Relaciones peligrosas

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El acuerdo en Turingia entre democristianos, liberales y la extrema derecha desató un terremoto político que pone en juego la estabilidad democrática. La batalla por la sucesión de Angela Merkel frente al avance de los ultras y las elecciones de 2021.

Berlín. Annegret Kramp-Karrenbaue, quien decidió renunciar a la presidencia del CDU y a ser jefa de Estado por las críticas, y la canciller. (MacDougall/AFP/Dachary)

Nadie creyó que pudiera suceder. Mucho menos a 75 años de la liberación de Auschwitz. Pero ocurrió. La decisión del partido de la canciller alemana, Angela Merkel, de aliarse con la ultraderecha para formar un Gobierno regional provocó un terremoto político y desembocó en una inesperada crisis interna. La inédita coalición –de la que también formaron parte los liberales– marcó el fin del histórico «cordón sanitario» que los partidos tradicionales habían impuesto, tras el fin del Tercer Reich, a las fuerzas políticas abiertamente neonazis.
Todo comenzó el pasado 5 de febrero, cuando los legisladores de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AFD), los democristianos de la CDU (el partido de Merkel) y los liberales del Partido Democrático Libre (Fdp) decidieron aliarse para formar un Gobierno de coalición en Turingia, una región del centro-oriental del país que hasta ese momento era gobernada por la izquierda. Gracias a eso, el liberal Thomas Kemmerich logró convertirse en ministro-presidente regional. Pero la alegría le duró poco: el escándalo desatado lo obligó a renunciar a las 24 horas.
Lo ocurrido en Turingia conmocionó a todo el país. Y no es para menos: por primera vez desde 1945, un dirigente político accedía a una jefatura regional a partir de un acuerdo con los neonazis, derribando el muro de contención que la política germana había erigido para aislar del Gobierno a todo partido que tuviese simpatía por la figura de Adolf Hitler. La ruptura de dicho consenso provocó la ira de Merkel, para quien el accionar de sus correligionarios de Turingia fue «imperdonable», aunque también lo consideró un «hecho aislado».
Sin embargo, y más allá de sus intentos por relativizar lo ocurrido, lo cierto es que la alianza con la ultraderecha dejó al desnudo las tensiones existentes dentro de la CDU. No todos los dirigentes democristianos concuerdan con las ideas de Merkel y, si hasta hace unos años su figura era intocable, hoy son cada vez más los que, ante su anunciado retiro de la política, alzan la voz para cuestionarla. Muchos, además, creen que es necesario aflojar la política que impide establecer coaliciones con la ultraderecha, dado que es la fuerza de mayor crecimiento electoral en los últimos años (ver recuadro).

Nombres en danza
Quienes piensan de esta manera se anotaron un punto con lo ocurrido en Turingia: la primera víctima del escándalo fue Annegret Kramp-Karrenbauer (más conocida como «AKK»), quien se vio obligada a renunciar a la presidencia del partido tras recibir una catarata de críticas por no poder –o no saber– cómo manejar la situación. AKK integraba la corriente democristiana que rechaza tajantemente los acuerdos con la ultraderecha. Muchos la consideraban una «pequeña Merkel» y su decisión representó un verdadero dolor de cabeza para la canciller: no solo era una dirigente de su estrecha confianza, sino que además había sido designada para sucederla en las elecciones de 2021. Con su renuncia a la jefatura partidaria, AKK también se bajó de la carrera electoral, lo que reabrió un espinoso tema que parecía resuelto: la batalla por la sucesión.
El primero que oficializó su intención de reemplazar a AKK y suceder a Merkel fue el conservador Norbert Roettgen, exministro de Ambiente, quien sostuvo que con la elección del nuevo presidente del partido se pone en juego «el futuro de la CDU» y «la estabilidad de Alemania». Pero Roettgen no es el único anotado en la lista de candidatos: AKK ya mantuvo reuniones con otros posibles reemplazantes. Uno de ellos es Friedrich Merz, un empresario millonario e histórico rival de la canciller alemana que se destaca por sus ideas neoliberales.
AKK también se reunió con Armin Laschet, actual ministro-presidente regional de Renania del Norte-Westfalia, la región más poblada de Alemania. De reconocida trayectoria ambientalista, el dirigente tiene posiciones más centristas que Merz. Cosecha además una buena relación con Merkel, por lo que es considerado el candidato de la continuidad, algo que le juega a favor pero también en contra.
Aunque con menor apoyo, también surge la figura del joven ministro de Salud, Jens Spahn, de 39 años. Spahn es homosexual y suele participar de actos públicos junto con su marido, lo que no es visto con buenos ojos por los sectores más reaccionarios de la CDU. De hecho, el diario sensacionalista Bild, el más leído del país, llegó a preguntarse en sus páginas si el partido era «lo suficientemente moderno como para un canciller gay».
Los medios germanos dan cuenta de muchos nombres en danza e incluso no descartan la posibilidad de que Merkel revea su decisión de abandonar el Gobierno al final de su mandato para presentarse nuevamente a las elecciones. Como sea, quien asuma las riendas de la CDU en los próximos meses deberá dar a sus correligionarios una primera definición contundente: si mantiene el cerco a la ultraderecha o si, por el contrario, se inclina por aliarse con aquellos que todavía reivindican los horrores del Tercer Reich. Entre esas dos opciones se dirime buena parte del futuro de la democracia alemana.

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