Síntomas de violencia

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Falta de límites, adultos ausentes y una sociedad consumista, entre los factores que explican un fenómeno que no es nuevo pero fue adquiriendo nuevas formas en los últimos años.

 

Cifras. Según un estudio de Unicef, dos de cada tres alumnos argentinos presenciaron alguna situación de maltrato en la escuela. (Rex Features/Dachary)

La tajearon por ser linda», «Muerte a la salida del colegio», «Se suicidó un alumno de 12 años por acoso escolar». El problema de la violencia y el acoso entre los chicos y adolescentes suele presentarse mediáticamente de manera confusa, imprecisa y en muchos casos ideológicamente teñida de prejuicios que no hacen más que exacerbar las diferencias y promover el conflicto. De un tiempo a esta parte, hay un término que parece generar en algunos sectores cierta tranquilidad impávida que los desliga del análisis profundo y complejo que la problemática requiere: bullying. Con ese nombre se suele etiquetar episodios de características muy disímiles, que los medios registran y repiten una y otra vez, como si se regodearan en los aspectos más escabrosos de cada caso.
Investigaciones recientes muestran que el 66% de los alumnos de escuelas argentinas presenciaron en algún momento en sus establecimientos situaciones de humillación entre compañeros y que el 22,7% sintió la preocupación de resultar víctima de tal situación. Los datos surgieron del estudio denominado Clima, conflictos y violencia en la escuela llevado a cabo en 2011 por Unicef Argentina y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
Para Juan Vasen, psiquiatra infantil, médico del Hospital Carolina Tobar García y cofundador del Programa Cuidar Cuidando que funciona en el zoológico porteño para niños con problemas emocionales graves, la cuestión del acoso o el hostigamiento escolar no es algo nuevo sino intrínseco al lugar en que se produce y también al momento de la vida en que se da. «Siempre la escuela es una zona de fricción por muchos motivos. Es el primer espacio extrafamiliar donde cada chico se encuentra con otros provenientes de familias distintas, con otros rasgos, otras culturas. A su vez, es un espacio en donde el niño se encuentra con chicos de sus mismos valores y ahí entra en la situación de competencia o rivalidad. Entonces, sea por diferencia o semejanza, se dan situaciones de fricción», asegura.
No obstante, observa, hay algunas cuestiones que sin duda han cambiado: «Históricamente, han existido ciertos códigos en las escuelas; las peleas no solían pasar a mayores cuando se peleaban dos chicos o dos grupitos. Me parece que en los últimos tiempos apareció algo que fue potenciando esto: en primer lugar cierta impregnación muy fuerte de valores que tienen que ver con el consumo, que ponen en primer plano ciertos atributos relacionados más con el tener que con el ser. Por otra parte, colocar al alumno más cerca de la figura del cliente, algo que no solamente se da en las escuelas privadas y que ha potenciado ciertas diferencias y genera también cierta sensación de “ñata contra el vidrio”, de quedarse mirando como espectadores cómo los otros la pasan bien o mejor que uno. Esto genera resentimiento y es un caldo de cultivo al que agregaría otro elemento más: la distancia que hay, no del todo resuelta, entre familia y escuela», indica Vasen.

 

