Octubre caliente

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Una encrucijada regional en la que se define el rumbo político de América del Sur y los diversos procesos de integración económica e institucional.

 

Algo en común. Morales, Mujica y Rousseff provienen de sectores populares y pusieron en marcha procesos de transformación similares en sus respectivos países. (Ladeira/AFP/Dachary)

Si es cierto que la crisis es una oportunidad, la región latinoamericana constituyó, en lo que va de este siglo, una prueba palpable de que es posible aprovechar situaciones críticas para avanzar y construir modelos de desarrollo e integración. Fue un ejemplo, además, del modo en que la pérdida relativa de poder e influencia de Estados Unidos permitió un avance importante en los procesos de integración regional hacia la construcción de modelos de desarrollo autónomo como hacía décadas no sucedía en esta parte del mundo.
Sin embargo, no se puede negar que son horas decisivas para la región. Es que en las elecciones de Brasil, Bolivia y Uruguay no se juega solamente la continuidad de esos proyectos políticos en particular, sino de una estrategia común que, con sus altibajos y diferencias, tiñó de un modo inédito este comienzo de siglo.
El resultado de la primera vuelta en Brasil es, en tal sentido, una buena manifestación de las tensiones que atraviesan sociedades, gobiernos y proyectos en danza. Ganó el Partido de los Trabajadores (PT) creado por Luiz Inácio Lula da Silva que, con un conglomerado de partidos aliados de un extenso arco político que incluye desde un conservadurismo moderado hasta una izquierda más radicalizada, gobierna desde hace 12 años.
Aunque el balance final demuestra que el PT perdió votos en relación con elecciones anteriores, también revela que, tras más de una década en el poder, mantiene a casi el 45% del electorado de su lado. La contracara es que la derecha, representada por Aécio Neves, mantiene un 34% de voluntades. A pesar de que una amplia capa de la sociedad pudo mejorar su propia situación y el país en general ya integra el selecto grupo de los «top ten» a nivel mundial por su poderío económico, hay un tercio de la población que parece ser reacio a los cambios.
Con sólo ver en qué consiste el enfrentamiento entre gobierno y oposición en el plano ideológico se puede percibir qué es lo que está en juego. El gobierno de Dilma Rousseff continuó con las políticas de mayor autonomía llevadas a cabo por Lula, aunque enfocadas más a la profundización de su alianza con el grupo de los BRICS (que Brasil integra junto con Rusia, India, China y Sudáfrica) que con sus vecinos. Eso implicó distanciarse aún más de Washington, un tradicional aliado de la burguesía paulista y, sobre todo, del imaginario de pertenencia de las clases dirigentes brasileñas por décadas.

Reelección. Campaña presidencial
en Bolivia, por el segundo mandato
de Evo. (Raldes/AFP/Dachary)

El punto culminante fue la cancelación, por parte de la presidenta Dilma Rousseff, de una visita programada a la Casa Blanca, después de que el ex agente estadounidense Edward Snowden revelara que el gobierno de Barack Obama espiaba a empresas, organismos y hasta  a la presidenta de Brasil. Se trató de una medida extrema, de un fuerte contenido en la diplomacia internacional: un país latinoamericano enfrentaba de igual a igual a la gran potencia mundial.
El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) que sustenta la candidatura de Neves, es el mismo que aún lidera ideológicamente el ex presidente Fernando Henrique Cardoso. El intelectual desarrollista de los 60, que devino en defensor del proyecto neoliberal «noventista» en dos presidencias consecutivas, entregó en 2002 la banda presidencial a Lula da Silva. Pero nunca renunció a sus últimas posiciones ideológicas, de una cercanía estrecha con Washington. Cardoso es el padrino político de Neves. Y el candidato del PSDB, nieto de Tancredo Neves, primer presidente electo tras la dictadura, que murió antes de poder asumir el cargo en 1985, expresa esta posición sin ambages: promete que si es electo abandonará las alianzas recientes a nivel global y se volcará, en cambio, hacia el norte.

Primera vuelta. El PT perdió votos, pero es apoyado por casi el 45% del electorado. (SA/AFP/Dachary

El ex gobernador de Minas Gerais propone una mayor apertura económica pero también un cambio en el sistema de asociaciones continentales. Esto es, acercarse a los países de la Alianza del Pacífico (AP), un grupo de corte neoliberal creado en 2011 a instancias de los gobiernos conservadores del chileno Sebastián Piñera, el peruano Alan García, el colombiano Juan Manuel Santos y el mexicano Felipe Calderón. Una aspiración que comparte con la poderosa central industrial paulista, que ve en el Mercosur actual una traba para lograr acuerdos comerciales fuera del marco regional, a los que imagina más provechosos para el tamaño de la economía brasileña.
Este es un aspecto central de la disputa política que se da en las tres elecciones de este octubre caliente en Latinoamérica. Porque, al igual que el PSDB en Brasil, también los candidatos de la derecha en Bolivia (el empresario Samuel Doria Medina) y en Uruguay (Pedro Bordaberry y Luis Lacalle Pou, hijos ambos de ex presidentes conservadores) proponen respuestas neoliberales a los problemas coyunturales que fueron apareciendo en estos últimos meses en todos los países de la región. Esa convergencia entre las expresiones de la derecha en distintos países de América Latina parece abonar la teoría del presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien habla de un intento de «restauración oligárquica» para referirse a este proceso.

 

La otra derecha
Es que desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, y de la mano de la consolidación de proyectos de integración regional, los países latinoamericanos fueron ganando crecientes grados de autonomía. Muchos de ellos surgieron al calor del impulso del fallecido líder bolivariano, tomaron vuelo a partir de los gobiernos de Lula da Silva y Néstor Kirchner desde 2003 y se afirmaron con los triunfos del Frente Amplio (FA) en Uruguay y de Evo Morales, con el Movimiento al Socialismo (MAS), en Bolivia.

