Sangre nueva

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Una reciente camada de autores, editoriales y festivales propician el resurgimiento del género negro. Historias y enigmas que reflejan la violencia del mundo contemporáneo.

 

(Sandra Rojo)

Festivales, colecciones de libros, sitios específicos de Internet, concursos y, sobre todo, la aparición de nuevos autores dan cuenta de uno de los fenómenos más importantes de la literatura argentina contemporánea: la renovación del género policial. Si bien no ha estado ausente desde principios de la década de 1950, cuando se consolidó como un sector definido de la industria editorial, los comienzos del nuevo siglo aportan nuevos temas e interrogantes, y una producción que pone en cuestión tanto sus propias condiciones como la época en que tiene lugar.
Los festivales Azabache, en Mar del Plata, coordinado por Javier Chiabrando y Fernando del Río, y BAN! Buenos Aires Negra, a cargo de Ernesto Mallo, son los escenarios más visibles de los nuevos enigmas del relato policial. Surgidos con el modelo de los eventos europeos, particularmente de la Semana Negra que se realiza anualmente en Gijón, en los encuentros del género ya no son sólo los escritores los protagonistas: los periodistas, los ex delincuentes, los jueces, los peritos y los propios policías también son parte del asunto y tienen su lugar en los debates y en los textos. Por ese mismo impulso, el policial desborda sus vertientes clásicas –el relato de enigma y la novela negra– y se asocia en nuevas combinaciones con la novela histórica, el género fantástico, la no ficción y los procedimientos forenses, entre otras variantes.
La serie Negro Absoluto, dirigida por Juan Sasturain y publicada por Ediciones Aquilina, inició en 2008 una nueva etapa para las colecciones del género. A ella le siguieron Extremo Negro, a cargo de Carlos Santos Sáez (Editorial del Nuevo Extremo); Tinta Roja. Novelas policiales latinoamericanas, de Fernando López (Editorial Universitaria de Villa María) y la recientemente creada Código Negro, dirigida por Rolo Diez y Roberto Bardini (Editorial Punto de Encuentro). No obstante, al menos por el momento, las colecciones atraen más al  lector ya iniciado que al público masivo. Los grandes éxitos de ventas del género se han dado por fuera de esos marcos, con libros como Las viudas de los jueves y Betibú, de Claudia Piñeiro, Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez, o El enigma de París, de Pablo De Santis. El espectro se completa con el ciclo televisivo Disparos en la biblioteca, conducido por Juan Sasturain y producido por Canal Encuentro, y la aparición de sitios y blogs dedicados a la crónica policial y la cultura «negra», entre los cuales pueden mencionarse El identikit, editado por Javier Sinay, Criminis causa, de Juan Carrá, y Crónicas del crimen, de Sol Amaya.

 

Problema para escritores
«Cuando falleció mi padre, dejó centenares de libros y mi madre no sabía muy bien cómo organizarlos», recuerda María Teresa Arida, directora de Ediciones Aquilina. «Llamó a un amigo de la familia que le aconsejó cuáles vender, cuáles guardar y cuáles podía donar a las universidades. Mi padre tenía una gran colección de novelas policiales, y este amigo le dijo a mi madre que podía tirar esos libros, porque no tenían ningún valor y no interesarían a nadie. Yo tenía 12 años y quedé muy sorprendida. Mi padre era un intelectual, apasionado de la literatura y la historia. “¿Por qué guardaría tantos libros sin valor?”, me pregunté».
La respuesta llegó más tarde: «Años después, leí una entrevista a Gabriel García Márquez, cuando ganó el premio Nobel de Literatura, donde decía que había aprendido a escribir leyendo policiales». Y así empezó a madurar la idea de una colección dedicada al género, que finalmente se plasmó en Negro Absoluto. El plan editorial incluye sagas de jóvenes escritores, como Ricardo Romero, Federico Levín y Leonardo Oyola, junto con consagrados como Elvio Gandolfo. La propuesta original para los autores convocados planteó dos condiciones: recuperar la figura del detective como protagonista de la ficción y situar las historias en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires.
El criterio apuntaba a dos circunstancias problemáticas. Una fue señalada por Rodolfo Walsh en el prólogo a Diez cuentos policiales (1953), la primera antología de autores nacionales que se publicó en la Argentina: la necesidad de que las historias transcurrieran en un mundo cercano, que el público pudiera reconocer como propio, y así potenciar los efectos y los alcances de la ficción. La segunda circunstancia refiere a una dificultad específica para los escritores argentinos: una ficción que tenga como protagonista a un investigador privado al estilo clásico resulta poco verosímil. El lector difícilmente pueda creer en una policía honesta y eficaz, que resuelva los delitos en vez de cometerlos o, cuando menos, tolerarlos con complicidad.
Ambas cuestiones refieren, en definitiva, a la imposibilidad de aplicar los modelos de las literaturas norteamericana e inglesa tal cual fueron concebidos. El escritor Carlos Gamerro señaló al respecto el agotamiento de la novela negra en la Argentina actual: «Un Marlowe, para nuestra realidad, es tan exótico o imposible como un Sherlock Holmes o una Miss Marple; y si fuera posible, terminaría flotando boca abajo en el Riachuelo a la mitad del primer capítulo».

