Señales de humo

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Las industrias, los vehículos y otras fuentes de polución afectan la calidad de vida de los porteños. Controles escasos y una persistente inequidad agravan la situación ambiental de una metrópolis que crece en forma desordenada y desigual. El aire, el agua y el suelo, en riesgo.

Tránsito. El dióxido de nitrógeno que eliminan los vehículos que funcionan a gasoil es una de las sustancias tóxicas que se respiran en la Capital. (Gonzalo Iglesias)

El economista y referente del ambientalismo en la Argentina, Antonio Elio Brailovsky, recuerda las mañanas en las que, bien temprano, antes de dar clases en el piso 19 de una universidad privada, veía, con determinadas condiciones meteorológicas, una capa de color gris o marrón que flotaba encima de los edificios.
Esa estela de contaminación que Brailovsky veía junto con sus estudiantes también puede apreciarse en el cielo en los lugares que permiten una visión ampliada de la Ciudad de Buenos Aires. Es un trazo oscuro que se ve en el horizonte todos los días y que ingresa a los pulmones de las millones de personas que viven en la ciudad y de otras tantas que llegan hasta ella para trabajar o estudiar. Los efectos de esa estela tóxica en el aire no son inocuos. Sin embargo, la polución atmosférica que respiramos es solo una de una serie de variantes de contaminación del ambiente que, en mayor o menor medida, afecta a todos los que se mueven en el área metropolitana.
La contaminación del aire puede ser el ejemplo paradigmático de la huella que dejan las actividades humanas en las ciudades, más allá de las construcciones. Según un estudio llevado adelante en 2018 por la organización ambientalista Greenpeace, junto con el Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (INQUIMAE) de la UBA, en la Ciudad de Buenos Aires, no es infrecuente respirar sustancias nocivas. De un total de 87 puntos geográficos muestreados el año pasado, un 41% registraba un valor superior a 21 partes por billón (ppb) en dióxido de nitrógeno (NO2), que no es otra cosa más que aquello que eliminan los caños de escape de los vehículos que funcionan a gasoil. Los 21 ppb es el máximo establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que esa sustancia no perjudique a las personas. No obstante, el mismo organismo mundial aclara que «los valores guía que se proporcionan no pueden proteger plenamente la salud humana, porque en las investigaciones no se han identificado los umbrales por debajo de los cuales no se producen efectos adversos».
Ese promedio encontrado por el estudio de Greenpeace y el INQUIMAE durante un período de entre 22 y 25 días ubicó al dióxido de nitrógeno en el límite establecido por la OMS. Sin embargo, «en prácticamente todas las comunas existen puntos por encima de los 21 ppb recomendados como promedio anual. En algunos casos, las medianas se sitúan bastante por encima de este valor», detalla el informe. El estudio también da cuenta de una realidad: en la cuenca porteña apenas hay tres estaciones de monitoreo de la calidad del aire (en Parque Centenario, en avenida Córdoba y Rodríguez Peña, y en La Boca) que miden la cantidad de material particulado con un diámetro menor a los 10 micrones, conocido como PM10.
Pero establecer una vigilancia de este modo no es un tema que se encuentre en la agenda de temas de interés público, indica Andrés Nápoli, director ejecutivo de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN). «No es una gran prioridad para el Gobierno, hay muy pocos sistemas de control para una ciudad tan grande», dice.
«Todas las ciudades tienen este tipo de problemática. Algunas están más favorecidas por las condiciones naturales, como es el caso de Buenos Aires, que no tiene montañas y que tiene muchísimo viento que permite dispersar todo lo que es la contaminación atmosférica. Entonces esa situación la hace favorable. Ahora bien, eso no significa que no exista contaminación. Los informes han planteado que si bien no es de las ciudades más críticas a nivel de América Latina, sí tiene niveles elevados por encima de lo que plantea la OMS. Fundamentalmente, la fuente de contaminación primaria es el parque automotor y eventualmente todo lo que tiene que ver con las industrias», agrega Nápoli.
Silvia Ferrer, médica especializada en Salud Ambiental y Epidemiología, coincide en que hay «niveles altos de contaminación» en la ciudad, aunque advierte que poco se puede hacer para el cuidado de las personas si no hay información en tiempo real del estado del aire. «Según la cantidad (de partículas en el aire) uno debería recomendar no hacer actividad física al aire libre o que las personas que tienen problemas respiratorios o cardiovasculares no salgan de sus casas; una serie de medidas que previenen los riesgos que para la salud impone la contaminación atmosférica. Esto, por ejemplo, en Santiago de Chile, en San Pablo, en el Distrito Federal de México ocurre desde hace mucho tiempo», dice Ferrer, excoordinadora del departamento de Salud Ambiental de la Ciudad.  

