado y uso del tiempo», realizada en 2013 por el INDEC, mostró cuán desigual es la distribución del tiempo dedicado a las tareas hogareñas, ya que las mujeres realizan las tres cuartas partes. Es decir, son ellas las que mayormente cocinan, alimentan, limpian, hacen las compras, bañan a los pequeños, los llevan a la escuela, al médico y al club, entre tantas otras acciones ejecutadas para que la rueda de la vida cotidiana siga girando.

Jones. Las nuevas formas de masculinidad.

Claramente existe una cuestión estructural que no ayuda en lo más mínimo para que otro tipo de maternidades y paternidades se hagan efectivas. Basta con mirar cómo es el sistema de licencias en Argentina: a los padres les corresponde apenas unos pocos días al momento del nacimiento (ver Economía para progenitores).
La socióloga española María Ángeles Durán –quien fundó el Instituto de Estudios de la Mujer de la Universidad de Madrid y presidió la Federación Española de Sociología– viene denunciando desde hace años la distribución desigual de tareas que se da hacia adentro de los hogares entre varones y mujeres. A pesar de que en buena medida esta desigualdad persiste, Durán –autora de El valor del tiempo, El trabajo no remunerado en la economía global y La riqueza invisible del cuidado, entre otras– reconoce que se están dando nuevas experiencias de maternidad y paternidad. «Los cambios se han producido en España sobre todo por causas demográficas. Hay menos natalidad, retraso en la edad de tener el primer hijo, aumento de madres no casadas y aumento de hogares unipersonales. Eso conlleva a la redefinición de maternidad y paternidad», acepta en diálogo con Acción. «Algunos cambios legales, y tecnológicos, como permisos parentales o gestación subrogada, también generan nuevas maternidades y paternidades, pero la mayoría de los hombres no han realizado cambios drásticos para aumentar su participación en la tarea del cuidado».

Compromiso
Así y todo, parece haber nuevos padres que vienen marchando en pos de un mayor compromiso en el cuidado de hijas e hijos y una mayor igualdad en el reparto de tareas. «Creo que está habiendo cambios en las identidades y en las referencias masculinas», plantea el sociólogo Daniel Jones, padre separado de un niño de ocho años. Jones, titular de la cátedra Aportes de la Teoría del Género al Análisis de lo Social en la carrera de Sociología de la UBA, considera que el uso de las redes sociales, sumado al impacto del feminismo, ha habilitado una expresión pública de sentimientos de parte de los varones con muchas menos restricciones que antes. «Lo que aparece son paternidades más amorosas, más expresivas, por lo menos en lo que se muestra públicamente, y está teniendo impacto en nuevas formas de experimentar la masculinidad». Pero, a la vez, Jones matiza: «Hay muchos datos sobre padres que no pasan la cuota alimentaria después de la separación, o padres que se desresponsabilizan». Sin embargo, el sociólogo observa que actualmente el involucramiento de los padres en la crianza está revestido de una nueva legitimidad, es algo que recibe aprobación social y que antes sucedía, pero tal vez de manera más silenciosa. «Esta nueva imagen de paternidad parece tener que ver con una mayor cercanía y con pasar más tiempo con los chicos, pero no necesariamente con una división igualitaria de las tareas domésticas», advierte.

Diversidad. La Ley de Matrimonio Igualitario reconoció a las familias LGBT. (Cinthia García Prato)

Existe gran cantidad de libros y materiales en donde las mujeres dan cuenta de sus experiencias como madres, pero no hay mucho dicho y escrito sobre lo que los varones sienten y piensan como padres que quieren habitar nuevas paternidades. Recientemente se publicó en Argentina Cachorro. Breve tratado de filosofía paterna (Hekht), de Agustín Valle, un libro que parece ir en el sentido de una profunda indagación, surgido a partir de la flamante paternidad del autor. Valle, escritor e investigador de nuevas subjetividades en FLACSO, plantea en su libro: «La creciente igualdad de género está muy lejos, aún, de ser culminada, pero sí cuenta mutaciones gruesas, y difunde un aire liberador (…) también para los varones del modelo de varón patriarcal, del padre distante castrador (…) Las prácticas y los ánimos igualitaristas invitan a los varones a repensar nuestra consistencia. No está pensada una figura de varón y padre a la altura del movimiento de liberación femenina». En relación con el despliegue de otras formas de la masculinidad que despuntan en las nuevas paternidades, el autor comenta: «Me parece que es liberador porque accedemos a una cercanía, una intimidad, una constancia con los cachorros que es por un lado un privilegio y aparte también es como una experiencia de conocimiento, porque no sabemos en qué consiste ese ejercicio de paternidad, ni cómo son los cachorros con los papás varones cuando no son los que vienen a poner la última palabra y a instaurar la ley».
En un momento de reacomodamientos, las mujeres se juntan para hablar, desahogarse, compartir vivencias y resolver dudas sobre aquello que les pasa cuando son madres. Últimamente se han extendido las «tribus de crianza», en las que se reúnen las madres y sus hijos e hijas. Hay tribus de todo tipo, desde las que critican los roles más tradicionales y se proponen como un espacio para generar alternativas; hasta las que reivindican las «maternidades intensivas», que suponen una disposición incondicional de las mujeres para con su progenie. María José Migliore, licenciada en Letras, mamá de una beba de un año, participa desde hace varios meses en una tribu de crianza de la Ciudad de Buenos Aires. «Creo que es muy lindo sentirse acompañadas en un momento tan fuerte y bisagra», asume sobre su experiencia. «A mí no me cierran las tribus en donde se centran en la crianza con apego, donde la filiación en la madre está muy acentuada, lo que genera mucha culpa si algo sale fuera de lo esperado (ver Trampas neoliberales). «Nosotras nos juntamos a leer sábado por medio con nuestres hijes», dice en lenguaje inclusivo. «Aparte de la lectura, me sirve mucho como espacio de reflexión acerca de mi vínculo con mi pareja, amigues e hija. Nuestro vínculo, nuestras charlas y actividades exceden nuestra identidad como madres, pero la incluyen».

Cercanía. El modelo del padre afectuoso y próximo apareció en escena en la década del 70. (Nicolas Pousthomis/Subcoop)

Hay una intuición generalizada que sugiere que en las familias LGTBI las maternidades y paternidades se ven menos sobrecargadas por los estereotipos de antaño, lo que parece hacerlas más igualitarias al momento de ejercer cada uno su rol. «En términos generales, son iguales a cualquier familia, es decir, con los aciertos y errores, dudas y preguntas, o temores y satisfacciones que tiene cualquier proyecto de vida que involucre la crianza de hijos e hijas», sugiere Greta Pena. «Resulta difícil homogeneizar, pero se pueden resaltar vínculos más democráticos dentro de la familia, roles no estereotipados, una división más equitativa en las tareas de cuidado y una crianza que favorece las enseñanzas de diversidad e inclusión. Son familias en donde el deseo resulta el motor de su origen».
Con las «nuevas» maternidades y paternidades lo que aparece es la inquietud por transitar hacia otro tipo de relaciones afectivas. No hay nada innato en ninguno de estos roles, ni determinaciones divinas que comanden lo que ha de suceder. Lo que existe más bien es un entramado profundo de ideología, cultura y política, que se puede desmadejar para volver tensar con otros motivos.

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