Odio registrado

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La ONG ProPublica creó una plataforma para documentar casos de violencia y ataques a minorías. El objetivo: reunir datos estadísticamente válidos sobre un fenómeno que parece estar creciendo año a año en Estados Unidos y en todo el mundo.


Graffitis racistas. Negros, latinos, homosexuales y musulmanes, las principales víctimas. (Clary/AFP/Dachary)

La tan mentada grieta está lejos de ser un fenómeno local: en un contexto global en el que tras la caída del muro de Berlín algunos señalaban el fin de la historia y un progreso sostenido, las crisis (sobre todo la de 2008) y la creciente y cada vez más indisimulable desigualdad empujan a la sociedad a buscar nuevos chivos expiatorios. La xenofobia y el racismo crecen en el mundo y son capitalizados por los partidos de derecha, que se enfocan en ese «otro» para interpelar al electorado.
Estados Unidos, el país más poderoso del planeta, no es la excepción. Lejos de ello, las últimas elecciones presidenciales en ese país han removido odios latentes (o reprimidos) que ayudaron como combustible para conducir a Donald Trump hasta la Casa Blanca. La campaña del candidato ganador se apoyó en buena medida sobre prejuicios detectados gracias a unas redes sociales a las que muchas veces confesamos sin querer nuestras verdaderas inclinaciones. La proliferación de noticias falsas (como que los mexicanos habían sido habilitados para votar por el presidente saliente Barack Obama, por ejemplo) encontró del otro lado a ciudadanos dispuestos a creer aquello que encajaba en sus prejuicios y frustraciones. El resultado no fue solo la elección de un presidente capaz de decir brutalidades misóginas y racistas, sino un clima social donde ataques poco frecuentes se transformaron en cotidianos. Así creció la percepción de que hay más odio que en otras épocas traducidos en ataques concretos a minorías como los musulmanes, homosexuales, negros o latinos.
Pero, ¿realmente han crecido los «ataques por odio» o simplemente aumentó la sensibilidad y hay más gente grabándolos en sus celulares? Esta pregunta es la que se hizo la ONG ProPublica que se dedica al periodismo de datos y que funciona como una agencia de noticias para otros medios. Para eso desarrollaron una plataforma llamada «Documenting Hate» (traducible como «Registrando el odio» y disponible en projects.propublica.org/graphics/hatecrimes) en donde relevan casos de ataques a personas. En la portada del sitio dice «Las elecciones de 2016 dejaron a muchos estadounidenses con miedo a la intolerancia y a la violencia que pueden inspirar. La necesidad de datos confiables y detalles sobre la frecuencia de los delitos de odio y otros incidentes nacidos del prejuicio nunca ha sido más urgente».

Posverdades
En la era de la posverdad es difícil determinar los hechos, pero la sensación mayoritaria es que los ataques a las minorías se ha intensificado. Si bien, según la ley, la policía debería reunir y reportar al FBI específicamente los delitos de odio, la información no siempre llega, en parte porque expone en muchos casos los prejuicios de las propias fuerzas de seguridad. Por eso se hizo necesario diseñar un sistema paralelo en el que cualquier persona pueda registrar delitos de este tipo de forma segura. ProPublica, junto con otras organizaciones, busca reunir datos estadísticamente válidos de «crímenes de odio y prejuicio».
¿Cómo saber si las denuncias son ciertas? Una de las organizaciones con las que trabaja la plataforma es Meedan, que se dedica justamente a verificar la información; ProPublica también sumó a varias escuelas de periodismo. Para geolocalizar las denuncias utiliza Ushahidi, una plataforma que permite armar mapas de forma comunitaria y anónima de las denuncias. Otro socio es Univision, que tiene experiencia con inmigrantes, algo que le permitió comprender por qué muchos nunca denuncian casos en los que son víctimas y qué tipo de seguridad necesitarían para atreverse a hacerlo. El conocido diario The New York Times, que mantiene la columna “El odio en esta semana», también colabora en el proyecto. Una herramienta de análisis de lenguaje natural de Google ayuda a buscar entre las noticias acerca de crímenes de este tipo (desde un graffiti o golpes en escuelas a casos de violencia policial). Estos delitos se geolocalizan y almacenan para facilitar el trabajo de los periodistas a la hora de contextualizar los casos. La diversidad de perspectivas contribuye a enriquecer la herramienta con un índice detallado para las búsquedas.
Determinar la existencia de una problemática, sus características, dimensiones y evolución son fundamentales para hacer un diagnóstico. Más difícil es transformar esa información en políticas eficaces para modificarlo.
De momento ya se está trabajando en una de las fuentes del odio: las noticias falsas. Facebook, entre otros, está desarrollando herramientas de inteligencia artificial y se ha asociado con algunas organizaciones para chequear la información y quitar la publicidad a los sitios que las difundan. Sin embargo, cerca de la mitad de los expertos entrevistados por el Pew Research Center en un extenso estudio de octubre, cree que el fenómeno de la posverdad crecerá y que ni la tecnología ni la sociedad lograrán contener su avance.
A lo largo de la historia, el surgimiento de cada uno de los medios de comunicación masiva amenazó con transformarse en una poderosa herramienta de control. La envergadura de ese poder aún está en discusión, pero las sociedades, al menos en parte se hicieron conscientes de él para generar algunos anticuerpos. El potencial de las nuevas formas de comunicación dirigidas a cada individuo plantea un desafío aún mayor porque frente al monitor cada uno accede a realidades aún más segmentadas y hechas a medida. Por allí se cuela un enorme poder para corporaciones, políticos e incluso para la injerencia de potencias extranjeras en otros países. Uno de los efectos colaterales es la existencia de mundos paralelos para distintas personas, grietas en las que puede florecer el odio si la sociedad no crea los anticuerpos necesarios para detenerlo.

 

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