Riesgo extremo

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Grupos y referentes xenófobos vienen ganando terreno en las elecciones y en las calles, con el rechazo al asilo de refugiados como principal consigna. Claves y perspectivas del fenómeno.

Activos. Consignas xenófobas en una marcha de Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente, en Alemania. (Berg/DPA/AFP/Dachary)

 

Desde hace 6 meses, cada mañana Petra László maldice la fortuna que le tocó en el campo de Roszke, en la zona fronteriza entre Serbia y Hungría. Fue condenada no por lo que hizo aquel día, sino por lo que se vio en la tele. A sus 38 años, ahora desempleada, madre de dos hijos y debidamente casada ante Dios y la Patria, en ese orden, Petra era la camarógrafa del canal de la ultraderecha húngara, N1TV, que con barbijo para no contaminarse la emprendió a patadas y zancadillas contra una multitud de refugiados sirios que huía de la Policía y pretendía ingresar al país. Tuvo la mala suerte de quedar registrada en un video viralizado que la convirtió, para muchos pero no todos, en el emblema mismo de la maldad. Pero ese 7 de setiembre en Roszké, millones de europeos querían estar en su lugar. Petra fue repudiada por millares de personas en todo el planeta que rechazaban su actitud brutalmente xenófoba, el mismo motivo por el cual, contrariamente, fue celebrada, aplaudida y convertida en heroína en millones de hogares en todos los países de la Unión Europea (UE) donde la ultraderecha ha crecido como nunca desde la caída del nazismo tras la Segunda Guerra Mundial, hace 80 años.   Símbolos de época Petra fue un símbolo para quienes convirtieron a la ultraderecha en la tercera fuerza organizada del Parlamente Europeo, con algo más del 20% de las bancas agrupadas en el bloque «Europa de las Naciones y las Libertades». Son los que consagraron al Gobierno de Polonia; los que entregaron el 30% de los votos en Francia al Frente Nacional de Marine Le Pen, y porcentajes similares en Suiza y Austria, o levemente inferiores en el Reino Unido y todos los países nórdicos, por citar solo algunos casos.

Kaczynski. De ultraderecha, asumió en
Polonia tras ganar las elecciones en
octubre. (Skarzynski/AFP/Dachary)

 

