Rumbo final

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El Mundial de Rusia, a iniciarse el 14 de junio, abre expectativas para Argentina gracias a la presencia del crack rosarino, líder de una camada de futbolistas de jerarquía que busca revancha. Los vaivenes dirigenciales y la gestión Sampaoli. Escenarios políticos detrás del juego.

Moscú. El renovado estadio Luzhniki, con capacidad para 81.000 personas, albergará el partido inaugural y la final pautada para el 15 de julio. (Antonov/AFP/Dachary)

Una imagen karmática acompañó a la selección argentina durante los casi cuatros años que pasaron desde el Mundial de Brasil. Se trata de un efecto visual, una trampa óptica, en la que Lionel Messi parece mirar con ojos de obseso, fijamente, la Copa del Mundo en el palco del Maracaná, justo antes de que el trofeo lo levantara Philip Lahm, el capitán de la selección alemana, la campeona.
Hacía unos minutos que se había consumado la desilusión, la derrota en la final mundialista, a la que la Argentina había accedido después de 24 años sin superar la barrera de los cuartos de final. Lo que podía haber sido el ingreso de Messi y de una generación de futbolistas de élite al olimpo de los campeones del mundo, nada menos que en el mítico Maracaná, fue el inicio de una pesadilla, que incluyó la derrota en dos finales de la Copa América, las dos contra Chile, y un camino de piedras para la clasificación a Rusia 2018. Un recorrido que le demandó los servicios de tres entrenadores y que empezará a resolverse el 14 de junio, cuando la selección local y Arabia Saudita jueguen el partido inaugural en el estadio Luzhniki de Moscú, el mismo escenario de la final, un mes después. El propio Messi sabe lo que está en juego. No solo para él. «Muchos esperan que esta camada se vaya porque lleva mucho tiempo sin ganar algo y los que critican se cansan de ver siempre las mismas caras. Si nos va mal nos tenemos que ir de la selección», señaló en su última visita al país.  
El esfuerzo argentino para llegar a Rusia, sin embargo, no le quita la prerrogativa de encontrarla como candidata al título. Es casi su lugar natural después de haber conseguido los Mundiales de 1978 y 1986. La selección tiene, en ese sentido, rivales que arrastran un trabajo previo, una elaboración que los pone por arriba del resto. Brasil, desde la llegada de Tite al banco –lo que consumó la explosión de Neymar y un gran juego colectivo– pasó las eliminatorias sin problemas. Exorcizó el 7-1 que le infligió Alemania en su propia tierra. Y aquel país, defensor del título, es otro candidato. Aunque su entrenador, Joaquim Löw, sabe que esa condición hará todo más difícil: «Alemania va a ser perseguida como nunca. Tendremos que desplegar fuerzas sobrehumanas si queremos ser de nuevo campeones del mundo». En ese pelotón de selecciones que buscarán la cima en Moscú entra Francia, bajo el comando de Didier Deschamps, con futbolistas top como Antoine Griezmann y Paul Pogba. Y nunca hay que descartar a España, la campeona de 2010, y a Portugal, por su superestrella, Cristiano Ronaldo.

Camino ríspido
Pero ahí está Argentina, por tener a Messi. Y también por contar con jugadores que explotan sus recursos de la mejor manera en equipos que son grandes potencias. «Con Messi es inevitable ser candidato –dice el periodista Ezequiel Fernández Moores–. Cuando tenés al mejor del mundo, te van a mirar así. Además, se juntan Messi y la historia de Argentina, que fue finalista en Brasil, ganó dos Mundiales y hace tiempo que llega entre el lote de candidatos. No es nuevo, es una condición que se ganó después del 78. En el 82, era campeona y ya estaba Maradona. En el 86, 90 y 94, también estaba Maradona. Era candidata. En el 98 tenía a uno de los mejores goleadores del mundo, Gabriel Batistuta, y había otros jugadores de un altísimo nivel internacional. En 2002, con Marcelo Bielsa, llegó después de una eliminatoria impecable. Y en 2006 arranca la Era Messi. Por eso, no es novedad que esté señalada como candidata».

Brunati. «Algunos dirigentes no entienden que los procesos necesitan tiempo.»

Moores. «Messi se ha reinventado, puede jugar en diversos puestos en la cancha.»

