Otra vez Rajoy

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Ayudado por la abstención de un sector del socialismo, el líder conservador logró ser investido presidente y planea profundizar las políticas de ajuste y reducir beneficios sociales. Desafíos de la oposición en un parlamento donde el PP gobernará en minoría.

Continuidad. Rajoy en el Congreso español tras ser reelegido presidente. Con su designación se puso fin a más de 300 días de incertidumbre política. (Ochoa de Olza/Pool/AFP/Dachary)

 

Ni el dios del cielo ni, sobre todo, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) quisieron que la tortilla se vuelva. El presidente Mariano Rajoy debe estar riéndose de una de las canciones icónicas de los republicanos en la Guerra Civil. Después de más de 300 días de incertidumbre, ocupa la primera magistratura por decisión de los socialistas. Sí, los enemigos íntimos se dieron la mano y el líder del Partido Popular (PP) dirige las riendas de España con legalidad pero sin legitimidad. Las elecciones de diciembre y junio pasado lo vieron triunfador pero con números que atenúan esas pírricas victorias. Basta consignar que 7 de cada 10 españoles le dijeron que no, en comicios que tuvieron una abstención promedio de más del 30%.
Juan Domingo Perón, en Madrid, ya había sentenciado que «no es que yo sea bueno, es que los demás son peores», y algo similar ocurre en tierra ibérica. El PSOE no supo, no quiso o no pudo en virtud de sus profundas contradicciones, y a Podemos (la opción progresista antisistema que creció en los últimos años) no le alcanzó. Sin un acuerdo por izquierda, la derecha reasume con su libreto conocido de ajuste y reducción de beneficios sociales.

 

Condicionantes
No le será fácil a Rajoy, ya que tiene el menor porcentaje de apoyo en la historia parlamentaria de España. Reúne 137 escaños de 350 en el recinto. Apenas investido, anticipó: «Estoy dispuesto a corregir y ceder para poder llegar a acuerdos en el Congreso, pero no estoy dispuesto a derribar lo construido». Desde la bancada opositora replicaron que la bondad se terminó con la abstención de los suyos, gesto que le permitió a Rajoy formar gobierno. Antonio Hernando, jefe del bloque socialista de diputados, anticipó que no le darán al mandatario «ni un día de cortesía» y agregó que enfrentarán al PP «con rigor y no por Twitter». Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, fue más terminante. «Usted demostró ser buen político pero desleal al sistema político de nuestro país, hiriéndolo de muerte», expresó el líder de izquierda y auguró que el presidente «ha sentado las bases para que, tarde o temprano, ganemos las elecciones». Desde Ciudadanos, el espejo conservador de Podemos, le marcaron la cancha a su aliado. «No tenga miedo de gobernar en minoría, Rajoy, si cumple con nuestras exigencias esto va a salir bien», expresó el presidente del partido, Alberto Rivera, en relación con las iniciativas que Ciudadanos suscribió con el PP en agosto como condición de darle sus votos para formar gobierno.
Ningún imperativo recibió Rajoy como el de la Unión Europea. Bruselas exige recortes de 5.500 millones de euros para el 2017, con el propósito de reducir el déficit público al 3,1% del PBI español. «Cumpliremos con los objetivos de la UE, no podemos gastar lo que no tenemos», anticipó el presidente. Se vienen mermas en servicios estatales de salud, educación y jubilaciones. Si bien la macroeconomía ibérica presenta aceptables índices en lo general, muchos analistas explican ese «veranito» en la incertidumbre política que vivió el país durante los últimos diez meses. No había margen para profundizar el ajuste, ahora nada lo impide. Tres elementos confluyeron para ese leve repunte económico. La caída del precio del petróleo y la restricción en la suba de salarios vuelven a los productos españoles competitivos por su bajo costo, aumentando las exportaciones. A su vez, el terrorismo, como amenaza en Londres y París, convirtió a Madrid y ciudades aledañas en sitios seguros para el turismo, elevando los ingresos por esa vía.

 

Oportunidad perdida
¿Qué pasará ahora con el PSOE? En el partido defienden la teoría del mal menor («no podíamos ir a una tercera elección, por el bien de España», arriesgan), quedaron desorientados frente al electorado y fracturados también puertas adentro. Pedro Sánchez había sido en 2014 el primer secretario general socialista elegido por voto de sus afiliados. Fue segundo de Rajoy en las dos contiendas recientes y estuvo cerca de formar gobierno pero equivocó –admite– el camino. «Debí negociar con Iglesias, no con Rivera», reconoció, por lo bajo, el candidato. Cuando el Congreso partidario decidió –contra la voluntad de Sánchez– la colaboración de los suyos para ungir a Rajoy, el secretario general renunció a su cargo primero y luego a su banca, para no tener que pronunciar en el recinto «abstención», la palabra maldita. Sánchez llamó a una asamblea general abierta de los socialistas. No tuvo respuestas.
Los votos que le hubiesen alcanzado al PSOE para ocupar el Palacio de la Moncloa necesitaban de Podemos, sí, pero también de Cataluña. Tampoco funcionó. Ni funcionará en el futuro inmediato, a juzgar por las palabras de la vocera del gobierno catalán, Neus Munté, que expresó sentirse «triste porque los socialistas regalaron la investidura, avalando las políticas del PP y fallándole a su electorado». El diputado Gabriel Rufián, de Esquerra Republicana de Cataluña, tildó de «traidores» a los parlamentarios de «el PSOE S.A.». Ganaron los de siempre, analizaría el diario del lunes. Frente al fracaso de la izquierda de aspirar al poder real, el PP aprovechó esa debilidad, se montó en el escepticismo y el hastío de la mayoría de la población y no dejó pasar su chance.

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