Son los que el pasado 15 de agosto ganaron las calles de todas la capitales y grandes ciudades de la vieja Europa en multitudinarias manifestaciones para, cada uno a su manera, participar de la «Marcha del hombre blanco». Son los que atacan los centros de refugiados. Los que, apenas por mutaciones generacionales, cambiaron el antisemitismo por la islamofobia. «El auge de la extrema derecha está íntimamente vinculado con la crisis económica que afecta de manera especial a las clases trabajadoras que, ante la falta de empleo digno, se aferran a los discursos simplistas de la ultraderecha como solución a sus problemas laborales. En ellos se responsabiliza y criminaliza falsamente de la crisis a la presencia masiva de la inmigración». Así entiende la situación el Grupo de la Izquierda Unitaria Europea, como se llama al bloque de eurodiputados de izquierda, según las conclusiones del seminario «Estrategias contra el riesgo de la extrema derecha», realizado en Estrasburgo en diciembre último. El bloque izquierdista paneuropeo sintetiza lo que en general se interpreta como dos causas principales, pero no las únicas, del reverdecer nazi en Europa. La primera es la persistencia de una debacle económica originada en el estallido financiero estadounidense de 2008, que más tarde impactó sobre la economía de Europa. Esas condiciones se ahondaron luego con la reconversión productiva en marcha con la finalidad de reconstruir la tasa de ganancia de las grandes empresas y pauperizar las condiciones laborales que permitan a las economías europeas equipararse con la estadounidense en la cuestionada Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP, por sus siglas en inglés) para enfrentar al nuevo bloque emergente, liderado por China e India. Todo eso generó desempleo, precarización laboral, caída de salarios, pobreza y exclusión, mientras que paralelamente en los albores de esta década, las derechas gobernantes acentuaban la discusión sobre las migraciones, en línea con la histórica tendencia europea a la xenofobia. Se profundizó cuando, como consecuencia de las revueltas por la llamada «primavera árabe», los países del Magreb norafricano comenzaron a expulsar migrantes por millones. Y finalmente estalló cuando, alentada por la Otan, la guerra civil en Siria produjo millones de refugiados que se lanzaron sobre las fronteras europeas. Así lo entiende el profesor de Derecho Internacional y vicerrector de la Universidad de Andalucía, Víctor Gutiérrez. «La xenofobia por lo general anida latente en todas las poblaciones. Pero en épocas de crisis económica, se fortalecen los nacionalismos y toman fuerza las posturas más insolidarias. Este es el mejor caldo de cultivo para que posiciones extremistas aprovechen la situación para mostrar al extranjero y al refugiado como el origen de los problemas», explica. El periodista mexicano Yaötzin Botello, quien reside y trabaja en Alemania desde hace una década, entiende el auge de la ultraderecha como la espuma de una cerveza. «Estos movimientos y organizaciones son circunstanciales y temporarios, porque carecen de una política para dar respuestas a la crisis que los fortalece. Solo canalizan el descontento», interpreta. Botello identifica 2 características evidentes. «Una es que son oportunistas, porque solo pueden crecer aprovechando algún problema nacional; y la otra es que viven maquillados para mostrarse como nuevos o modernos, y ocultar su pecado original: son nazis. Cuando en algún momento su esencia queda expuesta, rápidamente son repudiados», analiza.   Sostenido ascenso La visión de Botello resulta evidente en varios países, por ejemplo, en Francia, donde la lideresa del Frente Nacional, Marine le Pen, llevó su partido al 30% de los votos en las regionales de diciembre y quedó lista para las presidenciales de 2017, tras expulsar a su padre, el negacionista antisemita Jean-Marie Le Pen. Pero la promesa familiar es su sobrina, la abogada veinteañera Marion Le Pen, que con el 43% de los votos en Calais derrotó a una alianza de socialistas y comunistas que gobernaba desde hace 30 años. Algo parecido también sucede en Alemania. Allí el viejo nazismo del Partido Nacional Demócrata (NPD) permanece en la insignificancia mientras crecen agrupaciones como Alternativa para Alemania (AfD) que, fundada en 2013, alcanzó el 10% de los votos en las europeas del año siguiente, o la organización Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida), cuyas movilizaciones ya convocan a millares de personas. Aunque vienen del NPD, se muestran como nuevos, como un cambio sin pecado original. En el Reino Unido, pese a la creciente derechización del Partido Conservador, la ultraderecha xenófoba se agrupa en torno del Partido de la Independencia (Ukip), que suma el 26% de las voluntades. En Suiza, las alarmas se encendieron en octubre cuando el Partido Popular Suizo (SVP) alcanzó la mayoría legislativa con el 30% de los votos, y quedó a un paso de dominar el Consejo Federal (Gobierno colectivo) para designar al Presidente de la Confederación Helvética. En las elecciones dinamarquesas de junio, el renovado Partido Popular Danés se convirtió en la tercera fuerza con el 26% de los votos, superando el 17% obtenido en abril por el Partido de los Verdaderos Finlandeses (Finland), que al mando de Timo Soini duplicó las adhesiones del último comicio. En Noruega, el Partido del Progreso ya suma el 18%; mientras que en Suecia, Jimmie Akesson, de 35 años, llevó al Partido Demócrata al 15% de los votos. El caso más impactante es el del flamante presidente de Polonia, Jaroslaw Kaczynski, que en octubre ganó con el 43% de los votos. Jaroslaw, que fue premier durante el gobierno de su gemelo Lech, fallecido en 2010 en un accidente aéreo en Rusia, basó su campaña en atacar a los migrantes, quienes, sostenía, traían al país piojos, parásitos, cólera y disentería. Austria es un caso aparte. Allí el ultraderechista Partido de la Libertad (FPO) gobernó bajo el liderazgo de Jörg Haider, en 1999. Y aunque ahora el país tiene bajo desempleo y altos salarios, el FPO es la segunda fuerza que alcanzó el 29% de los votos en los últimos comicios de 2014. Son además, las terceras fuerzas con poder de veto en Bélgica, con el Vlaams Belang; en Holanda, con el Partido de la Libertad (PVV); en Hungría, con el Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik), y en Grecia, con Amanecer Dorado. Si el crecimiento incesante de la ultraderecha xenófoba en Europa es subproducto directo de la crisis económica, todo indica que aún tendrá tiempo para desarrollarse porque, como explicó el economista francés Alexandre Nurd, «las características actuales de nivel de empleo, salarios y condiciones laborales se prolongarán en el tiempo. Y seguirán cayendo conquistas sociales. En el mejor de los casos, no serán mucho peores. Pero esta compleja situación social y económica que llamamos crisis se prolongará por mucho tiempo». —Alejandro Pairone

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