Exclusión y prejuicios
Al hablar de bullying o de situaciones de maltrato en el ámbito escolar suelen cargarse las tintas en el origen de quien ejerce el maltrato, su condición socioeconómica y familiar. Discurso que es abonado, las más de las veces, por los medios, que deliberadamente ponen sus cámaras en algún barrio pobre de la periferia cuando ocurre algún hecho de violencia. Luego, la sorpresa hipócrita que suscita y el amarillismo harán lo demás.
«Si vamos a lo macro siempre se puede pensar en la exclusión, pero no necesariamente es una exclusión hacia aquel que después puede llegar a ser violento. Si puedo temer quedar fuera de algo que me interesa podría aparecer algún tipo de violencia o de maltrato hacia otro. Pero no todos maltratamos, hay muchos excluidos que no maltratan. Creo que el problema es multicausal, tiene que ver con el aparato psíquico de una persona, con la situación que esté atravesando y con el ambiente en el que se encuentre», desmitifica María Zysman, directora de la organización Libres de Bullying.
El estudio de Unicef y FLACSO demostró que el maltrato, el acoso y el hostigamiento entre compañeros tenían una «amplia e indudable preponderancia entre las escuelas de gestión privada. Además, y este es un dato que sorprende, mayores porcentajes de hurtos y robos».
A su vez, la investigación reveló que si se considera el conjunto de situaciones de maltrato entre alumnos, y teniendo en cuenta las menciones de ocurrencia habitual o más de una vez, las burlas por alguna característica física se producen en un 18,1%; los comentarios desagradables en público en un 16,4% (con mayores proporciones en escuelas privadas); fueron evitados o no quisieron compartir alguna actividad con el alumno (10,2%); tratados de manera cruel (9,5%), con mayor nivel en escuelas privadas, y haber sido obligados a hacer algo contra su voluntad (5%). Respecto de situaciones discriminatorias planteadas entre alumnos, se vio que un 7,6% fue discriminado habitualmente o más de una vez por su vestimenta o apariencia física y que un 5,6% lo fue por cuestiones étnicas o religiosas.
«Cuando desde los medios se dice “le pegan porque es linda”, hay que pensar que entonces la belleza lleva al poder, lo que se estaría atacando sería el poder no la belleza. Por otro lado, es poner en el atacado la invitación a que le peguen. A su vez, cuando dicen “le pegan porque es cheta” lo que está en la base es “el que le pega es un negro”, es decir existe una cuestión discriminatoria de fondo fuerte porque nunca se dice “le pegaron por ser villero” sino que el que pega es el villero. Todas estas cuestiones son las que fomentan estas diferencias», subraya Zysman.
Con este tipo de discurso, a todas luces los medios contribuyen a reproducir y a profundizar diferencias entre los unos y los otros, a exacerbar pujas de poder que hay en cualquier grupo humano y más aún entre chicos y adolescentes. «Cuando no se patologizan a través del uso del término bullying, se terminan estigmatizando a través de asociar al joven con el delincuente. Por el solo hecho de vivir en una villa o por tener piel oscura el chico ya es peligroso», sostiene.

Zona de conflicto. La escuela es el primer espacio extrafamiliar y el escenario por excelencia de situaciones de rivalidad. (Myriam Meloni)

Acuñado en la década del 70 por el investigador noruego Dan Olweus como forma de nombrar el maltrato entre alumnos, el término bullying traspasa la frontera y se mete subrepticiamente en otros ámbitos –políticos y hasta en el mundillo del espectáculo y de la farándula vernácula de poco vuelo– para terminar banalizando un problema que lejos está de ser simple.
«Algunos especialistas tienen una especial habilidad para recortar problemáticas y ponerles un nombre, es como que las desgajan del caldo de cultivo en que se generan y aparecen como un recorte que pudiera ser abordado quizás específicamente. Esto forma parte del trasfondo de una sociedad tecnocrática que tiene que ver con arrancar de su dimensión situacional y política, en última instancia, a los problemas para tratar de armar un recorte técnico, que permita dar una intervención técnica también; esto es una pretensión y una fantasía», postula Vasen, autor de varios libros, entre ellos, El mito del niño bipolar.
Para Gabriela Dueñas, psicopedagoga, licenciada en Educación y autora, entre otros libros, de Niños en peligro, con el término bullying «se pretende poner una etiqueta a una problemática que es sumamente preocupante: la que tiene que ver con el maltrato entre pares dentro de la escuela. Creo que esto no se limita a escenas recortadas que se pueden observar en los establecimientos, este tipo de fenómenos remite a situaciones complejas sociales, epocales, familiares y escolares».
Por su parte, Zysman indica que algunos medios han empezado a banalizar el término, e incluso muchos profesionales colaboraron con esta situación porque comenzaron a hablar sin saber y a confundir cualquier hecho de violencia en la escuela para culpabilizar a la institución, a los docentes y a los padres.
«La violencia puede ser violencia transitoria, en la puerta de una escuela como podría ser en la plaza o cualquier otro lugar. Cuando hablamos de bullying hablamos de la intención de intimidar a un par que en lugar de estar como par empieza a estar “por debajo de”, siempre hay una relación de poder en juego en la que hay que ir subiendo la apuesta, es siempre frente a otros para que vean que hay uno que tiene más poder. Eso es bullying», explica. Este tipo de situaciones, además, para constituirse como bullying propiamente deben ser sostenidas en el tiempo.
Sobre los casos más «mediáticos», de suicidios o muertes de chicos como consecuencia de agresiones violentas de sus pares, que suelen ser etiquetados erróneamente como ejemplos de bullying, Dueñas agrega que «hay situaciones escolares y familiares que se tendrían que haber anticipado antes de que el chico pasara al acto, ya sea lastimándose o lastimando a los compañeros. Para esto tienen que estar los adultos, hacerse responsables. Un chico es un síntoma de su familia, de su escuela y de la sociedad en la que está creciendo. Hace un tiempo atrás salió en los medios el caso de un chico que fue a la casa, agarró un revólver y le disparó a los compañeros. Yo me pregunto cómo ese chico de 11 años sabía dónde estaba el arma en su casa, cómo la sabía manejar, por qué tan rápidamente pudo ir a la casa y volver con el arma. La responsabilidad primera es de los adultos a cargo de quienes estaba el chico».
Al hablar de situaciones de violencia en el ámbito escolar se suele dejar afuera la violencia simbólica que se ejerce desde los docentes o los mismos padres hacia los chicos, sin demasiada conciencia de ello. «Claro está que los maestros no obligan como antaño a los chicos a arrodillarse sobre maíz, pero sí se ejerce violencia a través de comentarios despectivos, insinuaciones o bien a través de la medicalización de las infancias, esta tendencia rápida a pensar que un chico que no responde a las expectativas escolares, sin analizar las variables en juego, debe ser derivado rápidamente al neurólogo para que le administre psicofármacos y lograr que se discipline», advierte Dueñas.
En la misma línea, Felisa Lambersky de Widder, médica psicoanalista y coordinadora del Departamento de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica Argentina, señala que la violencia también viene desde los adultos hacia los niños y que la relación de poder que se pone en juego es claramente desigual. «Un gran número de familias abusan de sus hijos y la violencia suele ser la expresión común en el hogar, como lo es hoy en la sociedad. El maltrato psicológico en la familia implica rechazar, atemorizar a los niños, aislarlos socialmente, restringiendo su sociabilidad natural, mostrarles comportamientos antisociales o hacer caso omiso de sus emociones. Los chicos, entonces, aprenden por imitación, hacen lo que padecen», señala.
Por otra parte, hablar de bullying para referirse a fenómenos que son propios de la pubertad también implica una simplificación. «Hay que tener presente que el competir entre los chicos para ver quién tiene más fuerza, quién tiene más poder, es algo propio de la infancia y de la adolescencia, es una característica de ese momento del desarrollo. Es muy normal ver a los púberes competir entre ellos de distinta manera, según sean varones o mujeres. Etiquetar de bullying estos fenómenos de la pubertad es ver como algo anormal un fenómeno que es propio de la etapa», advierte Dueñas.