 

El lado oscuro
Escritor y ex juez de la provincia de Córdoba, Fernando López define la colección Tinta Roja a partir de la perspectiva de Bertolt Brecht: «En la etiología de un crimen se lee siempre un acto cultural», dice. «Vivir en el Interior me da una perspectiva diferente a la de Buenos Aires y me permite acceder a autores de provincias y de otros países que crean una literatura policial diferente, muchas veces rural, con mucho humor, y otros con una perspectiva paródica, que abordan las problemáticas sociales saliéndose de la mirada seudoantropológica que habla de submundo, de suburbio, de seres marginales que delinquen, para prestarles su voz con la categoría de protagonistas principales», apunta.
López trabaja actualmente en el proyecto de Córdoba Mata, un nuevo festival que se incorporará a la agenda del género. Para conocer la historia del policial en Argentina, recomienda leer Asesinos de papel (1996), de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. «Estos ensayos sobre narrativa policial responden casi todas las preguntas que aún hoy se siguen formulando. También hay otros ensayos meritorios, como el de Mempo Giardinelli, que analiza los orígenes del género a partir de una hipótesis muy interesante», señala. «La existencia de festivales en Buenos Aires, Mar del Plata y Córdoba puede incluirse entre los hechos nuevos que revitalizan el género», dice Rolo Diez, codirector de Código Negro y residente en México. Carlos Sáez, de Extremo Negro, tiene una visión más matizada y corre el foco de la figura del escritor: «Seamos sinceros, ¿hay una tradición del género en la Argentina? ¿O simplemente hubo buenos lectores? Creo que la continuidad es más de lectores de novelas policiales que de autores. No leo nada nuevo, pero leo mucho muy bueno». Rolo Diez revisa la historia del género policial en Argentina y toma partido: «Sobre la oferta editorial, lo mejor que dio el policial clásico, de enigma, estuvo en la colección El Séptimo Círculo, que dirigieron Borges y Bioy Casares. La producción nacional de obras de ese tipo no me parece memorable. Creo que el mejor policial llegó de la mano de Rubén Tizziani, Juan Carlos Martelli, Ricardo Piglia, Juan Martini y otros autores identificados con la novela negra», dice.
María Teresa Arida propone una clave para comprender el interés que provocan los policiales: «Cada novela nos lleva a un barrio diferente, a un universo profesional o emocional que nos saca de nuestro ámbito cotidiano; sólo importa entender por qué alguien cruzó esa línea que separa al criminal del resto de la humanidad». El género «fascina porque trata del lado más oscuro del alma humana, en un clima de suspenso y a veces de terror que nos transporta y entretiene».