Barracas. Los suelos y el agua de la villa 21-24 evidencian contaminación bacteriológica. (Jorge Aloy)

Según la OMS, la contaminación del aire se asocia a accidentes cerebrovasculares, cáncer de pulmón y neumopatías crónicas y agudas, como el asma. Tener información en tiempo real se convierte en una herramienta fundamental para la prevención de los problemas de salud, insiste Ferrer. Con estos datos, asegura, se evitarían complicaciones «en quienes ya tienen un problema respiratorio de base o en aquellos a quienes la toxicidad de lo que respiran puede desencadenarles uno».  

Bajo el asfalto
Como arterias que corren por debajo del asfalto, la Ciudad de Buenos Aires está atravesada por arroyos –Maldonado, Vega y Medrano son los principales– que desembocan en el Río de la Plata y que a comienzos del siglo XX fueron entubados. Si hace poco más de 100 años transportaban agua dulce, hoy estos son recorridos por agua de lluvia, fluidos cloacales y desechos de origen diverso.
El Riachuelo y el río Reconquista también alimentan con contaminación las aguas del Río de la Plata que, hoy, es un ambiente casi olvidado: si hace un poco más de 50 años sus aguas eran utilizadas para la recreación de las familias porteñas, de esos balnearios solo permanece el recuerdo en algunas personas y fotografías de archivo. «Soy de la generación que se bañaba en el río, yo iba a bañarme enfrente del Aeroparque. Para nosotros era algo importante, eran las vacaciones que no pasábamos afuera», recuerda la bióloga Patricia Himschoot quien, desde hace varios años, es una de las pocas voces que todavía reclama por la descontaminación del río más ancho del mundo.
«Hay que tener en consideración que cuando se prohíbe el baño en el río era la época de la dictadura. Eran lugares donde no convenía que la gente se juntara. El río tiene una playa y es un lugar donde se junta gente, charla, hace actividades, y en esa época no podía haber más de cuatro personas juntas en la calle. Entonces creo que se tomó esa decisión de prohibir el baño sin tener ningún análisis, ningún dato. Obviamente que el agua estaría contaminada, no lo dudo, pero no es que hubo un  monitoreo. Se prohibió y pasó a ser una zona donde la ciudad rellenaba o tiraba todos los áridos de las demoliciones que no sabía dónde tirar. Se hicieron autopistas, entonces “¿dónde tiramos estas cosas? En el río”. Y por eso la costa está llena de escombros», dice Himschoot, quien actualmente es gerenta de Cambio Climático de la Agencia de Protección Ambiental de la ciudad y directora científica de la ONG Revolución 21.

Nápoli. «No es una prioridad para el Gobierno, hay pocos sistemas de control.»

Ferrer. «No tenemos conocimiento exacto de la calidad del aire que respiramos.»

