Persecución sin fin

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La pandemia de Covid-19 se entremezcla con todas la aristas de la política y excede lo meramente «sanitario».  Ecuador es uno de los países donde esto ocurre de la manera más visible. El Gobierno de Lenín Moreno intentó aplacar los ánimos de la población en su país –que vio cómo las agencias de noticias internacionales mostraban cadáveres– acusando al expresidente Rafael Correa de realizar una campaña en su contra. Cuando las evidencias se multiplicaron, el propio vicepresidente grabó un mensaje pidiendo disculpas. Pero en la realidad ecuatoriana Correa siempre es presentado como un gran instigador de cualquier hecho negativo, como lo fue durante las protestas de octubre 2019. En ese momento recrudeció la persecución en contra de dirigentes afines a Correa que –incluso– tuvieron que exiliarse para evitar la cárcel. Y en medio de la crisis por la extensión del virus, el Poder Judicial, afín al Gobierno, condenó a Correa a ocho años de prisión por un supuesto caso de sobornos y lo inhabilitó políticamente por 25 años. Desde que Moreno rompió con Correa –a poco de llegar a la presidencia– comenzó una persecución sistemática hacia quienes no aceptaron su giro hacia políticas neoliberales en franca ruptura con todo lo construido por el exmandatario, incluso mientras Moreno fue su vicepresidente. Además de Correa, fue nuevamente sentenciado Jorge Glas, compañero de fórmula presidencial de Moreno y quien ya estaba en prisión, y varios exministros.  Paradójicamente Moreno fue durante seis años vicepresidente de Correa y compañero de todas las personas sentenciadas. Hoy Lenin es sostenido por gran parte de las fuerzas de la derecha ecuatoriana que se regocijan con la persecución en contra de Correa y festejan que el actual presidente desarme todo lo construido que él –en su momento– apoyó con entusiasmo.

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