Silencios

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«La vi de lejos y fui derecho, me tiré de cabeza, la tacleé. Me encerré en la pieza de limpieza del hotel y le di duro, duro, duro, y quería preguntarles si fue infidelidad eso». Entre risas nerviosas, el equipo del programa Metro y medio escuchaba a un oyente que confesaba un episodio de infidelidad en unas vacaciones en Cancún. A medida que la conversación avanzaba, el oyente revelaba detalles de violencia que hablaban más de una situación de abuso que de una simple infidelidad: la participación de varios amigos entre los que «se pasaban» a la chica, la insistencia con la que confesaba haberla «tacleado», el silencio ante las pocas preguntas sobre si el acto había sido consentido o no. «¿La chica está viva?», llegó a preguntar, en broma, la panelista y actriz Tamara Petinatto. Ningún miembro del equipo atinó a reaccionar y a ponerle algunos de los posibles nombres correctos –abuso, violación, violencia de género– a la situación que se estaba relatando. Poco después, las denuncias y el repudio en las redes sociales obligaron a los periodistas a pedir disculpas a través de sus cuentas de Twitter. Sebastián  Wainraich, conductor del programa, que había estado ausente el día del incidente, leyó una disculpa al aire. Más allá de los argumentos expuestos, la falta de reacción de los integrantes del programa –dos de ellas, mujeres– revela el modo en que, a pesar de las luchas del movimiento de mujeres, la violencia machista está naturalizada de tal modo que una violación colectiva puede ser celebrada como un chiste. 

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