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Morir a los 17

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Lucas tenía 17. Nahel tenía 17. Uno crecía en el barrio San Eduardo, Florencio Varela, Buenos Aires, Argentina. Otro en el distrito Vieux-Pont, Nanterre, París, Francia. Uno jugaba al fútbol en el club Barracas y tenía un ídolo, Lionel Messi. Otro jugaba al rugby en Ovale Citoyen y, según su entrenador, era un «un niño de barrio con ganas de encajar social y profesionalmente». 
Desde el 18 de noviembre del 2021, sus padres Peca y Cinthya lloran por Lucas. Desde el pasado martes 27, Mounia llora por Nahel.
El argentino volvía de un entrenamiento con tres compañeros y retomaba su camino tras comprar un jugo. El francés había alquilado un auto aunque aún no tenía licencia. A Lucas, tres policías que se bajaron de un auto particular lo inquirieron en una calle de Barracas, uno le apuntó a la nuca y lo baleó. A Nahel lo detuvieron dos agentes en moto, en la estación de tren suburbano Nanterre-Préfecture: uno lo encañonó y le descargó el arma en el pecho, cuando el muchacho, tal vez por miedo, movió su vehículo. A uno quisieron plantarle una réplica de un arma en el baúl. Al otro, la fiscalía lo acusó de tener antecedentes: luego confirmaron que no los tenía, ni el más mínimo.
Aunque tampoco esas cuestiones habrían justificado ningún asesinato. El morocho argentino, por un policía al que intentaron encubrir y que se encuentra en pleno proceso. El argelino francés, por un policía detenido cuando sus excusas se derrumbaron en un video.
Gatillo fácil, o más bien, dos brutales crímenes. Aquí y allá, como en tantísimos sitios, en tantas ocasiones, a dos pibes humildes, con ilusiones, con derechos, con la tez oscura, con una ascendencia que no es la que ordenan las clases dominantes.

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