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Una iniciativa ciudadana recorre cada martes el centro de Buenos Aires para arrancar los avisos de oferta sexual. El objetivo es generar conciencia sobre la trata de mujeres.

 

(Facundo Nívolo)

Hay una página en Facebook llamada «Martes Rojos». En una de sus fotos aparecen manos que arrancan papelitos. La imagen se ubica en el Microcentro de Buenos Aires, donde las calles están plagadas de estas pegatinas puestas en línea sobre los postes, los contenedores o en los frentes de los edificios. Dicen, por ejemplo, «Solita en mi depto. Nivel VIP. Ambiente climatizado» o «Masajistas VIP. Una experiencia única y placentera». En el grupo de Facebook los pies de foto dicen, en cambio: «Todos los ciudadanos podemos participar de la lucha contra la trata a través de una acción muy sencilla: despegar los volantes de oferta sexual que inundan Buenos Aires».
Y esa es precisamente la razón de ser del colectivo de acción ciudadana Martes Rojos: despegar volantes de oferta sexual que estén en la vía pública. Para eso se reúnen cada semana en diferentes puntos de Buenos Aires; y lo hacen sin falta desde el 18 de diciembre de 2012, siete días después de darse a conocer la primera sentencia en el juicio por Marita Verón, la que absolvía a quienes fueron acusados de secuestrarla y explotarla sexualmente.
Por entonces, y por primera vez, el grupo se convocó para dar apoyo al proyecto de ley que apuntaba a multar a todos los que participan de la cadena de publicidad sexual en la vía pública. La iniciativa tuvo éxito: la ley N° 4.486 se aprobó. Pero la experiencia, además, sentó las bases para que, cada martes, con lluvia o 40 grados al sol, el equipo recorriera las zonas calientes de la ciudad (que, según la organización, son los barrios de Belgrano, Congreso, Almagro y el Microcentro).
En la intersección de las avenidas Corrientes y Carlos Pellegrini se forma esta mañana de martes un pequeño batallón compuesto de señoras, chicos y mujeres jóvenes. Llevan una cinta de tela atada al brazo que los identifica y una bolsa de residuos roja (el color quiere simbolizar que las mujeres, en la trata, son consideradas desechos humanos). Al cabo de un rato empieza la expedición: hoy son seis personas y tienen una hora para despegar todo cuadradito de papel sospechoso que encuentren a su paso. Las pistas son fáciles: siluetas de mujeres, manzanas mordidas y fotos explícitas.
Sobre la vereda hay movimiento, se escuchan las bocinas de los autos y el sol calienta el mediodía. La gente sonríe, mira curiosa, y algunos se acercan para intervenir. En la calle Lavalle, por ejemplo, alguien dice: «¿Y esto que hacen sirve para algo?». Es la eterna pregunta cuando se sabe que, más tarde o más temprano, las calles se volverán a llenar de pegatinas. A veces, los que las pegan les pisan los talones (empapelan de nuevo en menos de una hora) o se esconden si coinciden. Al principio los insultaban o los amenazaban. Ahora no: ahora se van.  «Lo que pretendemos es concientizar a las personas sobre esta realidad», dice Jerónimo Vélez, quien lidera esta mañana el grupo. «Nosotros no queremos cazar prostitutas, sino advertir a los hombres y a las mujeres que transitan por la ciudad, de que detrás de esos volantes ya naturalizados por todos, puede haber una víctima de trata con fines de explotación. Toda una cadena de beneficiados a partir del abuso del cuerpo de una mujer. Y eso está sucediendo ante nuestros propios ojos», añade Vélez.
«Plantel renovado», «24 horas», «Masajes y relax». El recorrido sigue sembrado de avisos que después de un golpe de muñeca pasarán al fondo de las bolsas rojas. Algunos papelitos todavía tienen el pegamento húmedo: los acaban de colocar. El paso de los voluntarios es ligero. Una mujer de unos sesenta años los aplaude, otra les agradece y una chica los acompaña durante una cuadra. Le hacen una foto, que luego subirán a la cuenta de Twitter; #efectocontagio, dirán, y se unirá a otros lemas como #NoALaTrata o #DESpegatina.
Un blog, una cuenta en Facebook, otra en Twitter… Internet es la vía por la que el grupo se organiza y se da a conocer. También donde dan cuenta de las experiencias de cada martes, como aquella vez en la que se toparon con dos albañiles que confesaron ser clientes de algunos de estos centros. «En seguida nosotros les contamos la situación de explotación que hay detrás de estos volantes. Por su mirada y sus preguntas, claramente no estaban al tanto de la realidad de estas mujeres. Y con ingenuidad e inteligencia nos preguntaron: “pero si pasa esto, ¿cómo es que la policía o la justicia no hace nada si todos sabemos dónde están?” Lamentablemente no pudimos darles una respuesta».
Lo que sí puede el movimiento Martes Rojos es dar la cifra de cuántos avisos recolectaron desde que empezó la iniciativa: más de 23 millones, que luego entregan al PROTEX, la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas, donde los analizan e investigan. «Hay muchas organizaciones que abordan el tema de la trata desde distintos puntos: investigando, denunciando, o recuperando y conteniendo a las víctimas y familiares –dice Jerónimo–. Lo que hacemos nosotros es una aproximación distinta pero complementaria». En la calle, todos juntos para terminar con… ¿el oficio más antiguo del mundo? «No», corrige Vélez. «Con la esclavitud más antigua del mundo”.

Ana Claudia Rodríguez

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