Pedazos de material, pero también efluentes cloacales que desembocan cerca de la costa y metales pesados que se acumulan en el fondo barroso son los principales contaminantes de las aguas del Plata. «Hay mucho pluvial por el que también llega cloacal, porque toda la parte del centro de la ciudad tiene el sistema mezclado. Y después tenemos toda la contaminación industrial: muchas empresas largan directamente al Riachuelo, al Reconquista o al Río de la Plata haciendo pinches en los pluviales. Aysa también hace lo mismo, es decir, hay veces que pincha los pluviales para hacer desagotes de cloacales porque la red de la ciudad no está dando abasto. Entonces estamos tirando muchas cosas al río, que es muy poderoso para degradar pero no en estas cantidades. La realidad es que está muy contaminado porque no se ha hecho casi nada que pueda revertir esos valores», dice la especialista.

Koutsovitis. «Los barrios populares no cuentan con saneamiento básico.»

Brailovsky. «Lo que le pase al Río de la Plata nos va a pasar a nosotros.»

Pero aunque no se le preste demasiada atención, de las profundidades del «Mar Dulce» descrito por Juan Díaz de Solís se extrae el agua que llega a (casi) todas las viviendas de la ciudad. Y si bien no hay estudios que lo corroboren, la sospecha entre distintas fuentes es que el agua también tendría concentraciones de agroquímicos. A cargo del Programa de Política Ambiental de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Brailovsky ve en la situación del Río de la Plata una prioridad urgente: «Creo que lo pendiente es la calidad del agua, que esté en riesgo. Somos 70% Río de la Plata. Lo que le pase al río nos va a pasar a nosotros».
El economista y docente advierte que la contaminación que baja por el río Reconquista y desemboca en el Luján hasta llegar al Río de la Plata, en determinadas condiciones hidrometeorológicas entra en contacto con las torres de toma de la empresa AYSA, cuyas evaluaciones del agua, denuncia Brailovsky, solo toman una parte de las variables a analizar. «Se necesitan controles estrictos, independientes, que se publiquen diariamente. Y obviamente no solo controles de acidez, turbiedad y bacterias, sino controles de residuos peligrosos en agua de red, como hidrocarburos, industriales, plaguicidas, junto con políticas para bajarlos».
En el mismo sentido, Jonathan Baldiviezo, presidente del Observatorio por el Derecho a la Ciudad y fundador de la Asociación Civil por la Justicia Ambiental, dice: «Hay una intuición de que estamos tomando agua con agrotóxicos porque no existe una metodología de control». Himschoot, por su parte, no pone en cuestión la potabilidad del agua, aunque sí advierte que es cada vez con más cloro: «La cantidad de químicos que hay que ponerle al agua cada vez es más, ese es el problema».
Del suelo que los habitantes de Buenos Aires podían pisar hace 200 años ya nada queda. La actividad humana y la dinámica urbana sobre el terreno que pisamos incluye la extracción de tierras y la modificación del relieve. En tanto el relleno es otra de las prácticas que ha ido acumulando la ciudad a lo largo de su historia, en contra de cualquier previsión o atención al ambiente.

Suelos peligrosos
Siguiendo el límite que impone el Riachuelo, la mayor parte de los barrios populares se levantan en la zona sur de la ciudad. Se trata de terrenos en donde la realidad da cuenta de dos problemas que afectan a sus habitantes: la contaminación de los suelos y el peligro que representa el agua que, si llega, en muchos casos no lo hace en condiciones que sean aptas para su consumo.

Residuos. En la cuenca del Riachuelo hay más de 12.000 establecimientos industriales. (Jorge Aloy)

