Radiografía del semillero

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Técnicos de divisiones inferiores reflexionan sobre el trabajo deportivo y social con los juveniles, la difícil misión de detectar talentos y las presiones en un medio exitista.

 

(Jorge Aloy)

M ientras se sube a la cinta donde hace ejercicios todas las mañanas y mira videos de Gabriel Batistuta y Samuel Eto’o, P, el ojeador dice que lo que tiene que saber es qué hacían Batistuta y Eto’o cuando eran niños; cómo resolvían las situaciones que se les presentaban en un partido durante la infancia. Así que P, detector de talentos desde hace más de una década, al que mantenemos en el anonimato, mira a muchos jugadores pequeños que luego fueron figuras grandes, un entrenamiento para el ojo, el cual debe convertirse en una mira cazadora de futuros cracks. Cuando su intuición le asegure que ese chiquitito que va y viene puede ser un buen lateral derecho, P lo llevará al club para que le tomen una prueba y, en caso de que lo tomen, se asegurará algún dinero en el momento o un buen acuerdo ante futuras ventas, igual que el club de origen. El chico será desde ese instante un plazo fijo de carne y hueso.
P, además de monetizar su oficio, podrá decir mañana que fue el descubridor de ese jugador, el que lo vio primero. Quién sabe. Hace poco alguien dijo que, en realidad, los verdaderos descubridores de talentos son los padres. Y que, en todo caso, hay talentos que ni siquiera hace falta descubrir: están ahí, a la vista de todos, sólo hay que tener la fortuna de llegar antes que otros. Marcelo Bielsa se se lo dijo a Pep Guardiola y al cineasta David Trueba cuando ambos lo visitaron en Buenos Aires: «David y Pep, a los buenos los vemos vos, él y yo. Pasa lo mismo con los malos: los vemos vos, él y yo. El mérito lo tiene el que es un jugador normal y, de repente, vos, él y yo, sabemos que va a ser bueno».
En la detección de talentos, coinciden quienes trabajan con juveniles, comienza el armado de las divisiones inferiores de cualquier club. Una extensa red para buscar jugadores –¡sacárselos a los clubes más pequeños!– es la base para nutrir las canteras. Pero muchos de esos chicos llegan como diamantes en bruto: hay que saber cuidarlos y pulirlos, convertirlos en una joya.
Los clubes menos poderosos tienen que afinar la puntería en la caza de talentos. Porque los mejores chicos no llegan solos hasta ahí. Primero, explica Hugo Tocalli, ex entrenador de selecciones juveniles en Argentina, se van a River o a Boca y recién después, si son descartados, llegan a los otros equipos. Hay que verlos antes y convencerlos para que se prueben. Es una lucha despareja que requiere de un trabajo de seducción inteligente. «Hoy los chicos son tentados por muchos clubes o sus padres son hablados por empresarios, así que hay que ofrecerles una serie de comodidades y garantías que nos acerque a los niveles de excelencia que pretendemos tener. Hay que brindar una buena pensión, garantizar su educación, acompañamiento psicológico y ofrecer un marco de seguridad que haga confiable nuestra tarea para que las familias se sientan respaldadas», explica Jorge Theiler, encargado de las inferiores de Newell’s, un club que históricamente ha sacado jugadores desde abajo. «Es fundamental –dice Theiler– tener presencia en todo el país, sobre todo en las provincias de Santa Fe, Buenos Aires, Entre Ríos y Córdoba, de las que han salido más del 90% de los jugadores de Primera División». Cuando llegó al cargo, hace más de cuatro años, hizo una búsqueda masiva. Ahora, explica, el rastrillaje es más concreto: buscan el jugador que les hace falta para cada categoría.

 