 

Pequeños tiranos
Tener, comprar, parecer, mostrar. Adultos y niños se reducen, al calor de la lógica del mercado que invade cada espacio de la vida, a meros consumidores. La única diferencia pasa por el bolsillo, no por la edad ni por el conocimiento.
Para Dueñas, «esto ha desinvestido de autoridad a los docentes y a los propios padres. Hoy asistimos preocupados a la presencia de niños que son pequeños tiranos, que pretenden hacer sólo lo que ellos desean, pero no porque hayan nacido así, sino porque son resultado de los nuevos estilos de crianza donde a los adultos les cuesta mucho poner límites, asumirse como tales y contener a un chico».

Juegos de poder. Las burlas por alguna característica física de los chicos constituye la forma más habitual de humillación. (Myriam Meloni)

Por características propias de la edad, a los chicos les cuesta mucho tolerar las frustraciones y cuando quieren algo, para conseguirlo desafían a los adultos, tanto en el ámbito familiar como en el escolar.
«El chico está aprendiendo a regular su impulsividad, está aprendiendo a soportar la frustración y a compartir, con lo cual cuando conviven muchos chicos con estas características, los conflictos entre ellos se intensifican. Cuando un chico no es capaz de tolerar la frustración de no tener algo, de regular su impulsividad como debiera ser posible si tuviera la contención de los adultos, puede llegar a robarle a otro para conseguir eso que quiere. Esto genera conflictos y enseguida se empieza a hablar de bullying y en realidad, con esto de ponerle un nombre, lo que se está haciendo es simplificar una situación que es mucho más compleja y que está remitiendo a la falta de autoridad de los adultos», explica la psicopedagoga.
Saber por qué los adultos van perdiendo autoridad seguramente requiere un análisis sociológico profundo, aunque parte de ese fenómeno también, según los especialistas, podría explicarse por la lógica mercantilista mencionada. Hoy muchos expertos hablan de la «adolescentización» de la población, la estrategia que el mercado encontró para asegurarse su supervivencia.
«El mercado descubrió en la población adolescente a los mejores consumidores, entonces, para tener más consumidores tiene que “adolescentizar” a toda la población, por eso se tarda cada vez más en salir de la adolescencia. La sociedad es funcional al mercado, con padres adultos adolescentes realmente se hace difícil contener a los chicos. Hay que repensar formas de ejercicio de la autoridad, que no es lo mismo que el autoritarismo, la función que cumplen el límite y el no, porque son fundantes del psiquismo. Sin el límite y sin el no, los chicos se encuentran con verdaderos obstáculos en la construcción de su subjetividad», asegura Dueñas.

