30 de junio de 2016
Cada vez que se produce un ataque masivo como sucedió en Orlando, el mundo mira hacia los Estados Unidos y se pregunta cómo puede ser que nadie ponga freno a tanta locura. El hecho de que este ataque se produjera en plena campaña para las elecciones presidenciales de noviembre no hace más que agregarle elementos de confusión por los intereses políticos que subyacen en las palabras de los principales candidatos.
Barack Obama, el mismo día de la masacre, interpeló a la población cuando dijo «tenemos que decidir en qué tipo de país queremos vivir», recordando sus numerosas y torpedeadas iniciativas por limitar la venta y uso de las armas de fuego. Obama no se refirió a extremistas islámicos, lo que le valió la crítica del candidato republicano Donald Trump, que en más de una oportunidad ha tenido palabras de desprecio hacia los musulmanes en general y los que llegan a los Estados Unidos en particular.
Hay que recordar que desde el fin de la llamada Guerra Fría se registra una creciente islamofobia en los Estados Unidos, incluso antes del ataque de 2001. Ya en 1995, cuando un hombre vinculado con grupos de extrema derecha atacó un edificio federal en Oklahoma, algunos supuestos expertos en el islam se lo atribuyeron a grupos islámicos, lo que era falso. La búsqueda de un enemigo externo no hace más que tapar el hecho de que la sociedad norteamericana es la más violenta del planeta y que ni siquiera necesita de enemigos externos para provocar tantas muertes.
Apenas una semana después del ataque en Orlando los republicanos bloquearon una resolución para controlar el uso de armas de fuego. Cuesta creerlo cuando diversos estudios revelan que más estadounidenses han muerto por el uso no militar de armas que en todas las guerras de la historia del país. Sin embargo, en un año electoral no hay quien le ponga el cascabel al gato.