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En la provincia de Buenos Aires se presentó un proyecto de ley para detectar un trastorno que dificulta el aprendizaje de la lectura y constituye una de las principales causas del fracaso escolar.

 

Tiempos. El diagnóstico temprano es fundamental para mejorar la calidad de vida. (Jorge Aloy)

A lguien hubiese imaginado que Albert Einstein, Thomas Edison, Winston Churchill o Walt Disney tenían algunas dificultades para recitar el alfabeto, denominar las letras, realizar rimas simples o para analizar o clasificar los sonidos? ¿Es posible que estos genios al leer omitieran palabras, las sustituyeran, las distorsionaran e incluso no comprendieran lo que leían? Por sorprendente que parezca, todo esto les ocurría, no sin un gran sufrimiento.
Hoy se sabe que lo que les pasaba a estos hombres tan brillantes es que eran disléxicos. La dislexia es un trastorno neurobiológico de origen genético en el que se encuentra alterada la migración neuronal. Ello hace que el niño presente una falta de capacidad para decodificar el sonido de las letras, lo que afecta su desempeño en la lectura y la escritura. Además, suelen presentar problemas de comprensión, de memoria en el corto plazo y confusión entre la derecha y la izquierda, entre otras condiciones. Sin embargo, son chicos muy inteligentes y creativos y si encuentran un marco de enseñanza acorde a sus posibilidades, pueden alcanzar un desarrollo intelectual similar al de los restantes chicos o incluso superior. El gran problema es que muchas veces transitan la escuela primaria sin ser diagnosticados correctamente y, como son chicos inteligentes y se empeñan en cumplir con las tareas encomendadas, pueden, no sin mucho esfuerzo, alcanzar los objetivos, pero al iniciar el secundario se ven abrumados porque ya no no son capaces de seguir el ritmo de sus compañeros. A raíz de esto muchos de ellos se deprimen, terminan medicados, tildados de «vagos», y finalmente dejan el colegio.
Para Gustavo Abichacra, pediatra y miembro del Comité Científico de la Asociación Dislexia y Familia (DISFAM) Argentina, y Jefe de Pediatría del Sanatorio Las Lomas, de San Isidro, «el gran problema es que el sistema educativo no está preparado para detectar ni para adaptarse a las necesidades de aprendizaje de los chiquitos con dislexia, y debemos tener en cuenta que en promedio hay entre 1 y 2 chicos por aula con esta alteración. Ante un niño con dificultades se piensa que es un problema psicológico vinculado a su grupo familiar, un divorcio de los padres, por ejemplo, y se demora el verdadero diagnóstico, situación que realmente puede generar un problema psicológico porque no lo ayudamos a tener éxito en el aprendizaje».
Recientemente, el gobierno de la provincia de Buenos Aires presentó un proyecto de ley que apunta a detectar de manera temprana a los chicos que padecen este trastorno para que puedan desarrollar todo su potencial y a la vez a capacitar a los docentes para que con medidas sencillas, como escribir en una letra más grande o tomarles lección oral en vez de escrita, ayuden a los niños a mejorar su rendimiento escolar y también su calidad de vida.
«La medicina moderna se tiene que ocupar del hombre sano, hacer los diagnósticos tempranos, ampliar derechos e igualar oportunidades», advirtió Alejandro Collia, ministro de Salud provincial, durante la presentación de la iniciativa.
El diagnóstico temprano sin dudas es fundamental para quien padece de dislexia. Según refiere Isabel Galli de Pampliega, doctora en Fonoaudiología, la detección de este trastorno «generalmente se produce entre los 4 y 5 años de edad; los primeros en sospechar el cuadro suelen ser los padres, los docentes y el pediatra, y luego el diagnóstico es confirmado por fonoaudiólogos o psicopedagogos formados en esta disciplina».
Por su parte, María Julia Ramírez, psicopedagoga especializada en Neurocognición, señala que «pese a que la certificación de la dislexia recién se constata a los 8 años de edad, es posible hacer un prediagnóstico anticipado y comenzar a trabajar en una adaptación de formas y acceso del niño al conocimiento. Para ello se aconseja ante todo comprender y querer al niño, entender que va a aprender de una manera diferente, informarse de lo que sucede con este chico y tener en cuenta algunas recomendaciones para no dañar su autoestima, como por ejemplo no evaluarlo con lectura oral delante del grupo, no remarcarle los errores de ortografía ni la desprolijidad en la escritura, dejarles usar una calculadora, y en lo posible que dé las pruebas en forma oral».
Un diagnóstico oportuno puede hacer la diferencia entre un chico brillante y uno que sufre y termina frustrándose. Claramente, las personas disléxicas muchas veces logran un desarrollo intelectual muy superior. Personalidades como Bill Gates o Steve Jobs fueron disléxicos, sólo por nombrar algunos. «Esto es porque la dislexia es un trastorno a nivel del hemisferio izquierdo, que es el que se evalúa en el colegio. Es el hemisferio lineal, el que comprende la palabra, los sonidos. En las personas con dislexia esto se compensa con el hemisferio derecho, que es el creativo, el intuitivo, el que piensa en la libertad, en la justicia. El problema es que esto no se evalúa en el colegio; nadie da un premio a la creatividad o a la intuición», explica Abichacra.
Según Ramírez, lo primero que hay que hacer es dar información, porque los pediatras, que son quienes hacen el control del niño sano, comúnmente no prestan atención a este tipo de dificultad. «Por lo general, a la consulta vienen los nenes después del tercer grado, es cuando hay que intervenir de forma inmediata. Esto tiene tres patas: colegio, familia y la intervención en el niño. Los chicos cuando se sienten comprendidos, cuando se les dice que no son vagos, ni tontos, que simplemente tienen dislexia y que aprenden a leer de otra manera, sienten alivio. Muchas veces hay psicólogos, psiquiatras y medicación cuando no es necesario llegar a eso. Creo que el apoyo del gobierno de la provincia va a ayudar muchísimo a la formación de terapeutas y docentes para que todos tengan el mismo discurso para ayudar a los chicos», indica.
«Hay un antes y un después cuando un chico sabe que es disléxico. Realmente es notable cómo cambian cuando se tranquilizan, no solamente el chico sino también la familia. Yo me siento culpable, porque uno se enoja mucho con sus hijos cuando les pasan estas cosas. Cuando saben qué les ocurre los chicos están bien en el colegio y en la casa y terminan siendo felices», concluye Estela Picca, mamá de un chico con dislexia y presidenta de la Asociación Dislexia y Familia.

María Carolina Stegman

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