Pensamiento cínico

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«Las ganas de vivir son más importantes que el pensamiento crítico», suele repetir el filósofo de Mauricio Macri, Alejandro Rozitchner. La oposición entre ambos valores –por un lado, un pensamiento crítico entendido como reproche o descontento y, por otro, la confianza en una creatividad humana abstracta como «productora de realidades»– es un lugar común de las intervenciones del asesor presidencial y puede advertirse también en los discursos que le escribe al presidente. Si hay algo así como una filosofía de Cambiemos, la condena de la crítica como rémora y obstáculo es una de sus constantes.
Se trata, paradójicamente, de una filosofía que parece negarse a sí misma, ya que renuncia de entrada al movimiento que da lugar al pensamiento: desprecia la duda, la sospecha sobre las apariencias y el cuestionamiento del carácter necesario e inevitable de lo dado.
Desconfiar del sentido común, de lo que se pretende verdadero por evidente, fue el origen de las grandes revoluciones científicas y filosóficas de la historia, desde Copérnico hasta Marx, Darwin o Freud. Sin ese afán por la crítica, viviríamos en un mundo alrededor del cual girarían el sol y el resto de los planetas, la evolución sería fruto de la perfección del plan divino y nuestros sueños no serían manifestaciones del inconsciente sino profecías o mensajes de los dioses.
Estar atento a las trampas de la sociedad, tal como describe Rozitchner al pensamiento crítico, es desde su punto de vista, un gesto de otra época, que habría que reemplazar por una «positividad» optimista. La «revolución de la sensatez» propugnada por el filósofo de Cambiemos resuena, así, como la música de fondo del ajuste: como una alborozada celebración de lo existente que revela su cinismo en una sociedad que tiende a concentrar la riqueza, perfeccionar los mecanismos de segregación y empobrecer a las mayorías.

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