Preparación integral
Una vez que están en el club comienza la segunda etapa, tal vez la más compleja y en la que se juega todo: la formación. No es que antes no la hayan tenido, pero cada club la ajusta a su manera. No se trata sólo de construir a un futbolista, una máquina de hacer goles o tirar gambetas, sino de moldear a una persona. La formación en inferiores es un combo en el que ingresan distintos aspectos: la técnica en el manejo de la pelota, la resolución de dificultades, la superación de presiones, los conceptos del juego, pero también la identidad con el club, el desarrollo humano, y la inclusión social. «En este momento –dice Tocalli– es más importante el trabajo humano que el futbolístico. Te encontrás con chicos que en la casa están todos los días solos, que se manejan solos, que vienen acá y quieren hacer lo que ellos quieran. Y te hablo de chicos de 14 años, no de 20. Entonces te encontrás con que vos te tenés que poner firme con ellos y que no vean que sos débil porque te avasallan como lo hacen con los padres. Es más importante guiarlos en la parte humana que en la futbolística».
Para Theiler la clave está en que son muy pocos los chicos que finalmente llegarán a Primera, por lo tanto los entrenadores de inferiores deben apuntar a una formación integral, hacer hincapié en lo educativo. «La vida no comienza ni termina con el fútbol –dice–. Y los chicos tienen que estar preparados para seguir cualquier otra actividad y hacerlo con la misma responsabilidad». «En el fútbol muchas veces no llega el mejor, sino que llega el que sobrevive a todo lo que le va a pasar», dice Gerardo Salorio en su libro Secretos de campeón, que acaba de publicar Libro Fútbol. El ex preparador físico de selecciones argentinas durante la etapa de José Pekerman coordina actualmente el Plan Apertura Interior de la AFA, que apunta a promover juveniles de todo el país. Salorio sostiene que es clave lo que hagan los chicos con sus horas libres. «Deben ser completadas con actividades complementarias que los formen para el futuro. Un futuro que puede ser de gloria o que puede ser del regreso a casa, lejos de los flashes. Por eso, hay que prepararse para afrontar los momentos duros con la frente alta y con conocimientos para seguir, quizás, en otra institución». Salorio sostiene en su libro que sólo el 4% de los chicos llega a Primera.
Daniel Teglia, coordinador de las inferiores de Rosario Central, dice que los clubes deben tener especialistas en cada área, que nada debe quedar sin cubrir en las distintas etapas de los jóvenes futbolistas. «Esto involucra a maestros formados en los aspectos didácticos y capaces de propagar valores futbolísticos y humanos que solidifiquen el crecimiento de los chicos», explica. «Debemos capacitarnos en el aspecto físico, técnico, táctico, ético, psicológico y lograr que los chicos entiendan la importancia del esfuerzo y tengan ordenados los espacios de descanso, estudio y recreación. Para eso los entrenadores deben bajar ideas claras y coherentes que construyan una identidad y generen una manera de convivir que debe respetarse».
Tocalli tiene una extensa trayectoria como entrenador de juveniles, aunque con intervalos en los que dirigió a mayores. Como acompañante de Pekerman primero y luego al frente de la coordinación de las selecciones menores, formó parte de un proceso de trabajo que marcó a fuego los métodos de formación de futbolistas. Cada vez que se recuerdan esos años resurge como un mantra una palabra: proyecto; la idea de que para dar pasos serios en la construcción de jugadores se necesitan ideas y tiempo, un largo plazo que permita ver los frutos de la siembra. Tanto en las selecciones como en los clubes. Tocalli sostiene que ningún proyecto debe durar menos de tres años: «Los jugadores de novena, octava y séptima son los del futuro, los que vas a ver en Primera. Necesitás tiempo para llevarlos hasta ahí». Theiler va en el mismo sentido y explica que «los cambios en divisiones inferiores no se dan de un día para el otro, sino que se necesita de muchos años». «En nuestro caso –cuenta– llevamos más de cuatro años de trabajo y recién ahora empiezan a verse algunos frutos, pero sabemos que el camino es lento».

 

Urgencias
El tiempo, sin embargo, es un bien escaso en el mundo del fútbol. Lo sabe Mauro Navas, que trabajó durante un año en las inferiores de Boca a cargo de la séptima división. Llegó junto con Jorge Raffo, coordinador general del fútbol infanto-juvenil del club, que desembarcó como parte de un proyecto que incluyó un acuerdo con Barcelona. Navas se propuso darles una formación integral a los chicos. «Hay que tratar de transmitirles conceptos básicos como que corran menos y toquen más rápido, que si es un volante no transporte tanto; que mire más cerca para jugar más cerca», explica. Pero también les dio libros y los alentó a jugar al ajedrez para desarrollar algo más que los músculos y la técnica. Sin embargo, se encontró con una necesidad: el resultado. «Hay demasiadas presiones para los pibes, hay una búsqueda de ganar y ganar. Hay que ganar partidos, hay que ganar el clásico, hay que ganar el campeonato, y es desmedido. Eso interfiere en el proceso de formación».

Teglia. «Los entrenadores deben bajar ideas claras que construyan identidad».
Santos. Fomentar en los chicos el respeto y el compromiso con el club.

Navas. «Hay demasiadas presiones, una búsqueda de ganar y ganar».
Theiler. «El futbolista debe tener fortaleza ante la adversidad».