«La mayoría de los barrios populares de la ciudad se encuentran emplazados en las comunas 4, 8 y 7 y pertenecen a la Cuenca Matanza Riachuelo, uno de los sitios más contaminados del mundo. En el caso de los suelos, la villa 21-24, en la comuna 4, por ejemplo, en todo el sector que corresponde al camino de sirga, la calidad de los suelos está comprometida. En la villa 20 también, porque parte del predio fue un cementerio de autos. En el caso del barrio Ramón Carrillo, que está ubicado en la comuna 8, son suelos de rellenos que evidencian presencia de contaminación. Así que a medida que uno va recorriendo los barrios va tomando conocimiento del estado de los suelos que, aun cuando no se encuentren contaminados por metales pesados, al no contar con saneamiento básico, se encuentran contaminados con residuos cloacales», dice la ingeniera civil María Eva Koutsovitis, coordinadora de la Cátedra Libre de Ingeniería Comunitaria (CLIC) de la Universidad de Buenos Aires.
Datos de 2018 de la Dirección General de Estadística y Censos porteña indican que el 7,6% de la población de la ciudad reside en «villas de emergencia». Si se tomaran los datos del último censo, de 2010, más de 219.000 personas vivirían allí. El barrio Ramón Carrillo, en donde hoy se calcula que viven 2.500 familias, es un caso emblemático: allí fueron trasladadas las familias que vivían en el albergue Warnes, del barrio de La Paternal, demolido en 1991. Esa mudanza, sin embargo, fue a un sitio sin cloacas. «Cada vez que llueve, como estos barrios no tienen desagües pluviales, los pozos ciegos y  las cámaras cloacales rebalsan, entonces lo que hay son suelos contaminados con efluentes cloacales», explica Koutsovitis. Pero para los sectores más vulnerables, al problema de la calidad de los suelos en donde viven se les suma el del acceso a un derecho humano básico. «Quienes habitan en los barrios populares no tiene acceso al agua segura ni al saneamiento. La empresa prestadora Aysa tiene a la Ciudad de Buenos Aires a cargo de la prestación del servicio, y si bien los barrios populares se encuentran dentro de su área, en los hechos la empresa no presta el servicio o lo hace hasta la periferia de los barrios», apunta Koutsovitis.
Una de las tareas de la CLIC es el reclamo a la empresa y al Gobierno porteño para que haya un control de la calidad del agua de consumo, de la presión y que, desde ya, formalice la prestación del servicio de agua potable en los barrios populares. «Por ejemplo, en la villa 21-24, que tiene una población estimada de 60.000 habitantes, la empresa solo garantiza el servicio en la frontera, en el borde del barrio. Hacia adentro, lo que tenemos son redes internas informales que la prestadora no opera y que ningún organismo de Gobierno se ocupa de controlar», afirma la ingeniera de la CLIC, que también se encarga de estudiar, a partir de muestras, la calidad del líquido que las familias utilizan para el consumo. «En el caso de la 21-24, el resultado de los análisis de la muestras evidenció contaminación bacteriológica, las mediciones de presión, que los valores son cinco veces menores que los que establecen las normativas y las recomendaciones», dice Koutsovitis. El análisis particular en este barrio de la ciudad lo realizaron después del pedido de un grupo de habitantes del lugar.

Por energías renovables. Intervención de Greenpeace en el Congreso Nacional. (Martín Katz/Greenpeace)

«Nos acercamos a pedido de la Junta Vecinal del barrio, porque del agua de consumo se desprendía olor fecal. Las familias nos informaron que habían estado transcurriendo episodios de vómitos y diarreas», explica la ingeniera. «En estos barrios donde no hay prestación formal del servicio de agua y saneamiento, el acceso al agua de consumo es a través de mangueras, que en general se encuentran pinchadas y directamente apoyadas sobre el terreno, y muchos de estos están contaminados. Las mangueras a veces atraviesan cámaras y pozos cloacales. Por lo tanto, cuando uno con el motor extrae la poca agua que circula lo que hace es arrastrar sustancias  peligrosas para el consumo humano», añade.
¿Cuál es la relación entre las personas y la naturaleza en las ciudades? El vínculo parece roto, aunque el ambiente natural esté allí: a pesar de que para llegar al río haya que traspasar un aeropuerto y varias avenidas, o de que los arroyos permanezcan entubados y, por lo tanto, invisibles a los ojos.
Actualmente, la ciudad cuenta con datos oficiales sobre la contaminación del aire y del ruido. Se trata de un primer paso que, se espera, se traduzca en algún momento a acciones concretas para mejorar la calidad del ambiente por el que millones de personas se mueven todos los días y que, aunque a veces se olvide, interactúa, para bien o para mal, con cada una de ellas.

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