Mujeres que luchan

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En la ciudad de Buenos Aires, un comedor recibe cada a día a cientos de personas que llegan del Interior a atenderse en hospitales porteños. La trágica historia de Margarita Meira, su fundadora.

 

Dolor y solidaridad. La hija de Margarita, víctima de la trata de personas, desapareció en 1991. Poco después la encontraron muerta. (Cecilia Anton)

Miles de personas circulan diariamente por la casa de Margarita, en el corazón del barrio porteño de Constitución. Casa es una forma de decir, porque con el paso de los años, ese hogar, que es de ella, su esposo y tres hijos, se fue amoldando a los tiempos y a las necesidades. Una decena de mesas conforman el comedor donde diariamente 276 personas pasan a buscar sus viandas o se quedan para recibir un plato de comida caliente y también, un oído amigo.
Margarita Meira tiene 64 años y es referente de Madres de Constitución, un comedor comunitario pero también una organización que acompaña diversas problemáticas sociales. Está situada a pocos metros de la estación del Ferrocarril Roca. Cada mañana, una decena de mujeres se congrega para poner en marcha la cocina y entregar viandas a personas con lepra, sífilis, tuberculosis, y también a chicos que llegan del Interior o de países limítrofes a atenderse en el Garrahan, el Muñiz, el Hospital Pedro de Elizalde (ex Casa Cuna)  o el Infanto Juvenil Tobar García. «Nosotros venimos de una lucha dura. Yo soy viuda de mi primer marido, y mi actual marido estuvo secuestrado en la dictadura. En 1989 con el atropello a los súper en la época de Alfonsín, la gente pedía comida. Entonces pensamos en poner un comedor hasta que la gente consiguiera trabajo. Pusimos un comedor hace 24 años y todavía no pudimos cerrarlo».
Margarita nació en Eldorado, Misiones. Cuando era chica, su papá compraba el diario muy de tanto en tanto, cuando iba del campo a la ciudad, y en su familia lo leían varias veces hasta conseguir algún otro material de lectura. Así era la vida en la chacra. A los 18 años llegó a Buenos Aires porque quería cursar el secundario y estudiar Medicina. En ese viaje a «la gran ciudad», en 1962, hubo una noticia que la impactó. Fue la desaparición de Norma Mirta Penjerek, una chica de 16 años que, el 29 de mayo de 1962, salió de su clase de inglés rumbo a su casa en Floresta, y  nunca llegó. 47 días después, un hombre encontró su cuerpo semienterrado en Llavallol, en el sur del conurbano. Estaba irreconocible. Nunca se encontró a los culpables «¿Cómo puede desaparecer una persona?», se preguntaba entonces Margarita. En ese momento no habría podido imaginar que algo así también le sucedería a su familia. 30 años más tarde. «En 1991 se llevaron a mi hija, Graciela Susana Bekter, de 17 años. En un caso así, uno siempre piensa que a su hija la va a encontrar. Entonces, empieza a vender todo, deja de trabajar y la hija no aparece hasta que por la misma militancia que tenemos la encontramos, pero muerta. No sabíamos qué era la trata porque en ese momento esa palabra no existía, el delito no estaba contemplado en el Código Penal. Sí sabía que era un tipo el que la tenía, con muchos antecedentes. El juez dijo que el antecedente no hace al delito. Yo estaba embarazada, era muy duro buscarla. Caminando, investigando, me enteré de que había estado secuestrada en varios cabarets».
Viajó a Tucumán cuando supo que su hija había estado ahí y pudo palpar el entramado de las redes de trata de personas y la connivencia con las fuerzas de seguridad y la política. «En 2002 desapareció Marita Verón. Yo hacía 10 años que estaba caminando por mi hija».
El bebé de Margarita tenía tres meses cuando ella se enteró de que Susy estaba muerta. «La persona que se la llevó venía y me amenazaba en la puerta y me decía que si él caía preso, iba a terminar con mis otros hijos. Nunca se pudo hacer justicia. La policía dijo que la muerte de mi hija era dudosa porque el departamento en el que la encontraron estaba tapado para que no entrara aire, tenía obstruida la salida del calefón y ella tenía golpes, pero después el juez mandó tres peritos que no se pusieron de acuerdo y entonces es como que nadie es culpable», cuenta, dos décadas después, Margarita.
El delito de trata de personas recién se tipificó en 2008. «Había muchas cosas que yo no sabía en ese momento. Por todo esto mi marido se puso a estudiar Derecho y se recibió porque no hay abogados para las víctimas», cuenta Margarita. A ella le habría gustado participar en los debates de la Ley de Trata pero, dice, no la dejaron. «Para mí era importante incluir en la ley que en caso del secuestro de una hija, debe haber, para las familias, una ayuda económica, tres sueldos mínimos para poder buscarla, para poder poner un abogado, porque no hay abogados gratuitos para quien acusa, pero sí para el proxeneta que es el acusado».
Margarita también denuncia la falta de lugares para las chicas rescatadas. «Para una chica y su hija que necesitaba ayuda, el Gobierno de la Ciudad me dio un parador donde a las 6 de la mañana los echaban a la calle». Desde la organización señalan que para fortalecer las herramientas legales en la lucha contra la trata sería necesario incorporar a la Constitución el Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena (ONU 1949), que fue ratificado por la Argentina en 1957. «Creo que con eso la situación tendría que cambiar –finaliza Margarita–, porque hay jueces y legisladores que no conocen estos tratados».

María Sol Wasylyk Fedyszak

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