 

La escuela como último reducto
En la complejidad que presentan las situaciones de violencia u hostigamiento en el ámbito escolar, sin dudas la escuela se configura como un actor necesario al momento de buscar posibles vías de solución. «La escuela surgió para homogeneizar la Argentina frente al crisol de razas. Actualmente, se intenta promover la aceptación de las diferencias. Este fue un cambio paradigmático de la escuela argentina, que no lo logra pero lo intenta. Por otra parte, hubo una fractura del entramado social que trajo como consecuencia que uno de los pocos espacios de socialización para los chicos siga siendo el colegio», sostiene José Sahovaler, psiquiatra especializado en niños y adolescentes, integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina y autor del libro La erótica del dinero.
En tanto, para Zysman, hay escuelas que buscan lo homogéneo, que tienen criterios de aceptación particulares e incluso grupos expulsivos que no reciben al chico de manera tal que quiera quedarse. Por este motivo, cuando aparecen las situaciones de violencia, maltrato u hostigamiento hay que investigar y pensar en cada institución y en qué es lo que genera ese malestar para que aparezca el bullying.
Por su parte, Sahovaler sostiene que muchas veces el problema no termina entre las paredes del colegio, ya que con el advenimiento de las redes sociales, los chicos siguen comunicados por fuera del ámbito escolar y si hay una situación de maltrato, ésta se perpetúa. «Antes a un chico lo cargaban en el colegio y hasta el otro día esto no se repetía, ahora los chicos llegan a su casa abren el Facebook y los siguen bardeando», asegura.
Según Mauricio Médici, docente de una escuela secundaria pública de Monte Grande, partido de Esteban Echeverría, para «repensar la escuela, lo primero que habría que hacer sería grabar en una sala de profesores o en una preceptoría las conversaciones de los adultos, y luego de escucharse, hacer una buena cura de humildad y salir a educar como nos gustaría que nos hubiesen educado. Basta de respeto absurdo y comencemos por el cariño, porque hace rato que la escuela de clase media dedica unos pocos minutos a enseñar y la mayor parte del tiempo es una guardería con visos de centro de adoctrinamiento».
Por su parte, Violeta, docente de primaria de una escuela pública de la localidad de Virrey del Pino, partido de La Matanza, agrega que afrontar situaciones de violencia en el ámbito escolar, sobre todo en determinados contextos, resulta casi imposible. «El docente no es sólo docente, tiene que ser médico, psicólogo, madre o padre. Muchas veces se va todo de las manos, es muy difícil, nos vemos muy desamparados, queremos ayudar y muchas veces nos vemos envueltos en un problema, porque las familias no comprenden. Por otra parte, cuando se cita a los padres, éstos no se hacen cargo, no se acercan, sobre todo cuando son familias numerosas. A muchos padres no les interesa si, por ejemplo, en un día de lluvia el chico llega totalmente mojado a la escuela, esto también es violencia. Por otra parte, hay cuestiones de límites que nadie ejerce; yo tengo chicos de sexto grado que vuelven a las 3 de la mañana de un cíber sin que nadie de su familia lo note».
Sin dudas, no hay recetas mágicas y, para muchos, el inicio de una solución pasa por abrir las puertas de los colegios hacia la comunidad toda, hacia lo que está pasando puertas afuera de la escuela.
«La escuela es una caja de resonancia pero no es una isla, está hecha por gente que viene llena de cosas, lo que pasa adentro es coherente con lo que pasa afuera. La falta de propuestas para los jóvenes, el malestar docente, la crisis de autoridad, todo influye. Si intento expulsar a la manzana podrida porque me lo piden no voy a conseguir nada. Hay que trabajar la relación de grupo –concluye Zysman–, verlo en su contexto, la época, verlo en el ambiente en que esto se desarrolla y a partir de allí poder pensar en intervenciones posibles para hacer que la escuela sea un ámbito un poco menos agresivo para algunos».

María Carolina Stegman

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