Sombras en las calles de Boston

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El debate sobre el terrorismo, el rol del FBI y las operaciones de la CIA en el Cáucaso tras los estallidos en la tradicional Maratón.

Terror. Boston fue escenario de un atentado y luego de la persecución cinematográfica de un sospechoso de 19 años. (AFP/Dachary)

El caso conmovió desde las pantallas por su tensión más emparentada con Hollywood que con la vida real. Primero con las imágenes en vivo de público y corredores envueltos en una explosión mortal a metros de la línea de llegada de la tradicional Maratón de Boston y luego con la misma ciudad en estado de sitio y ocupada por miles de policías superequipados para atrapar a un sospechoso, malherido, de 19 años, que se había refugiado dentro de un bote a la espera de algún milagro.
Más allá de la cinematográfica captura, lo que luego se dispersó sobre la sociedad estadounidense fue un océano de dudas sobre la responsabilidad del gobierno de Barack Obama y de los organismos de vigilancia, como el FBI y la CIA, en torno de la prevención del atentado con bombas de fabricación casera que costó la vida a tres personas y dejó a otras 216 con heridas de distinta consideración. Porque la imputación sobre los hermanos Tsarnaev recuerda demasiado a la que hace casi 50 años se descargó sobre Lee Harvey Oswald como autor de la muerte del entonces presidente John F. Kennedy. Con sospechosos viajes a territorios de Rusia y misteriosas ayudas del espionaje estadounidense incluidos.
Como se sabe, Tamerlan Tsarnaev fue muerto cuatro días después de que al menos tres bombas elaboradas con ollas a presión repletas de clavos estallaran en la Maratón. La carrera es un símbolo de la ciudad donde se originó la independencia de Estados Unidos, es una de las cinco más importantes del mundo y la más antigua, ya que comenzó a desarrollarse en 1897, tras los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna en Atenas. Esta vez había convocado a unos 20.000 corredores de todo el mundo, con un puñado de argentinos entre ellos.
Muchos creyeron ver en el estallido del 15 de abril una señal de algún grupo proarmamentista, ya que por esos días se debatía en el Congreso de EE.UU. el proyecto de ley de Obama para limitar el uso de armas de guerra. Una tímida respuesta a las últimas masacres que espantaron al país, sobre todo la que en diciembre dejó un saldo de 20 niños y 6 adultos muertos en una escuela de Newtown, Connecticut. Por esos días también se conmemoraba el aniversario del atentado al edificio de Oklahoma que en 1997 causó la muerte de casi dos centenares de personas en ocasión de tratarse otro proyecto similar, en tiempos de Bill Clinton. La ley que pretendía Obama no prosperó por la oposición de los republicanos pero también de varios demócratas, en lo que para el presidente fue «un día vergonzoso para Estados Unidos».
Pero el golpe en Boston siguió latiendo en la sociedad y fundamentalmente en los medios masivos, que pronto advirtieron contra presuntas células islámicas en territorio estadounidense. Los voceros de Obama al principio se mantuvieron cautos para usar la palabra clave: terrorismo. Pero cuando el 11 de setiembre pasado el embajador en Libia, Chris Stevens, murió en un ataque al consulado en Benghazi el gobierno demoró en calificar al hecho como terrorismo y el presidente fue virtualmente ejecutado por los medios conservadores. La experiencia pesó para que apuraran definiciones, al menos semánticas. Pero quedaron pendientes otro tipo de explicaciones.
La primera información era que el mayor de los Tsarnaev, Tamerlan (el nombre remite al conquistador mongol que ocupó gran parte de Asia central en el siglo XIV), de 26 años, había sido eliminado por la policía luego de haber disparado contra un agente. Lo buscaban porque una cámara de vigilancia había detectado a dos jóvenes en actitud sospechosa cerca de la llegada de la maratón. En alguna imagen aparecen portando mochilas llenas y luego del estallido, vacías.
El menor, Dzojar, logró escapar tras haberse tiroteado con los uniformados. Lo encontraron luego de una cacería humana con varios disparos en el cuerpo, escondido en una lancha en los fondos de una casa suburbana. Había perdido mucha sangre y un proyectil le había atravesado el cuello, por lo que no estaba en condiciones de hablar, lo que despertó especulaciones de todo nivel.
Luego trascendió que se estaba recuperando y que había comenzado a brindar información. Hasta que alguien parece haber reparado en que se habían «olvidado» de leerle la Advertencia Miranda, el texto protocolar que le indica al detenido que no está obligado a declarar y que tiene derecho a un abogado. Ahí, según la información, volvió al silencio.
En el lapso en que se habría mostrado cooperativo –unas 16 horas hasta que se cumplió con la ley– habría explicado que él y su hermano «estaban indignados por las guerras de Estados Unidos en Afganistán e Irak y la matanza de musulmanes allí», según revelaron dos funcionarios que hablaron con la agencia AP a condición de guardar el anonimato.
El dato tiene como principal inconsistencia que ambas invasiones comenzaron hace más de 10 años. Para la misma época que ellos se mudaban a EE.UU. luego de un periplo familiar desde su lugar de nacimiento en la república rusa de Daguestán –a pesar de que el origen de los ancestros es Chechenia– y Kirguistán. Y que entonces ambos tenían 9 y 16 años respectivamente. El menor habría asegurado que el golpe en Boston fue organizado por el mayor, que fue rematado por balas policiales y no podrá declarar. Días más tarde,  el FBI anunció la detención de otros  tres jóvenes de 19 años relacionados con los Tsarnaev: Azamat Tazhayakov y Dias Kadyrbayev, originarios de Kazajastán, y Robel Phillipos. Eran compañeros de estudios de Dzijar y enfrentan cargos de obstrucción de la justicia porque tiraron elementos que había en la habitación del acusado.
Luego fueron apareciendo otros datos en la investigación del caso. El más chico se había nacionalizado, tenía una beca para estudiar en Cambridge y votó por los demócratas. Del mayor, en cambio, dicen que soñaba con representar a EE.UU. en algún certamen de boxeo amateur. Habían nacido en Majachkalá, capital de Daguestán, vecina de Chechenia, y profesaban la fe musulmana.
La familia Tsarnaev llegó a Estados Unidos escapando de la violencia en una de las regiones más convulsionadas de lo que fue la Unión Soviética. Anzor Tsarnaev, el padre de los jóvenes, dijo en una entrevista desde Rusia que «los chechenos eran perseguidos en Kirguistán, había problemas». El caso es que recalaron en Estados Unidos aunque no está muy claro cómo fue que los hermanos quedaron solos. Se sabe sí que la madre, Zubeidat Tsarnaeva, dijo también desde Rusia que ella no tiene nada que ver con algo parecido al terrorismo. A pesar de que Dzojar enfrenta cargos que lo pueden condenar a la pena capital, no puede ir a visitarlo porque está acusada del robo de mercadería valuada en 1.624 dólares en la tienda Lord & Taylor de Natick, Massachusetts.
Pero en la familia Tsarnaev aparece un tío que agrega su cuota de enigma a la historia. El hombre es el que apareció durante la búsqueda del fugitivo Dzojar recomendándole que se entregara para no causar males mayores a la sociedad. Ruslán Tsarni declaró a la cadena CBS que Tamerlan tenía ideas extremistas y al canal Fox 25 que Dzojar era un buen estudiante y quería ser médico. «Temo que su hermano mayor haya podido tener una mala influencia sobre él», resaltó, verborrágico por demás. Ruslan –que también se confesó «avergonzado» por la situación– añadió que su cuñada tuvo una «gran influencia» en la presunta radicalización de los hijos.
Más tarde saldrían a la luz otras cuestiones relacionadas con el tío indiscreto. En algún momento de su vida este hombre que hoy tiene 42 años se casó con Samantha Ankara Fuller. Por entonces, «Ruslan Tsarni era conocido como Ruslan Tsarnaev», escribe Daniel Hopsicker, el periodista que destapó esta parte de la trama. «Se desconoce cuándo cambió su nombre». La mujer es hija de Graham Fuller, un destacado oficial de la CIA especialista en terrorismo islámico que trabajó en la estación de «la compañía» en Afganistán y luego se pasó a la Corporación Rand, una proveedora privada de servicios de análisis y entrenamiento de cuadros militares para el gobierno estadounidense desde los inicios de la Guerra Fría. Él mismo confirmó la información aunque descartó cualquier vinculación con el hecho porque la pareja se divorció en 2004.
Sin embargo, escribe Kurt Nimmo en Infowars, resulta interesante compilar también esta relación familiar, «considerando que Tsarni está en el centro de los esfuerzos por convencer a la opinión pública de que Tamerlan Tsarnaev, el supuesto terrorista de Boston ahora muerto, fue víctima de un “lavado de cerebro” por parte de un hombre desconocido de Albania llamado Misha».

