Sonido colectivo

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Recuperada por sus trabajadores, profesores y administrativos, la escuela de audio del barrio porteño de Belgrano lleva adelante un proyecto de formación a través de la autogestión. Talleres, clínicas e investigación complementan la oferta educativa.


Equipo. Con la camiseta puesta mantuvieron abiertas las puertas del establecimiento. (Jazmín Mendiburu (ANSOL))

Formamos una cooperativa de trabajo porque, ante todo, somos trabajadores», dice Christian Czainick, presidente de la Cooperativa de Trabajo de Sonido y Arte Multimedia Aural. Además del auditorio principal que se utiliza para prácticas de sonido en vivo, el establecimiento también cuenta con estudios de grabación, cabinas de aislación, salas de control de operaciones, una sala de Dj y un taller de informática.
En 2017 eran nueve los trabajadores que sostenían la escuela en medio de lo que Czainick describe como «una desidia por parte del dueño». «No se llegó a la quiebra porque la atajamos antes», recuerda. Según el dirigente, tomar la escuela, autogestionarla y formar una cooperativa fue lo que evitó la caída definitiva.  
El 18 de abril de 2017 los trabajadores dieron clases durante el día y  a la noche comenzó la resistencia, cuando decidieron quedarse a dormir en el edificio. «No teníamos idea de cómo manejar la cuestión legal pero siempre nos sedujo la idea de conformar una cooperativa porque cambiaba el paradigma –comenta el presidente–. La idea no era formar una empresa igual a la anterior pero con más socios. Aspirábamos a otra forma de trabajo y el hecho de conformarnos como cooperativa nos dio contención para hacer lo que queríamos», explica.
«Desde el día cero sabíamos qué laburo teníamos que hacer porque ya estábamos trabajando», manifiesta Mariano Curcio, secretario de la cooperativa. «La rueda seguía andando y eso nos permitió crecer», agrega.

Segunda casa
Con la experiencia acumulada, los flamantes cooperativistas nunca pararon de trabajar. Tenían cubiertas todas las áreas que sostenían a la escuela, lo único que nunca habían hecho era encargarse de la inscripción, pero se organizaron y lograron matricular a más alumnos que el año anterior. «Terminamos de dar los cursos que todavía estaban en marcha y, al mismo tiempo, rehicimos todos los programas de estudio, incorporando algunos nuevos –rememora Czainick–. Después invitamos gratuitamente a los egresados a hacer una actualización para mostrarles en qué habíamos estado trabajando. La respuesta fue fantástica y muchos se engancharon para hacer nuevas especializaciones».
Sonido en vivo, producción de música electrónica, home studio, DJ, mastering y acústica, son algunos de los cursos que ofrece Aural, además de la Tecnicatura en Sonido y Grabación. Con 150 vacantes, los alumnos –de entre 20 y 30 años– tienen la posibilidad de ser parte del Club de Audio, con acceso a los estudios de la cooperativa, donde pueden grabar y mezclar sus propios proyectos. En dos años de trabajo la entidad sumó un asociado más.
Diego, Julián y Gonzalo son estudiantes avanzados de la escuela. Ya cursaron la Tecnicatura y ahora transitan especializaciones. Los tres forman parte del laboratorio de investigación de Aural, una propuesta que busca fomentar la divulgación de conocimiento técnico y que forma parte de la sección estudiantes de Audio Engineering Society, asociación mundial integrada por profesionales que se dedican al sonido.  
«La escuela es una segunda casa», dicen los estudiantes que tienen la camiseta de Aural puesta, literalmente. «Uno en casa puede leer un paper y aprender un montón, pero cuando venís y comentas tus conclusiones con tus compañeros, aprendes más», enfatizan.
Leandro Rodríguez es director académico y coordinador del laboratorio. «La idea es que los alumnos se profesionalicen y que la investigación no sea un camino lejano, de difícil acceso», indica Rodríguez, y concluye: «No se trata de una formación profesional en situación pasiva sino activa. Es ponerse a trabajar».

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