La clasificación en Quito, ante Ecuador, en la última fecha de las eliminatorias sudamericanas, lo tuvo al rosarino como redentor. Parece que pasó una vida, pero fue hace solo dos años que Messi anunció su renuncia a la selección argentina, después de haber perdido la tercera final consecutiva. Messi nunca efectivizó la renuncia, pero sí se fue Gerardo Martino, el entrenador, con deudas salariales y dirigentes que le negaban jugadores para encarar con la sub-23 los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Al fútbol argentino lo gobernaba una Comisión Normalizadora, la intervención del gobierno nacional en la AFA. Llegó Edgardo Bauza, pero solo duró ocho partidos en los que derrochó un optimismo que se contraponía con el juego del equipo. Con el arribo al poder del tándem Claudio Chiqui Tapia y Daniel Angelici, nació la gestión de Jorge Sampaoli, el vía crucis hasta obtener el pase a Rusia, una conquista que también fue un alivio para un técnico que era mirado de costado.
«Con Sampaoli pasa algo muy parecido a lo que pasa con Messi. No dirigió en la Argentina, no tuvo experiencia en ningún equipo grande, y entonces no termina de caer bien en el medio. Es una desconfianza hacia el que se formó afuera, que es visto como extraño. Además, no se valoran los logros conseguidos», dice Veronica Brunati, una de las periodistas que sigue con más detalle la cotidianeidad de la selección argentina.
«A Sampaoli lo veo un poco ansioso –dice el escritor Juan José Becerra–, pero al mismo tiempo creo que tiene un sentido de la practicidad que no abunda en la escuela de la que proviene. Si sabe combinar ambos polos, la Selección no será depresiva ni eufórica, que son los factores mentales que te mandan a tu casa rápido. El mensaje de Sampaoli puede ser claro pero sus equipos todavía no. Todavía es una incógnita», dice Juan José Panno, que cubrió siete mundiales desde 1974.

Cerrado por fútbol
El Nene, como se lo conoce a Panno, dice que una vez que se produce el sorteo lo que arranca es un estado de inquietud. «Ahí lo único que espero es que empiecen los partidos. Porque uno, que es amante del fútbol, sabe que van a estar muchos de los mejores, que hay mucho en juego, que Argentina tiene chances, y que después es todo una cuestión futbolística».

Magia. El rosarino, carta de triunfo del Seleccionado, en un amistoso ante Rusia en 2017. (Kudryavtsev/AFP/Dachary)

Cuando se iniciaba un Mundial, el escritor Eduardo Galeano colgaba un cartel en la puerta de la casa: «Cerrado por fútbol». Es el título que lleva un libro póstumo del uruguayo, donde se reúnen distintos textos sobre fútbol. Fernández Moores relata en el prólogo lo que Galeano le contaba de esos días: «En horario balompédico no atendía». ¿Cómo vivía los partidos? «A salvo de la involuntaria desviación de los hechos, la atrofia de la realidad y el eclipse total de la razón», escribió Joan Manuel Serrat sobre su amigo. «Galeano, como recuerda Helena Villagra, su mujer, podía enajenarse con un grito de gol hasta matar de un infarto a la cotorra Margarita, que odiaba su jaula y solía andar suelta por la biblioteca», dice Fernández Moores. No se trata de una metáfora. Ocurrió durante el exilio en Calella, Barcelona, desde donde Galeano siguió el Mundial de 1978.
Para los futboleros, los Mundiales significan el ingreso a un estado en suspenso, un mes en el que se sueña con un fixture. «Partidos inolvidables, resultados abultados, errores arbitrales, injusticias, cursos de juego inestables, curiosidades», dice Becerra cuando enumera qué espera del Mundial. En Rusia estará la selección. Estarán futbolistas de jerarquía que buscarán revancha, entre ellos Messi, quien cumplirá 31 años el 24 de junio, en medio del campeonato, tres días después de que la Argentina juegue frente a Croacia y dos días antes de que enfrente a Nigeria, en su tercer partido del Grupo D. Islandia será el rival del primer encuentro, el 16 de junio. «Como a Mirtha Legrand, a Messi no se lo juzga por la edad –dice Becerra–. Y sí, maduró. Su obsesión por el gol tiene otra inteligencia, y lo veo en la etapa en la que hacer los goles él o que los haga otro le da lo mismo».
«Messi se ha reinventado como jugador –agrega Fernández Moores–. «Demostró que puede jugar en diversos puestos en la cancha, y seriamente. Es un tipo que ha crecido mucho, que va a tener su tercer hijo, que acepta ciertos límites, como jugar menos y convivir con otras estrellas».
Para Brunati, que conoce mucho a Messi, lo que le queda a Sampaoli es lograr un convencimiento total del rosarino con la idea de juego. «Messi –sostiene– hará cualquier cosa para ganar el Mundial. Y si Sampaoli encuentra la estructura, creo que la Argentina la va a pasar muy bien. Este es un Messi muy colectivo, que quizá no toca la pelota tres minutos, pero que está participando silenciosamente». «Es un error pedirle cosas a Messi. Ya demostró que no camina a demanda. Lo que hace lo hace porque quiere. Si tiene ganas, nos saca campeones», dice Becerra. «A mí me produce placer ver jugar a Messi. No entiendo cómo hay gente que no puede disfrutarlo. El tipo hace cosas increíbles a pesar del paso del tiempo», agrega Panno.
Lo que queda alrededor de Messi es el concurso de un equipo que esté a la altura, una generación de futbolistas que entra a una etapa de transición, con referentes de jerarquía que rondan los treinta años, como Javier Mascherano (33), Ángel Di María (30), Sergio Agüero (29) y Gonzalo Higuaín (30), quien a pesar de los goles desperdiciados en las finales perdidas tendrá su lugar en el equipo. «Ninguno de los millones de argentinos que miran fútbol tuvieron la experiencia de Higuaín de aquel mano a mano contra Alemania. Sin embargo, la argentinidad dice que hacer el gol era un trámite fácil. El tipo es un goleador de primer nivel. Puede hacer goles y errarlos. Todo lo que sucede “entre” esas dos posibilidades forma parte de la naturaleza de su trabajo», dice Becerra.