Lacalle Pou. El candidato del Partido
Nacional, representante de la nueva
derecha. (Porciuncula/AFP/Dachary)

El gran hito en este rumbo fue, sin dudas, el No al Alca, la primera gran respuesta colectiva al intento de crear un mercado común desde Canadá hasta Tierra del Fuego, impulsado por el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, y otros gobiernos neoliberales, como consecuencia del Consenso de Washington. La IV Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata en 2005 fue el escenario en el que, por primera vez en la historia latinoamericana, los presidentes de las principales naciones de la región expresaron su oposición a un mandatario estadounidense.

Desde entonces se fue consolidando el camino de la integración. Primero con la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), que tendría un rol preponderante ante el intento de golpe contra Evo Morales en 2008 y contra Correa en 2010, y luego con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), una entidad continental que genera ámbitos de debate y de políticas al margen de Estados Unidos y Canadá.
El proceso de integración no estuvo exento de altibajos. El firme rechazo de la Unasur a los golpes de Estado en Honduras y Paraguay no impidió que se consolidaran gobiernos ligados con las oligarquías locales vinculadas con Estados Unidos. Paralelamente, las negociaciones que se llevan a cabo en Cuba para alcanzar acuerdos de paz definitivos entre la guerrilla de las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos, plebiscitado prácticamente con la reelección del mandatario colombiano, demuestran que otros vientos soplan en América Latina. Santos representa a la derecha, pero una derecha más racional y dispuesta a soluciones democráticas de las controversias políticas.

Hay otra derecha que fluctúa entre las reglas democráticas y la salida golpista. Al venezolano Henrique Capriles le cabe este sayo. Heredero de una familia de fortuna y notorio antichavista, en el intento de golpe contra el líder bolivariano de 2002 ocupó con un grupo de seguidores la embajada de Cuba en Caracas y cuestionó la cercanía del «régimen» con la revolución. Hace dos años se puso al frente de una coalición, la Mesa de Unidad Democrática (MUD), que si bien perdió la elección contra el mismo Chávez, tras la muerte del líder venezolano estuvo a apenas un par de puntos de vencer a su sucesor, Nicolás Maduro, a principios de 2013.
Ese resultado estrecho le sirvió para encabezar una campaña de desprestigio que un año después culminó en movilizaciones e intentos de desestabilización que dejaron como saldo más de 40 muertos y una situación que dificultó la consolidación del liderazgo de Maduro. Capriles, que es gobernador de Miranda, hizo campaña comprometiéndose a mantener las conquistas para los menos favorecidos que el chavismo venía poniendo en práctica desde que llegó al Palacio Miraflores, en una sociedad exclusiva y excluyente como era la de Venezuela.

 

Juegos peligrosos
Con un discurso similar, la candidata brasileña Marina Silva logró algo más de 22 millones de votos y Neves llegó a la segunda vuelta, con más de 34 millones. En Bolivia, el triunfo de Morales no resultaba cuestionado por ninguna encuesta. El líder cocalero pudo llevar a cabo los cambios más profundos en ese país, hasta no hace mucho convulsionado, al fundar el Estado Plurinacional. Uno de sus mayores logros es haber derrotado –con la ayuda de los vecinos regionales, que bloquearon cualquier intento de golpe– a la derecha más retrógrada, afincada en lo que se conoce como la Media Luna próspera del Oriente, sobre todo en el departamento de Santa Cruz de la Sierra.
Sólo así se puede explicar que, tras una crisis que parecía terminal para la unidad territorial de Bolivia, el MAS esté en condiciones de ganar el comicio departamental y sea la fuerza dominante, como señalaba el investigador Juan Manuel Karg en una charla llevada a cabo en el CCC Floreal Gorini. En ese mismo encuentro, el docente e investigador boliviano Hugo Moldiz señaló que «los grandes empresarios de Santa Cruz que en algún momento quisieron jugar a desestabilizar al gobierno e incidir a nivel político en los destinos de Bolivia, han terminado aceptando el liderazgo de Morales y han dicho “déjanos hacer negocio acá”, dejando de lado lo político». El apenas 14% que logra en los sondeos su más cercano competidor demuestra que algo ocurrió en Bolivia desde que el MAS está en el Palacio Quemado.

Mirando al Sur. Fundado en 1992, el Mercosur fue uno de los primeros escenarios de un proceso de integración regional que se profundizó en la última década. (Mabromata/AFP/Dachary)

En Uruguay sucede algo similar. Hay una derecha que entendió algunos de los cambios que se sucedieron desde que, en 2005, el oncólogo Tabaré Vázquez con el Frente Amplio puso fin a 174 años de bipartidismo entre Blancos y Colorados. Hoy, el propio Vázquez intenta que el FA retenga la presidencia tras el gobierno de José Pepe Mujica.
La derecha parece haber encontrado a su candidato en el representante del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou, hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle, quien gobernó Uruguay durante la década del 90. Lacalle fue, en palabras del investigador del CCC Agustín Lewit, «el presidente que se asocia con la implantación del neoliberalismo en Uruguay. Gobernó entre 1990 y 1995 y fue el encargado de aplicar el recetario neoliberal que también se aplicaba en el resto de los países de la región».
¿Qué propone Lacalle Pou, el favorito de los medios? Según Lewitt, «despegándose de lo que fue la historia del partido Blanco, muy ligado con los sectores agrarios, se presenta como el candidato de la renovación, el candidato de la modernización política. Y centra todo su discurso en la eficiencia de la gestión. En ese sentido es interesante analizarlo y cuadra bastante bien en lo que algunos han empezado a llamar la nueva derecha regional».

Alberto López Girondo

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