Tocalli también apunta contra la búsqueda de resultados en inferiores. «Estamos todos apurados y a veces dejamos de formarlos o no trabajamos en lo que tiene que ser la formación porque ya se quiere que jueguen en Primera, y cuando llegan hay que venderlos. No en todos lados encontrás técnicos a los que no les interesan los resultados», dice. En ocasiones se cree que el éxito en inferiores tiene que ver con la cantidad de títulos conseguidos. Sin embargo, una categoría puedeser campeona y ninguno de sus jugadores llega aconvertirse en futbolista profesional. La búsqueda del título, del resultado inmediato, hace que se pierda de vista la educación del chico, cómo juega y cuál es su comportamiento. «De esa manera –explica Tocalli– muchos juveniles debutan en Primera con un montón de problemas». Aclara, sin embargo, que está bien enseñar a ganar a los chicos, entregarles el pulso de la competición. Pero no a cualquier costo. «Cuando llegan a Primera tienen que saber que hay que hacer el esfuerzo necesario para conseguir el triunfo», dice. «Pero depende de la forma, porque lo esencial es pensar en el futuro y no ganar un campeonato de inferiores, que no sirve para nada. Se pueden sacar jugadores finos, ganadores, eso depende de cada club, pero ganar de cualquier forma sin jugar a nada no me deja tranquilo. Cualquier equipo sale campeón sin dejar futuro de jugadores de Primera». «El futbolista –dice Theiler– debe tener una fortaleza que le permita sobreponerse a cuestiones adversas y respetar las maneras en quese busca obtener la victoria. No se trata de ganar a cualquier precio, y por eso en Newell’s bajamos una línea de juego que abarca a todas las categorías. Pero esto debe ir acompañado por las convicciones que sostienen a una mentalidad ganadora y el sentido de pertenencia con la camiseta. Para nosotros, cada jugador que debuta en la primera de Newell’s es un campeonato ganado».

Racing. En la pensión Tita Matussi, ubicada junto al cilindro de Avellaneda, viven 45 chicos que sueñan con llegar a Primera. (Kala Moreno Parra)

Las presiones sobre los chicos llegan desde distintos lugares. Es la presión por el resultado, pero también la presión por llegar. Y entonces se arma el combo: el club que quiere vender, el representante que busca su tajada, y, tantas veces, la familia que sueña con salvarse. Navas cuenta que durante su experiencia en Boca escuchó cómo un empresario le decía a un juvenil que representaba que aprovechara el tiempo libre para ir al gimnasio, que se olvidara de estudiar. Es la lucha por exprimir un poco más al futuro crack que traerá –eso espera– una venta millonaria. Salorio dice en su libro que incluso cuando llegan a una escuelita de fútbol existen presiones que alejan de lo lúdico a los chicos. «Sus padres –escribe– deben saber escuchar a quienes los aconsejan y no deben caer en la tentación de quien los atrapa con palabras dulces pero después sólo piensan en el dinero».
Para eso también se necesita contención. Y, creen algunos, es importante la generación de lazos de identidad con el club en el que juegan, que los jugadores sientan que están en su casa, lo que se convierte en una forma de pertenencia para los chicos. Ignacio Santos, gerente del fútbol amateur de Racing, dice que también ayuda que los chicos se vinculen con los colores. En el club de Avellaneda, entonces, implementaron un programa llamado «Amor por mi camiseta», coordinado por Santos y por la psicóloga Cecilia Contarino, desde donde se realizan distintas acciones para generar en los futbolistas un respeto por el club. Charlas sobre la historia del equipo, visitas de jugadores y ex jugadores, viajes con los hinchas, todo lo que ayude a abrirles una conciencia racinguista.

 

Cuestión de pertenencia
«Nosotros notábamos que los jugadores surgidos de las inferiores no estaban comprometidos con la institución», explica Santos, «y mucho tenía que ver con el gerenciamiento, nadie les había transmitido el sentimiento». En la Casa Tita Mattiussi, la pensión que se encuentra a un costado del cilindro de Avellaneda, donde estaba la vieja confitería El Hongo, viven 45 chicos. El lugar, dicen en Racing, es una de las mejores herencias de Blanquiceleste, la empresa que gerenció el club durante 8 años. Sin embargo, estaba venido a menos. Se le hicieron mejoras edilicias, se cambiaron los ventiladores por aire acondicionado, y se armaron rutinas para la recreación de los chicos. Santos cuenta que todos los años van a la Feria del Libro, que salen al cine y al teatro, y que siempre tratan de hacer actividades relacionadas con Racing.
A la pensión llegan jugadores desde distintos puntos del país cuyo sentimiento de origen puede ser variado. Gritar un gol de Boca, entonces, resultaba común en esa casa tan celeste y blanca. «Ellos hacían algo natural y nadie les decía nada, así que tuvimos que hacer un trabajo no desde lo restrictivo pero sí inculcándoles el respeto por el lugar, devolver de esa manera el cariño que se les da», dice Santos. Es un equilibrio: nadie está obligado a cambiar de colores, acaso una de las cosas más difíciles y menos frecuentes que tiene la vida. Lo que se intenta es construir un vínculo, una identificación. Santos cuenta la historia de Francisco Ramírez, un jugador de quinta división que llegó desde La Pampa. Paqui está hace muchos años en la pensión. Costó engancharlo con el club. Sin embargo, en las últimas encuestas que se hicieron entre los chicos, Paqui dijo que era de Racing y que se había contagiado del sentimiento que le transmitían. Todos lo sintieron como un triunfo. El año pasado el círculo se cerró con la tapa de los diarios. Allí se lo veía a José Sand festejar uno de sus goles a Independiente. De frente al delantero, gritando con toda la furia, se veía a Paqui. Algo había cambiado.