(Martín Acosta)

Diez agrega otra posible explicación: «Lo propio de la novela negra es referirse a las relaciones entre el poder –de la política, del dinero, etcétera– y la delincuencia»; en consecuencia, «la novela negra excede el marco del crimen individual, y lo hace de modo que el lector que asiste a ese caso individual pueda relacionarlo con muchos otros casos e incluso con el propio».
En ese marco, el objetivo de la colección Código Negro «es ofrecer a los lectores la mejor novela negra que podamos conseguir; rescataremos autores  y títulos que, en nuestra opinión, no merecen el olvido». Los primeros libros de la flamante colección son la reedición de Noche sin lunas ni soles, de Rubén Tizziani, y Chau, papá, el único libro de Juan Damonte (1945-2005), autor argentino todavía poco conocido en el país, que en 1996 recibió el premio Dashiell Hammett.

 

Condiciones temporales
«Esta es una época propicia para la novela negra», sostiene Rolo Diez. «La revolución en las comunicaciones, entre otras cosas, ha mostrado la omnipresencia del crimen en las sociedades. Cuestiones como el tráfico de drogas, la trata de mujeres, las redes de pederastia, las guerras criminales de Estados Unidos, revelan la internacionalización de la delincuencia y ofrecen múltiples opciones al escritor interesado en esos temas».
Fernando López, en cambio, no cree que las condiciones para los autores de policiales sean diferentes de las que tienen otros escritores. «Todas las novelas se escriben en un contexto en el que se puede leer la época, sean o no policiales, sea cual sea su temática, más allá de su trascendencia pública», opina. «No hubo una época especialmente propicia para escribir y leer estos relatos, sino que todas lo fueron. Además, el género negro es una opción de los autores tan válida como cualquier otra para contar una historia». Carlos Santos Sáez tiene una posición coincidente. «La narrativa siempre se alimenta de la historia, no sólo la novela negra; todo relato es hijo de su circunstancia social», dice. En consecuencia, «no hay épocas mejores o peores para leer y escribir; hay tiempos difíciles de vivir que empujan a la literatura hacia espacios que no hubieran sido imaginados desde otros contextos. Sí creo que existen personas, autores, que se mueven como pez en el agua en la desgracia y otros que requieren de la comodidad para crear».
Para el director de Extremo Negro, la ampliación del policial no sería un dato estrictamente actual. El género, en su opinión, muestra históricamente un carácter proteico, y la apropiación de recursos de otros tipos de literatura y formas artísticas es más bien una constante en su producción. «A través de la historia, la novela criminal matizó su estructura con elementos de la narrativa de caballería, o con giros propios de la poesía, o metamorfoseando el western, o robando diálogos del cine o el teatro, o confundiéndose con la ciencia ficción», observa Sáez.
Extremo Negro surgió por impulso de una colección similar de RBA, el sello español al que corresponde la editorial. Desde 2011 convoca a un concurso de novelas policiales. En la primera edición el ganador fue Mi nombre es Zero Galván, de Ray Collins (seudónimo de Eugenio Zappietro); en la segunda, El último milagro, de Horacio Convertini, que poco antes había ganado otro concurso, organizado por la colección Tinta Roja y el Festival Azabache, con La soledad del mal. «El concurso se inventó a sí mismo, por la gran cantidad de novelas que llegaban y requerían un marco de lectura y evaluación», cuenta Sáez. «No funciona como mecanismo de promoción y tiene poca incidencia en las ventas, pero es un modo de encontrar nuevos autores y de conocer excelentes novelas». La colección incluye títulos de Ernesto Mallo, Miguel Gaya, Carlos Salem y Manuel Morini, entre otros. «Extremo Negro publica novelas criminales de autores argentinos con la pretensión de ampliar el catálogo hacia autores sudamericanos», agrega Sáez. «La relación inicial con la colección de RBA fue sólo comercial. Luego hemos compartido autores e intereses, y ahora Extremo Negro se cortó sola, con muy buena respuesta del público.  La aparición de una nueva novela en Extremo Negro siempre empuja a todas las otras, las pone en marcha, las resignifica en el catálogo».

