Rusia abre las puertas

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A contramano de la UE, el Kremlin viene impulsando un plan para el arribo de entre cinco y diez millones de personas en los próximos 6 años. La iniciativa busca dar respuesta al problema demográfico y defender las raíces nacionales del gobierno de Vladimir Putin.

Liderazgo. Putin, en el discurso que ofreció en la cumbre del G20 celebrada en Osaka, Japón, en junio. Proyecto de apertura a refugiados. (Kadobnov/Pool/AFP/Dachary)

En medio de un mar de malas noticias, los inmigrantes que preocupan a Europa pueden encontrar puerto en Rusia. Mientras el Viejo Contienente debate qué hacer con quienes llegan a sus orillas, desde el Kremlin lanzan un plan de recuperación demográfica que da la bienvenida a todos aquellos que quieran habitar su suelo. La iniciativa busca atraer entre cinco y diez millones de personas de 2019 a 2025. A 20 años de su llegada al poder, el desafío del presidente Vladimir Putin sigue siendo el mismo que lo mantuvo como líder: sostener «la esencia y el orgullo ruso», ese que había sido pisoteado tras la desintegración del bloque soviético. Por eso la convocatoria –sin ser excluyente– tiene preferencias para los viejos miembros de países de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en la búsqueda de, dice Putin, «volver a las raíces».
Por primera vez desde 2008, la población rusa se redujo: el servicio estatal de estadísticas de Rusia (ROSSTAT) informó que en 2018 el país perdió a 93.500 habitantes. Parece poco para los casi 149 millones que hoy viven allí, pero, según prevén las Naciones Unidas, si ese descenso continúa a tal ritmo, hará que la población rusa caiga un 8% para 2050. El gobierno, a través de su Consejo de Asuntos Internacionales, admitió que atraviesa una «crisis demográfica, especialmente en las regiones de Siberia y el Lejano Oriente». Rusia ha sido una nación receptora de inmigrantes, supo ser el segundo destino más buscado, detrás de Estados Unidos. Ahora cayó al cuarto puesto, con unos 12 millones de recepcionados. Los recién llegados –mayoritariamente de países del Cáucaso y Asia Central– compensaban los desequilibrios. En los últimos tiempos, al acrecentarse la emigración local –unos 377.000 en 2017–, el problema se agravó. La cuestión poblacional tiene otros guarismos a considerarse: la baja en la tasa de natalidad (decreció un 10% en 2017) y el aumento en la expectativa de vida (68 años para los varones, 77 para las mujeres).
El programa de Putin plantea que los inmigrantes accedan a la nacionalidad rusa sin mayores requisitos. Establece la creación de reglas «sencillas, comprensibles y ejecutables» que respondan a los objetivos de la política migratoria para obtener un visado, permiso de residencia o ciudadanía. Se procurará, además, el mejoramiento de los mecanismos para el regreso de los rusos del exterior y los extranjeros que desean integrarse en la sociedad. El Gobierno destaca especialmente que «facilitará la adaptación a la vida en Rusia de los extranjeros que experimentan dificultades con ello». Y para evitar conflictos internos (ya hubo unas pocas localidades que rechazaron la iniciativa oficial), se dispuso contrarrestar la formación de enclaves étnicos y la marginalización de los extranjeros, así como la migración ilegal.
 

Por otro camino
Como en épocas anteriores, se ofrecerá a los nuevos pobladores un terreno y una suma de dinero en efectivo. El Estado, eso sí, se reserva el derecho de localizarlos según sus necesidades. Otras demandas, las de los propios aspirantes a ingresar, también son un elemento determinante: en países vecinos de Europa del Este y algunos de Asia Central muchos tienen ingresos mínimos y la propuesta rusa –aun con sus condicionamientos– les puede resultar atractiva.
Un plan similar se había realizado en otro período, entre 2012 y 2017, con un millón de nuevos ciudadanos que, según el Gobierno ruso, con su ingreso «compensaron el declive natural de la población y proporcionaron recursos laborales adicionales para la economía nacional». Con una tasa de desempleo del 4,8%, los inmigrantes componen el 15% de la capacidad laboral rusa. Es un grupo especialmente dedicado a la industria y los servicios, generalmente en actividades no profesionalizadas y con bajos salarios.

Rescate. Gere, en el barco con migrantes. (AFP Photo/Proactiva Open Arms)

La actitud del Kremlin contrasta con la respuesta que la Unión Europea (UE) brinda ante el drama de la inmigración. Cada día, el mar Mediterráneo se convierte en una tumba de agua salada para aquellos que quieren llegar al Viejo Mundo como quien anhela la tierra prometida. Y los que no perecen en el intento, sufren el destrato de las autoridades. Cuando el célebre actor estadounidense Richard Gere se subió al barco de la ONG española Open arms, la situación de los 121 inmigrantes a bordo tuvo, por fin, la difusión que se merecía. Gere acudió con provisiones y medicamentos para aquellos que permanecían cerca de Lampedusa, Italia, en aguas internacionales. El Gobierno italiano les impidió durante dos semanas que el buque amarrara en su costa. Intervino la Justicia, en camino burocrático. En tanto, España, Francia, Alemania, Rumania, Portugal y Luxemburgo se ofrecieron para recibir al contingente. Solo a ese contingente, aclararon.
En Bruselas, sede del organismo, la UE no tiene una posición común ante la catástrofe humanitaria. Desde Munich y París se impulsa un preacuerdo de distribución de inmigrantes, pero sujeto a la solidaridad de unas pocas naciones. Es decir, no más que una demostración de buena voluntad. En Madrid rechazan que la propuesta quede sujeta a la decisión discrecional de cada gobierno. Italia directamente no quiere que nadie que llegue por mar se acerque a su territorio. Un acta simbólica había sido aprobada en julio, donde 14 países se comprometían –sin precisiones– a incluir en el próximo presupuesto comunitario fondos para encarar la situación. Pero la reunión no avanzó más lejos que lo poco que había conseguido una cita anterior, en Finlandia, donde más allá de declaraciones y fotos no se logró consenso alguno para solucionar el problema.
La estrategia del presidente Putin, aunque impulsada por la propia necesidad, busca en la política de puertas abiertas un doble beneficio. Por un lado, se diferencia del mundo occidental con gestos concretos. Por el otro, aun sin restringir origen alguno, tienta especialmente a los que considera «compatriotas», aquellos rusoparlantes que no viven en Rusia. Fortalecer lo que Putin considera «el espíritu ruso» sigue siendo un sello de su mandato, lo que le permitió, en gran parte, estar dos décadas al frente de uno de los países más poderosos del planeta.

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