Newell’s. El cuadro del Parque de la Independencia focaliza en el trabajo en inferiores con auspiciosos resultados. (Carlos Carrión)

Desde las inferiores de Racing florecieron en los últimos tiempos jugadores como Valentín Viola, Luciano Vietto, Ricardo Centurión, Rodrigo de Paul, Bruno Zuculini y Luis Fariña. Debe ser una de las canteras que más dio en estos años, a pesar de reconocer que Vélez, River, Boca y Lanús le llevan años de ventaja en cuanto a la formación. «Nuestro elemento diferenciador es lo humano», dice Santos. Ahí, explica, hay una política de inclusión: «Hacemos que Racing llegue a la casa de los chicos, que el club esté presente. Con Cecilia, que es asistente social, les llevamos bolsas de comida a los juveniles que viven en barrios carenciados y apoyamos a madres, padres y hermanos». Santos sostiene que esto también sirve para captar nuevos jugadores. «Los padres –dice– ya saben que si vienen a Racing van a tener el apoyo de todo el club».
«Una institución que vive del fútbol –dice Tocalli– tiene que dedicarse a la parte social, pero no puede hacerlo exclusivamente para eso. Porque entonces no tenés fútbol. Tenés que buscar al buen jugador y tenés que hacer para la sociedad que ese chico sea educado y tenga una buena atención médica. Las dos partes, la social y la futbolística, son importantes». Santos aclara: «Nosotros no somos una ONG, pero los ayudamos».
Racing, como otros clubes, tiene su escuela y hay un seguimiento de sus estudios. Pero se sabe que los chicos sólo quieren ser futbolistas, es su norte, la Primera División como una llegada al paraíso. «A veces se hace difícil que tengan buenos rendimientos. Le exigimos escolaridad pero hay un momento en que se nos hace denso y es contraproducente», dice Santos. «Tratamos de que estudien pero no podemos sacar a un chico del equipo porque no lo hace». Teglia, coordinador de las inferiores de Central, asegura: «En nuestra pensión tenemos personal encargado de seguir el desempeño escolar de los chicos y de hacer el nexo con las familias y los clubes de origen. En el futuro no vamos a incorporar chicos que no colaboren con su escolaridad».
Ese proceso que se activa cuando P, el ojeador, detecta el futuro crack tiene caminos complejos. El psicólogo Marcelo Roffe, que trabajó con varios planteles, entre ellos las selecciones juveniles que dirigió Pekerman, dijo alguna vez: «Pasar de séptima a sexta es como pasar del Primario al Secundario. Pasar de Infantil a Juvenil sería como pasar de Jardín al Primario. Estar en una Reserva es estar en la Universidad». En ese recorrido la mayoría se trunca. Es una carrera de superación y no se trata sólo de cuestiones técnicas. La formación de un futbolista es –al cabo– la formación de un hombre, que no hay que apurar: cuando el moldeado de un jugador está incompleto se nota en la cancha. «Inteligencia, perseverancia y talento», son las tres condiciones que, según Teglia, debe reunir un futbolista para llegar a Primera. Pero el chico puede llegar aunque con fallas, que luego quedan expuestas: cuando erra en la definición o cuando hace una mala lectura de la jugada. «Nuestro trabajo –concluye Navas– se ve en el crecimiento de los jugadores. Nuestra misión es hacer crecer a los jugadores. Cuántas virtudes les podemos sacar y cuántos defectos les podemos quitar». Navas agrega un elemento. En lo que hay que pensar, dice, es en la formación de quienes forman. De eso casi nunca se habla y, quizá, sea desde donde se deba arrancar, el primer giro de la rueda en esta historia.

Alejandro Wall

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