Aire de mar. El festival Azabache, una cita para los amantes del género en Mar del Plata. (Prensa Festival Azabache)

Policial porteño. Buenos Aires Negra sigue el modelo de la Semana Negra de Gijón. (Prensa BAN)

Fernando López concibió la idea de Tinta Roja en un encuentro de narrativa policial latinoamericana que se desarrolló en Chile en 2002. «Reunido con varios escritores en las sobremesas nocturnas –entre ellos, Milton Fornaro y Ramón Díaz Eterovic–, les hablé de crear una colección que nos reuniera a quienes abordábamos el género a todo lo largo de América Latina. Recién en 2010 logré que la editorial universitaria de Villa María se interesara en el proyecto, después de pasear, infructuosamente, por varias editoriales de Buenos Aires», recuerda.
El catálogo de Tinta Roja apunta a explorar nuevos temas y ambientes. «En 3 años, logramos reunir, además de a Fornaro y a Díaz Eterovic, a Lucio Yudicello, Javier Chiabrando, Poli Délano, Daniel Chavarría y los premios del Festival Azabache, Horacio Convertini, Martín Doria y Mariano Quirós. Otro aspecto: no se trata sólo de novelas con detectives desencantados o relatos duros en el sentido clásico de la novela negra. Hay mucho humor, escenarios rurales y seudo ciencia ficción. Además, todas se desarrollan en algún lugar de América Latina: Santiago de Chile, Montevideo, México DF, Traslasierra (Córdoba), Resistencia y La Habana», destaca López.

 

Una fórmula propia
En Cuentos policiales argentinos, una de las grandes antologías del género (1997), el compilador Jorge Lafforgue comienza diciendo que «ningún otro género, como el policial, ha estructurado tan raigalmente el sistema de la ficción argentina» a lo largo del siglo XX. Y la línea podría extenderse todavía más atrás: el interés del público y los nuevos estudios académicos han conducido al redescubrimiento de textos olvidados, como La huella del crimen, de Raúl Waleis (Buenos Aires, 1877), novela que presenta al primer detective de la literatura en castellano, Andrés L’Archiduc, o la reciente recopilación de El facineroso, crónicas y aguafuertes policiales de Roberto Arlt publicadas en Crítica y El Mundo, en una edición de Álvaro Abós.
El impulso del género se prueba también más allá de los límites que a veces le asigna la crítica. El policial se filtra en relatos no policiales, una línea que exploró Ricardo Piglia en su antología Las fieras, y en los textos no reconocidos de grandes escritores, como demostró la Biblioteca Nacional con la publicación de Policiales por encargo, una trilogía de novelas que David Viñas escribió a principios de la década de 1950 y firmó con el seudónimo Pedro Pago. El policial de enigma y el policial negro dividen las aguas en el género. La célebre sentencia de Raymond Chandler respecto de la obra de Dashiell Hammett, según la cual la novela negra sacó al policial de las abstracciones de los relatos de enigma y lo sumergió en la realidad, tuvo su proyección en la literatura argentina y consolidó la idea de que el género documenta la historia y la sociedad en la que se produce. A fuerza de repetirse, esta idea devino en estereotipo y actualmente está puesta en cuestión, en especial en las novelas de Pablo De Santis. Los nombres de Jorge Luis Borges –sobre todo a través de la dirección de la serie El Séptimo Círculo– y Rodolfo Walsh –como antólogo y también en el pasaje de las fórmulas del género a la investigación periodística– son emblemáticos de las grandes corrientes de esta especie literaria. «Esos gigantes han incursionado en el policial sin que el género haya sido lo más importante de su obra», dice Rolo Diez. «Sabido es que Borges estimaba el policial clásico, de intriga y enigma, y que lo practicaba con su habitual genialidad. También Walsh pasó por ahí, pero su literatura es más del barrio y del barro, y escribió bajo el signo de Operación Masacre». Antes que una antítesis, ambos representan, en su convergencia a veces inadvertida, una fórmula propia de la literatura argentina, como lo manifiesta el editor de Código Negro: «Estamos seguros de acercarnos más a los contenidos de Walsh y nos gustaría mucho trabajarlos con la genialidad formal de Borges».

Osvaldo Aguirre

 

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