El papel de la CIA
El padre de los muchachos diría en una conversación telefónica con la agencia rusa Interfax que en su opinión «los servicios secretos se la han jugado a mis hijos porque son creyentes musulmanes». Pero Moscú tiene otra versión de los hechos. Así lo deja entrever un cable de la Associated Press firmado por Eileen Sullivan y Matt Apuzzo donde se señala que las autoridades rusas habían grabado en secreto varias conversaciones telefónicas en 2011 en las que Tamerlan hablaba vagamente sobre la yihad con su madre. La portavoz del FBI en Washington, Jacqueline Maguire, comentó que «las conversaciones son importantes porque, si hubieran sido reveladas antes, podrían haber significado suficiente evidencia para que el FBI iniciara una investigación más minuciosa sobre la familia Tsarnaev».
El detalle es que en apariencia las autoridades rusas sólo informaron que les preocupaba que Tamerlan y su madre fueran extremistas religiosos. Por lo tanto, de acuerdo siempre con la vocera, el FBI interrogó a Tamerlan sobre sus actividades en Estados Unidos y como no sacó nada en limpio dio el caso por cerrado en ese mismo año.
Para Moscú, los jóvenes habían sido entrenados por la CIA para atentar en territorio checheno contra los intereses rusos. Y el viaje de Tamerlan habría sido parte de esa preparación para cometer actos terroristas, pero en suelo asiático.

Alberto López Girondo