Becerra. «Es un error pedirle cosas a Messi. Ya demostró que no camina a demanda.»

Panno. «El mensaje de Sampaoli puede ser claro pero sus equipos todavía no.»

«La transición es el principal tema –acota Fernández Moores–. Aparece en algunos de esos puestos que son clave. Sobre todo el mediocampista, por cómo arma Sampaoli sus equipos. La afirmación de Nicolás Otamendi en el Manchester City puede ayudar mucho. Después de Messi, creo que Otamendi es indiscutible. Pero no se ve un 5 claro. Mascherano pasó a la última línea, se fue a China, pero aún así yo no lo descartaría como titular en ese lugar». Así como no hay un 5 definido, tampoco se sabe con certeza qué sucederá con el centrodelantero. A su llegada, Sampaoli probó con Mauro Icardi y Darío Benedetto. Uno no conformó, el otro sufrió una lesión que lo privará de llegar al Mundial. Higuaín volvió a tomar fuerza en el puesto. Todo es una incógnita. ¿Habrá un 9 claro? ¿Cuál será el lugar de Agüero? Tampoco, hasta acá, terminó de funcionar lo que se suponía que podía ser la gran sociedad con Messi: Paulo Dybala, fuera de la convocatoria para los amistosos de este mes. Serán las pruebas que el técnico hará antes de llegar a Moscú.
«Sampaoli está en una situación parecida a la de Vicente Del Bosque en 2014 con España, con un grupo de referentes que quizá juegan su último Mundial. Ahí tenés que tener muñeca para hacer los cambios para que el equipo sea competitivo, con la diferencia de que España ya había ganado un Mundial. La gran dificultad va a estar en cómo enfrenta eso», opina Brunati.
Como ocurre con las selecciones ante un Mundial, la Argentina está en construcción. Si se la compara con otras como Brasil o Alemania, cuenta con una desventaja: los descalabros previos, los vaivenes de los dirigentes que llevaron a cambios de técnicos, de ideas, que llenaron de incertidumbre a un equipo que alguna vez vivió en aguas más calmas. Brunati señala que «buena parte de los dirigentes del fútbol no saben de fútbol, en su mayoría no entienden que los procesos necesitan tiempo. Solo buscan resultados. Quieren tener el control remoto de los equipos».

(Foto: Antonov/AFP/Dachary)

Aun así, la Argentina futbolística sobrevive. Al menos, llegó a Rusia. Lo que ocurra después es parte del fútbol. Por eso, cuando Becerra tiene que pensar si la selección ganará su tercera corona, y tendrá revancha la generación Messi, solo puede responder –y responderse– lo evidente, lo que entrega este deporte: «No sé», dice. Es una síntesis. Ese no saber es lo que hace al fútbol, su corazón. También al del Mundial.

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